Plantas de industria, el algoritmo de Spotify y la ilusión de la elección
Próxima canción: "Espresso" de Sabrina Carpenter

¿Qué tal?
Espero que estés terminando bien tu semana.
El asunto que nos compete hoy tiene un origen gracioso, que, en un primer momento, sospeché que estaba vinculado a este mismo newsletter.
Hasta hace unos minutos, estaba convencido de haber recomendado “Good luck, babe!” de Chappell Roan en alguna edición anterior. Al parecer, nunca lo hice. Probablemente haya elegido alguna canción de Charli xcx en su lugar.
Como fuese, durante aproximadamente una semana, hace relativamente poco, estuve escuchando una playlist que incluía como única canción de Chappell Roan, “Good luck, babe!”. La escucha ocasional de esta canción fue malinterpretada por el algoritmo de Spotify como un deseo de reencontrar el tema permanentemente, en casi cualquier contexto musical.
Durante algunos días (hasta bloquear a la artista en Spotify), pude encontrar a Chappell Roan desde casi cualquier punto de partida. Todo llevaba a Chappell Roan - Rammstein, Babasónicos, OM, Swans... A menos que estuviese escuchando álbumes back-to-back, pronto me encontraría escuchando una canción de Chappell Roan.
Quizás ya haya sido víctima de esta suerte de obsesión algorítmica en múltiples ocasiones. Es probable y es probable que no me haya dado cuenta, al tratarse de canciones con menor estridencia o mayor shelf-life que “Good luck, babe!”.
Esa explicación me resulta verosímil: Sencillamente, el algoritmo de Spotify tiende a rejurgitar “contenido” (como se llama ahora a la música) con el que uno ya ha tenido buen engagement. Eso, sumado al perfilado de mis preferencias y otros detalles demográficos, hizo que Spotify “calculara” que soy la audiencia target de Chappell Roan.
Pero, Chappell Roan es una artista muy particular, con un ascenso a la fama vertiginoso. Tan vertiginoso que, a pesar de su discografía, se la ha acusado de ser una planta de industria. Y de serlo, es una particularmente ominosa - Apela fuertemente a un público queer, tiene un componente teatral que siempre es bienvenido, y un sonido lo suficientemente edulcorado como para tener cierto appeal masivo. Me recuerda un poco a PWR BTTM, intento de banda queer que la discográfica abortó luego de que saliera a la luz que su frontman había manoseado a chicas sin su consentimiento, posado con esvásticas… you know the drill.
Breve y problemática tangente: PWR BTTM me parece muy superior musicalmente que Chappell Roan.
Como fuese, volviendo a mi situación con Chappell Roan, me confecciono un sombrero panamá de papel alumino y especulo: ¿Y si en realidad Spotify está promocionando artistas sesgando al algoritmo para que los reproduzcan con más frecuencia? ¿Y si la ilusión de que uno elige qué escuchar en plataformas de streaming es simplemente eso? Amigo, creo que deberías parar con Revista Sudestada.
Mi canción de la semana es “Total Control” de The Motels:
“I don’t want to DJ all day”
Uno de mis múltiples defectos es mi indulgencia hacia Kanye West y Rick Rubin. En una entrevista relativamente reciente, Rubin planteó una consecuencia poco deseable de las plataformas de streaming que también he observado y sentido.
Básicamente, arguye que luego de elegir qué escuchar todo el día (“DJing all day”), uno queda fatigado y necesita escuchar una selección curada por otra persona. No sólo para quitarse de encima la presión de tener que elegir, si no también para descubrir canciones que si no uno no habría encontrado.
Naturalmente, uno tiende a repetirse y a redundar en aquello que le gusta - el algoritmo sólo puede facilitar el descubrimiento hasta cierto punto. Llámese Radio Aspen o “playlist que me pasaron”, tarde o temprano uno tiene que correrse al lugar de copiloto. Cuando no hay curación trazable, personal, a la que podamos ponerle un rostro (sea el de un amigo o el de Victor Santa María), ese rol lo toma el algoritmo, que se percibe:
- No personal, si no personalizado
- Neutro
Elegimos, y cuand eligen por nosotros, lo hace una máquina, honrando nuestro gusto. Incluso cuando delegamos la elección, elige por nosotros una suerte de gemelo invisible, un “yo” algorítmico - empiezo a sonar como quienes se refieren a ChatGPT como si fuera una persona.
