Memo #1_c: Insiste sobre sí mismo
Apología a RuPaul
En esta edición, exploro un nuevo formato. Dada su naturaleza experimental - y el hecho de que no publico un escrito desde hace mucho - he decidido ponerlo a disposición de internet toda, sin paywalls.
Agradezco a nuestros suscriptores premium por su generosidad. Podes unirte a sus filas desde este link.
Otras recomendaciones:
Queridos amigos,
Dispongo, por aburrimiento, a presentar esta edición como una suerte de carta abierta. Estoy agotado de escribir ensayos, y cada vez me encuentro con menos opiniones dotadas de los reveses y las intrigas que requiere el medio.
Por este mismo motivo he comenzado a perseguir la narrativa en mis videos. Creo que se puede decir más del mundo desde los hechos que desde la mera especulación - si esto suena evidente es porque lo articulé para que así fuera.
Entonces, me pretendo un escritor ya no de ensayos sino de historias (comentadas o no), de epístolas y de chistes - las formas nobles.
No recuerdo en qué contexto vi Paris is burning (1990, Dir. Jennie Livingston). Sólo recuerdo que la vi en una calidad paupérrima, rippeada de YouTube, con unos subtítulos gigantes que tenían un borde amarillo esencial pero espantoso.
Sólo recuerdo dos escenas: la entrevista a Dorian Corey y una secuencia de ballroom en la que una drag queen voguea haciendo cosplay de ejecutivo. Fuera de cámara, alguien nos explica que esta peculiar elección de atuendo tiene un propósito espiritual y político: Afirmar que, si las circunstancias hubiesen sido distintas, uno podría haber sido un triunfador. Dentro de sí, uno tiene todo lo necesario, pero el contexto no acompañó. Esta fantasía emancipatoria es un acto de reafirmación y una amenaza velada al mismo tiempo: “soy oprimido porque si no lo fuera, sería el mejor entre mis opresores.”
Sometidas sin sustento a cualquier clase de ignominias, las drag queens hacen algo extremadamente importante que cada vez menos gente se digna a hacer: Encarnan sus fantasías - y lo hacen combinando distintas disciplinas en las que deben perfeccionarse. Por lo espectacular de su arte, fueron tomadas por los medios masivos y productizadas, herederas ahora lucrativas de una tradición que podríamos fundar en los 70s, pero que abreva de milenios y de latitudes.
Buena parte de las angustias que acosan a mi generación - aquello que la tiene boyando entre encuentros de Tinder, aquello que vuelve protocolares y aburridas a la mayoría de las fiestas, y aquello que convierte su crítica cultural en moralinas y sus hobbies en cruzadas - es el rechazo al espíritu lúdico y desafiante de la drag queen. El mundo heterosexual se niega a encarnar sus fantasías, y el mundo heterosexual somos todos.
¿De dónde nace esta negación? Podríamos argüir que es la herencia de “la corrección política”, que no nos legó su buena etiqueta ni sus sensibilidades estéticas, sólo su sistema de vigilancia descentralizado. Cada ser humano que porta un teléfono celular y un nivel de neurosis suficientemente alto como para producirlo espontáneamente y comenzar a filmar al prójimo, es un nodo en un sistema de vigilancia planetario, sin un liderazgo claro y sin mecanismos regulatorios disponibles. El planeta fue convertido en una gran maquinaria de broadcasting en la que todo puede ser transmutado en contenido. Esto le sube el riesgo a la espontaneidad.
Por supuesto, esta estructura es posible porque millones de seres humanos han reemplazado (o complementan pesadamente) su dieta de medios con las redes sociales. Y un porcentaje mayoritario de los usuarios crea contenido además de consumirlo. Y un porcentaje nada despreciable de ese pool global de productores se ha educado sobre los principios del branding personal, el estilismo, la dirección de arte, la construcción de una audiencia y el reputation management.
Por supuesto, el problema no es utilizar estos artilugios para progresar profesional o creativamente. El problema radica en qué impacto puedan tener sobre nosotros sin que nos demos cuenta. Somos forjados por nuestras herramientas, en una suerte de pacto faustiano. El precio por ser excelente en reputation management es que vas a hacer reputation management todo el tiempo.
Las drag queens diseñan sus personajes como plataformas creativas, con gran sentido del humor y una tendencia a la autoparodia. Este espíritu camp escasea. Hoy, sólo puedo pensar en un referente de ese estilo que tenga alta influencia en el mundo heterosexual: That old queen, Donald Trump. Pero hay algo profundamente cruel en esto. Hay realpolitik, hay violencia. Este es el tipo de joie de vivre que sólo puede encarnar alguien cuyo dinero esté relativamente libre de sangre - un deportista o un artista. Expando el criterio de búsqueda y pienso en Sabrina Carpenter. Me encanta el personaje de Sabrina Carpenter.
Como fuese, lo que quiero decir con todo esto es que, como generación, nos falta un sentido de whimsy, de auto-parodia, de amor por la vida - y esta falencia nos hace santimoniosos ante cualquier pelotudez. Deberíamos tomarnos menos en serio.
Entre nos: No somos lo suficientemente talentosos ni estamos haciendo cosas lo suficientemente importantes como para indulgirnos en solemnidades. Falta poco para que un aluvión de contenido generativo, una suerte de Armageddon informativo, termine con internet para siempre, forzando a quien busque, aunque sea una verdad precaria, a internarse entre libros apolillados. En cinco años, quien pretenda conocer, por ejemplo, las costumbres de travestismo en la China imperial, deberá buscar alguna literatura olvidada en un depósito abarrotado de copias de la autobiografía de Jorge Rial. Propongo el ejercicio espiritual de producir todo lo que se produzca para internet asumiendo que el sistema entero va a volverse inusable pronto. Todo va a desaparecer y vamos a poder empezar de nuevo.
Me parece extremadamente importante acelerar este proceso.
Hasta la próxima,
Aaron