Big Red Volkswagen Tiguan
Las SUVs son una abominación desde lo simbólico y un peligro desde lo vial.
¿Qué tal?
Aaron por acá.
Espero que estés teniendo un buen lunes.
Como prometí hace ya unas semanas, esta edición consiste de una serie de observaciones sobre la popularización de las SUVs como fenómeno vial y simbólico. Su autor no soy yo, si no un amigo de la casa, conocido informalmente como César Shaffer.
Fue invitado también a elegir la canción de la semana. Es “Little Red Corvette” de Prince.
Empecemos.
Las SUVs son una abominación desde lo simbólico y un peligro desde lo vial.
En los últimos años, las automotrices se han dedicado casi exclusivamente a producir estos catafalcos propios de cuarentonces con disfunción eréctil. Un auto que no llega a camioneta, pero carece de la elegancia y agilidad de un auto.
Furor en los años 2000, si bien inventado por Jeep y luego refinado por BMW, el SUV fue llevado a su actual estadio de auto-símbolo de la casa comunal por las terminales asiáticas.
El concepto es simple: Motores turboaspirados de mucha menor cilindrada que una camioneta convencional, “eficientes en emisiones” y con tracción integral - o 4x4. Por su morfología neutra, espacio interior, y fácil maniobrabilidad (hecha posible por carísimas ayudas tecnológicas), se volvieron el auto predilecto de la mami que lleva a los chicos al colegio.
Pero lo mismo que los hace sentir seguros para quien maneja los vuelve un peligro para otros conductores y peatones. Las ayudas eléctricas, el sentido de loftiness y la insonorización invisibilizan los riesgos de la conducción al límite.
Es fácil olvidarse de que uno está al volante de un vehículo mucho más pesado que un auto convencional, y por lo tanto, más letal (1,2). Además, las SUVs son vehículos altos, y esto trae dos complicaciones:
- Tienen el punto de gravedad más alto que el de un auto convencional, volviendolos vulnerables a perder la estabilidad
- Tienen peor visibilidad que un automóvil convencional
Para peor, esos autos son publicitados para que los compren los hombres. Es decir, la compra de un SUV es, además de una distorsión del ímpetu aventurero eminentemente masculino, el golpe de gracia de una autopercepción rutinariamente vapuleada por un entorno doméstico emasculador.
La compra de una SUV es una concesión en la que el comprador masculino sólo ganaría en el plano simbólico. Pero esa pretensión está tan divorciada de la materialidad - y de la cotidianeidad de tanto comprador como vehículo, que resulta ridícula.
El último clavo viene en forma de crossover. Un crossover es un sedan hinchado. Perdió la elegancia del auto ejecutivo y se convirtió en la parodia ATP de una camioneta. Quiere ser las dos y no es ninguna.
Los crossovers tampoco conservan la identidad eminentemente familiar de la que hacían gala los station wagon/rurales, tales como el Falcon Rural.
Otrora, el estándar del auto familiar resultaba más neutro y cross-funcional. El Ford Crown Victoria es un gran ejemplo. ¿Era un auto familiar? Sí. ¿Podía serle cómodo a una pareja de ancianos? Sí. ¿Podía funcionar como patrullero? También.
Una de las desventajas más graves de las SUVs es que no sirven para mucho más que uso urbano liviano, a pesar de que se vendan como vehículos todo terreno. Intentar poner a prueba ese selling point conlleva un peligro desmedido.
La potencia y la pretensión de poderío vial combinados con una experiencia de manejo que se siente extremadamente segura, impulsan un comportamiento de alto riesgo al volante, pero que no tiene la estética de comportamiento peligroso. Esto lleva a subestimar o naturalizar el manejo irresponsable.
Es comportamiento peligroso, con una estética saneada que impide dimensionar el peligro. Las SUVs son los vapes del mundo vehicular.
Pero sobre todo, nos invitan a pensar sobre cómo se busca consistentemente eliminar el concepto de auto aspiracional para las clases medias, privilegiando bajo una falsa idea de igualdad a una audiencia que no “disfruta” de la experiencia de manejar.
Hasta el próximo domingo,
Aaron
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