Imágenes invisibles
Hace un timepo, leí un artículo publicado en The New Inquiry bajo el título “Invisible Images (Your Pictures Are Looking at You)”. Su autor, Trevor Paglen arguye que:
“The overwhelming majority of images are now made by machines for other machines, with humans rarely in the loop. The advent of machine-to-machine seeing has been barely noticed at large, and poorly understood by those of us who’ve begun to notice the tectonic shift invisibly taking place before our very eyes.”
Básicamente, toda imagen (incluso la identitaria) tiene un gemelo secreto, que sólo existe como una serie de vectores de información. La idea de “ciudadanía digital”, al final del día, es la creación de un retrato secreto de cada ciudadano, en base a la colección de imágenes y demás data points. Mi foto del DNI, mi foto de pasaporte, una imagen de cámara de seguridad en la que se me ve cruzando una calle. Imágenes hechas para ser visualizadas ocasionalmente, cuyo propósito último es formar parte de un corpus de data de escala planetaria. De poco valor en sí solas (sólo valiosas para mí y quizás para algún enemigo), justificadas como sustento para la toma de ciertas decisiones y el entrenamiento de máquinas que las medien.
Cito otro fragmento del artículo en cuestión:
“This invisible visual culture isn’t just confined to industrial operations, law enforcement, and ‘smart’ cities, but extends far into what we’d otherwise--and somewhat naively--think of as human-to-human visual culture. I’m referring here to the trillions of images that humans share on digital platforms--ones that at first glance seem to be made by humans for other humans.”
Con esto en mente, podría decirse que la recurrencia de Chappell Roan en mi cola de reproducción se debe a que ese gemelo algorítmico, ese muñeco voodoo que lo digital tuvo que crear para poder interpelarme de alguna manera, gustaría de escuchar muchos más temas de Chappell Roan. O podemos ir a por otra explicación. Podríamos aventurar que, detrás de la neutralidad del algoritmo, está la burda editorialización de toda la vida. Como una radio pasa hits del momento a cambio de dinero, Spotify y las discográficas están unidas en un abrazo tan íntimo que cabe una tercera persona en ese colchón individual. Simplemente hay alguna línea de código en algún repositorio en la que la probabilidad de reproducir “Good luck, babe!” de Chappell Roan es 3x o 4x superior a la posibilidad de reproducir a otros artistas de similar estilo.
Spotify y las discográficas
Es posible ganar un upperhand en Spotify, con el consentimiento de Spotify. Por ejemplo, artistas y discográficas pueden pitchear a editores de playlists oficiales. O Spotify puede unir fuerzas con AEG para gestionar la preventa de un concierto de Sabrina Carpenter.
Spotify destina el 70% de su revenue anual a payouts. Según Loud & Clear, su reporte anual, de los $9B totales que pagó el año pasado, $4.5B fueron a artistas independientes. De cara a distribución de este monto, Loud & Clear apunta que:
“Of the 1,250+ artists who generated $1M+ from Spotify alone – and likely over $4M across all recorded revenue sources – over 1,000 of them didn’t have a single song that reached Spotify’s Global Top 50 all year.
This list is not just classic, generation-spanning artists. The majority of the artists generating $1M+ started their careers in 2010 or later.
As a rule of thumb, artists can start approaching $1 million per year with around 4-5 million monthly listeners or 20-25 million monthly streams.”
¿Spotify es menos redituable para los artistas que la venta de discos? Sí. ¿Spotify permitió que artistas ignotos monetizaran su producción, volviendo a su música fácilmente accesible a escala internacional? También. Algunos arguirían que ese en realidad fue el impacto de YouTube - pero esa es una discusión para otro momento. Concluyamos, por ahora, que Spotify es un actor clave en este ecosistema, y que ha facilitado lo susodicho.
