El martirio de fundar una startup

TL;DR: Skill issue!

El martirio de fundar una startup

¿Qué tal?

Espero encontrarte bien. Te doy la bienvenida a la primera edición de Nada Respetable en su nuevo horario. Hoy tenemos otro deep(-ish?) dive en un tema específico.

Te agradezco de antemano por indulgir un texto plagado de observaciones inconexas. Estoy intentando cubrir mucho territorio en relativamente poco tiempo. Si te gustaría que ahonde en alguna tangente particular, comentá debajo.

La canción de la semana es el cover de “We will not be lovers” de The Waterboys, por Hennessey:

Discurso, discurso, discurso

Hace unos meses, cierta cuenta de memes oficialistas para boomers publicó una lloriqueada sobre lo difícil que es tener un negocio.

Sintetizo para los ciegos y los haraganes: El meme lee “No hagas paro: Si no te gusta tu laburo poné tu propio negocio, es fácil, te explico:” y luego pasa a listar tareas consecuentes con tener un negocio, tales como “Pagás telefonía”, “Págas internet” - cosas que, por supuesto, las personas que no tienen negocios no hacen. Y “Visita a clientes y pagate tus viáticos”, detalle que me tiene sin cuidado. Conozco gente que viaja por laburo y cobra viáticos. Conozco gente que no lo hace.

Luego de esta lista de tareas complicadísimas y exclusivas al empresariado, el meme concluye “No hagas paro, poné tu propio negocio… independizate.”

Lo que pretende esta imagen, por supuesto, es hacernos sentir un mix de empatía, admiración y lástima por los empresarios, que hacen mucho. ¡Tener un negocio es difícil!

Esta es la versión más popular, la versión miPyme, de un meme horrendo que infectó a startuperos hace unos años. Consiste, básicamente, de regodearse de las dificultades, martirizarse, y utilizar esa condición de mártir para demandarle cosas a la sociedad toda. ¿Qué se le demanda? Por lo general, un mix conveniente de desregulación y prebendarismo.

Skill issue.

Este meme circuló durante unos días y, en Twitter, dio origen a un debate interesante.

Alguien comentó, por ejemplo, sobre el hecho de que los países con mayor porcentaje de población self-employed son pobres.

Corroboré esto hace un rato, con data del Banco Mundial.

Los países con mayor porcentaje de trabajadores autónomos son:

  1. Niger (94%)
  2. La República Centroafricana (93.3%)
  3. Chad (90.9%)
  4. Sierra Leona (89.2%)
  5. Sudan del Sur (88.9%)
  6. Madagascar (88.8%)
  7. Guinea Ecuatorial (86.8%)
  8. República Democrática del Congo (86.4%)
  9. Nigeria (85.9%)
  10. Burkina Faso (85.6%)

En América, el país líder es Haití, con el 74.6% de la población económicamente activa siendo autónoma. Estados Unidos, la tierra de la libertad, tiene un porcentaje de trabajadores autónomos del 6.3%, y la tasa viene cayendo desde hace años.

Esto excede el scope de este newsletter, pero vale la pena aclararlo: Hay una tendencia nefasta en el discurso público argentino, que constite en vender tercer mundo con herramientas discursivas del primero. Usamos slogans importados, usamos conceptos y herramientas que aparentan ser precisas y científicas, para vender una matriz de país subdesarrollado.

Hace unos días, vi a un político famoso, que ocupó un cargo importante hasta hace poco, quejarse porque Argentina tiene 3.4M de empleados públicos. Estados Unidos tiene 20M.

Un país con poco empleo público y con mucho empleo autónomo no es un país libre y próspero. Usando términos que gustan al establishment político, podríamos decir que un país con las características buscadas es una villa miseria con más kilometraje.

¿Dónde estará mi CIA? ¿Quién se robó mis satélites?

Pero esta edición no se trata de eso. En otra ocasión, veremos el rol del Estado como financista y protector de la innovación. Hoy me interesa analizar la figura del empresario - especialmente, del empresario tecnológico, o startupero; y dar algunos lineamientos para un emprendedurismo más sano.

Héroe, víctima, mártir

La condición de empresario/emprendedor no es per se una condición heroica. Un empresario puede ser un héroe, pero no lo es por default, por su condición de empresario.

La popularización del empresario como héroe es sintomática de una sociedad que cree que los artistas pueden reemplazarse por máquinas y que los deportistas deberían comportarse como tales.

Como comenté en una edición anterior, el hecho de que no haya plata para las artes evidencia a una sociedad pobre, tanto material como espiritualmente. En ese contexto, lo heroico ya no es trascender mediante el deporte o el arte, si no hacerse de aquello que nadie sabe cómo conseguir pero necesita desesperadamente: dinero. Y a eso (que en la materialidad puede significar tener una plataforma de dropshipping), se lo llama “construir un imperio”.

Me veo obligado a explicar, llegado este punto, por qué el deporte y las artes gozan de un carácter excepcional del cual el comercio carece. Este ejercicio se siente como intentar describirle el color verde a un ciego. Pero procederé de todas formas.

En “Roger Federer como una experiencia religiosa”, David Foster Wallace presenta a Roger Federer como exponente de un tipo de belleza trascendental, que evidencia un conflicto que subyace a la experiencia humana.

Cito la traducción publicada por Un Caño:

“La belleza no es un objetivo de los deportes competitivos, pero los deportes de alto nivel son escenarios privilegiados para la expresión de la belleza humana. La relación se aproxima a la que existe entre la valentía y la guerra.

