En defensa del mainstream

En defensa del mainstream

La adaptación televisiva de El Eternauta es una de las mejores series de los últimos años. Y —disculpen el arranque cipayo —, está años por delante de la mayoría de las producciones nacionales. Constituye un momento bisagra para la industria. Y también es uno de los pocos momentos culturales verdaderamente mainstream que los argentinos hemos vivido en los últimos 5 años.

Estos momentos han sido:

  • La pandemia de Covid-19 - una experiencia que compartimos con toda la humanidad, excepto con esas tribus intocadas en cuyas venas corre sangre libre de teflón.
  • Ganar el mundial.
  • Esas agotadoras elecciones presidenciales.
  • El Eternauta.

Para todo lo demás, como todos los demás pueblos, estamos atomizados.

La utopía perdida de Pokémon GO
″ The internet is now more potent than ever. It has not only sparked but fully captured the imagination, attention and productivity of more people than at any other point before. Never before have more people been dependent on, embedded into, surveilled by, and exploited by the web. It seems overwhelming,

El momento cultural

Los "momentos culturales" se han vuelto cada vez más parciales y escurridizos — o eso parece. Quizás el sueño de un momento cultural que ocurría en todas partes, para todos, no sea una reliquia del Siglo XX, sino un sueño irrealizado de la globalización. Quizás no sea el pasado, sino el futuro cancelado de nuestros padres Gen-Xers.

Para nosotros, los jóvenes, es muy fácil asumir que el mundo nació poco antes que nosotros y que también tendremos la suerte de participar en su fin. Pero, sin duda, nos encontramos en un punto sin precedentes en la historia en cuanto a la velocidad y la dinámica de circulación de la información.

Cada usuario es una audiencia de uno que, si así lo desea, sólo va a encontrar el contenido que desea ver. A veces, se le muestra contenido que lo enfurece o angustia, pero eso suele deberse a que le ha indicado a un algoritmo que es permeable a ese tipo de material.

¿Qué es un momento cultural? ¿Qué tan grande debe ser una audiencia para que algo sea "cultural" y no doméstico? ¿Cuándo un chiste privado se convierte en humor de nicho? Recuerdo aquel tuit donde alguien propuso producir un podcast sin cámaras ni micrófonos, que no se transmitiera en ningún sitio y no se monetizara.

Subcultura

Me fascina la idea de "subcultura" como fue forjada en el siglo XX. Sobre todo porque, a diferencia de nuestros momentos culturales líquidos y descentralizados, las subculturas tenían una raíz local y personal. Las subculturas eran grupos de personas que vestían de cierta manera, compartían ciertos ideales y se reunían en lugares específicos. Eran lo opuesto al concepto contemporáneo de "-core". Un "-core" es una pose adoptada irreflexivamente para la autoficcionalización online. Se basa en tendencias, no en identidades. Es una skin en un videojuego, no un posicionamiento identitario.

Conozco grupos de jóvenes que terminaron el secundario durante la pandemia y están desarrollando sus propios ritos, vestimenta, corpus y lugares de encuentro. Están improvisando, haciendo lo que la gente siempre ha hecho desde los albores de la humanidad.

Había una vez en San Francisco
Los zizianos no son la primera secta de Silicon Valley.

No estoy de acuerdo con los racionalistas, los tecnooptimistas, los zizianos y sus numerosas escisiones esquizoides. Nuestra era no estará marcada por la lucha contra un ser artificial superinteligente deseoso de someter a la raza humana. La lucha consiste en no mimetizar a la máquina. O, mejor dicho, no interiorizar sus sistemas de incentivos para que ocupen el lugar donde otras cosas deberían estar.

Unos meses antes del inicio de la pandemia, leí un informe de Gartner sobre cómo las marcas debían "llenar el mundo vacío del consumidor". Si no lo llenamos con historias interesantes y herramientas para conectar con aquellos que tiene a su alrededor, el mundo vacío del consumidor se llena de fantasmas. La mayoría de los seres humanos es incapaz de ser feliz hablando en jeroglíficos y librando una batalla espiritual permanente.

Hay una escena en Network (1976, Dir. Sidney Lumet) donde el ejecutivo de televisión Max Schumacher (William Holden) reprende a su joven novia (la jefa de programación Diana Christensen, interpretada por Faye Dunaway); diciéndole que se ha convertido en un humanoide destruido por la institución de la televisión. Le puso tanto chi a la televisión (mis palabras, no las suyas), que se ha convertido ella misma en la encarnación de la televisión. La televisión, entonces, es un parásito que le carcome el espíritu a la gente. A las masas las ahoga con falsos estímulos (falsa ira, falso sentido de realización...) y a quienes trabajan a su favor los convierte en carreristas incapaces de operar satisfactoriamente en cualquier otro plano.

"All of life is reduced to the common rubble of banality."

Recuerdo cómo algunos usuarios solo pueden interactuar con el arte memificándolo, añadiendo una capa de distancia irónica a la Gen-X, entre ellos y cualquier cosa que amenace su postureo.

Es interesante cómo, en los últimos años, hemos visto una mutación discursiva en ciertas categorías de producto, de la eco-consciencia al wellness. Productos que, hace un par de años, en el auge del activismo de la era Obama, se consideraban dispositivos para mejorar el mundo, ahora son dispositivos para el autocuidado. Hemos pasado de intentar votar con el bolsillo a un discurso totalmente centrado en la superación personal. De cambiar el mundo a mejorarse a uno mismo. The Substance no es una mala película en absoluto.

Basta de hablar de política

Nuestra cultura está profundamente contaminada por la consumer culture, tanto que, en un momento de pesimismo, uno podría afirmar que toda cultura es consumer culture.

Hoy en día, salvo ocasiones trascendentales, como la pandemia o una victoria deportiva anhelada que puede unir al país, la mayoría de los momentos culturales son:

  • Campañas de marketing anichadas
  • Eventos políticos

A medida que se vuelven escasas las experiencias culturales compartidas, la política (una fuerza con la que todos nos vemos prácticamente obligados a interactuar) se convierte en el único lente a través de la cual procesamos la sociedad y la cultura. Pero, con "política", no me refiero a la teoría política refinada, sino a los temas de actualidad, kioscos y cualquier cosa que pueda brindarle al opinador una victoria a corto plazo.

La política es una fábrica de momentos culturales a gran escala. Pero pensar en la política como entretenimiento y en el entretenimiento como una fábrica de artefactos útiles para la política, empobrece nuestro diálogo cultural.

Si bien el arte, con su privilegio de bufón, podría mostrarnos las ansiedades de nuestra época, siempre le pedimos que las muestre como queremos, impulsando nuestras agendas y proponiendo una solución que se alinee con nuestros objetivos políticos. Lo entiendo cuando lo hacen las grandes corporaciones y los gobiernos, que quieren usar el arte como un medio para que el público se vuelva dócil o receptivo a ciertas ideas. Pero he visto a gente creativa haciéndoselo entre sí sin ningún beneficio material, político o personal. En lugar de disciplinamiento social, eran pleitos triviales. No era la ruptura de un movimiento, era una pelea entre amigos inspirada por la alucinación de un botín.

Los posicionamientos son anecdóticos, hay que ponerse a estudiar. Al arte no le gusta que lo usen para estupideces. Reírse y compartir un momento de alegría no es una estupidez. No quiero forzarme a especificar qué sí lo es.