El modelo de streaming de música baja los costos de distribución vs. físicos hasta tal punto que me sorprende que las grandes disqueras no hayan entrado en una época de generar sub-labels fetiche para empezar a tirar mierda a la pared y ver qué se pega. ¿Dónde está mi A24 musical?
En su lugar, tenemos monocultura con variaciones superficiales. Todo es bubblegum pop nostálgico. Algunas modulaciones pegan en ciertos nichos, otras en otros. Cualquier artista que esté haciendo algo astringente y realmente interesante, va a tener su influencia muy limitada. Arca hace reggaeton.
¿La muerte del indie?
Hace muchos años, le escuché decir, Dios sabe a quién, que internet había destruído al indie como escena, ya que ahora “todos los artistas estaban sentados a la misma mesa”. Al parecer, ya no había distinción material real entre el indie y el mainstream.
Esto es una cuasi-verdad. Se siente cierta porque uno percibe lo que pueden interpretarse como reverberaciones de este fenómeno. Puedo poner a un artista con 5 mil reproducciones por mes en la misma playlist que un artista con 20 millones de seguidores. Puedo distribuír esa playlist, así promover a Parenthetical Girls, a dos tracks de Lana Del Rey.
Pero algo es cierto: La tecnología ha derrumbado barreras de circulación de la información, pero no ha borrado las presiones de mercado ni la brecha material entre el indie y el mainstream. Entendiendo que no todos los memes son grassroots, pronto podemos figurarnos por qué salgo de intentar no escuchar a Chappell Roan en Spotify, entro a Twitter, y veo discurso sobre su última presentación, clips de algún concierto, “Chappell Roan stuns in new photo”, etc. etc.
Lo problemático es que la democratización estética hace que artistas del indie se sientan pares de artistas con banca. Entonces, juegan bajo su misma dinámica, midiendo su éxito bajo el mismo estándar, y autoimponiendose las presiones de mass appeal de sus contrapartes. Robandole a William Burroughs, podría decir que los artistas indie, al competir por atención en los mismos canales, bajo la idea de que el breakthrough está al alcance de la mano, pasan a tener una suerte de ejecutivo interior. Este ejecutivo interior castra sus mejores ideas e incentiva a pasar el mayor tiempo posible haciendo TikToks.

Planta de la industria

Hace 12 años, el videoclip de “Video Games” de Lana Del Rey apareció en YouTube - y en todos lados. Creo haberlo visto en VH1. Un año después, Del Rey tenía una polémica, poco angelada aparición en Saturday Night Live.
No soy un nostálgico por cosas que sucedieron hace 15 minutos. Así que no voy a ahondar sobre las sospechas de que Lana ya había firmado un contrato con una discográfica antes de subir “Video Games”. El asunto es que mucha gente se sintió decepcionada por el asenso meteórico de Lana, acusándola de ser una “planta de industria”.
Me tenía sin cuidado hace 12 años y me tiene sin cuidado ahora. Las discográficas nos han estado metiendo artistas por la garganta desde que el mundo es mundo. Es decir, desde comienzos del siglo XX. Si quiero problematizar esto, será por dos asuntos:
- Me parece siniestro el tinkering algorítmico. Al menos VH1 era transparente sobre su rol comercial.
- La mayoría de las plantas de industria recientes son pésimas. Son poco aventurosas desde lo artístico. Quizás Lana sea la última artista pop que vi triunfar con un sonido característico.
No quiero elegir. Quiero que La Máquina despilfarre recursos en que los chicos escuchen Xiu Xiu o algo por el estilo. Pueden hacerlo - ¡Los reto a que lo hagan! ¡No les da la sangre! *agita un puñal*
Nos vemos la próxima semana,
Aaron
¡Gracias por leer Nada Respetable! Suscribite gratis para recibir nuevas publicaciones y apoyar mi trabajo.