La belleza humana de la que hablamos aquí es una belleza muy particular; la podríamos llamar belleza cinética. Su poder y atractivo son universales. No tiene nada que ver con el sexo o normas culturales. Pero sí parecería tener relación, en el fondo, con la reconciliación del ser humano con el hecho de tener un cuerpo.”

Tanto el arte como el deporte nos conectan con verdades perennes sobre qué significa ser un ser humano. De la misma forma en la que los diseños de Dieter Rams son bellos porque son útiles, el arte es bella porque nos dice algo cierto. Por supuesto, si el arte es bueno, este “decir” no es lineal.

Tanto el deporte como el arte son canales a lo verdadero, lo sublime y lo eterno. Son el fin último de la sociedad. Todos estos excels se justifican cuando presencias una hazaña deportiva o una gran película. El arte y el deporte son el subproducto de una sociedad que ya pasó el threshold de supervivencia y decidió que no basta con ser la mejor versión de un primate, ahora también se nos dio por tener alma.

Los empresarios funcionamos en un mundo de utilidades, de solucionarle problemas a la gente de una forma lucrativa. Algunos de estos problemas son materiales y urgentes. Otros son espirituales. Para solucionar estos últimos, siempre vamos a necesitar artistas.

Como hay malos deportistas y malos artistas, también hay malos empresarios. Hay empresarios mediocres. Hoy, está mal visto decirlo, pero la mayoría de los empresarios son de regulares a flojos en su trabajo, de la misma forma en la que la mayoría de los deportistas se ahogan donde Federer nada, y la mayoría de los músicos tienen suerte de llegar a enseñar o trabajar como sesionistas. Y eso está bien. Pero, si alguien que tortura una guitarra criolla en el tren no nos conmueve, porque su sacrificio nos parece mal colocado, estúpido, y humillante - ¿Por qué tendríamos un sentido de empatía y admiración hacia su equivalente empresarial?

Que Galperín toque “Chico callejero”.

Be evil

Más allá de tweets patéticos narrando la epopeya de reducir el churn o de hacer un posgrado en economía empresarial, vale la pena comentar que el empresariado tiene una capacidad de daño que vuelve socialmente peligrosa su deificación.

Hace unos párrafos, mencioné el hecho de que los empresarios hacemos cosas socialmente útiles (spoiler: a veces no), a cambio de un retorno. A veces, este retorno no es monetario. Es más, llega un punto en el que la guita fluye en direcciones y momentos curiosos. La gran diferencia entre el miPyme y alguien que juega en serio para acumular poder real es el entendimiento sociopático de la no-linealidad del dinero. Muchas veces, este entendimiento viene de la mano de una idea de los estados como aliados estratégicos, no como enemigos naturales.

Quien te llora dificultad, te llora inversión. Entonces, esta idea del empresario como alguien que se sacrifica y que está sometido a constantes desafíos va de la mano con una cultura de la desinversión. Si meramente mantener la fábrica abierta es un mérito herculano, no importa que tengas máquinas de los 80s, añade mística.

Quien te llora dificultad, te llora inversión, te llora incertidumbre, y te llora riesgo. No entendió que está en control de su destino, y que su rol es surfear kali yugas y tomar decisiones con la certeza de que al final va a ganar.

Ahora bien, este es un grado de callousness que parece contradecirse con ser una buena persona, porque estamos acostumbrados a pensar que ser una buena persona significa ser algún tipo de víctima. Y además, necesitamos a alguien a quien podamos admirar. Nuestros héroes están en el poder y todo anda más o menos para el culo, entonces tenemos que sastrear la verdad de alguna forma para evitar lo obvio.

Liderazgo como peso

Hay dos tipos de personas, roughly speaking: Gente que cree que la reponsabilidad es empoderante y gente que cree que la responsabilidad es un yugo.

Este segundo tipo de gente debería estar a cargo de tan pocas cosas como sea posible, ya que va a comportarse como si hacerle las cosas fáciles fuese un imperativo moral del resto de la sociedad. Va a exigir que su responsabilidad sea en realidad un simulacro en el que juega a dar órdenes pero está todo controlado. Todo el prestigio sin la responsabilidad real. A este tipo humano le suele ir excelente en corporaciones. Especialmente en áreas como marketing y RRHH.

Por supuesto, este tipo humano es mal líder y mal jefe. Cuando le preguntas por qué fracasa, va a hablarte del gobierno, pero también va a hablarte de sus empleados. “Estos negros no saben nada del laburo.”

Como alguien que ha estado a cargo de equipos por algunos años, y que ha tenido que despedir gente y dar volantazos, me guío por la doctrina Rivelino.

Rivelino es un twittero de la “manósfera” - es decir, un misógino, pero de cuando en cuando tira alguna verdad pura e innegable.

A los hombres que salen con mujeres, les recomienda actuar como si todo fuese su culpa y nada fuese culpa de su pareja. Si ella te falta el respeto, es porque vos la habilitaste a hacerlo, o no supiste elegir. Si ella te engaña, es porque vos perdiste el lugar que tenías en su vida, o no supiste elegir.

A veces, la verdad no es verdad porque es cierta, si no porque es útil. Esta creencia de que todo es tu culpa y nada es culpa de ella te pone en un camino de autosuficiencia y autorefinamiento. Tomás control de tu situación, aprendés y te volvés más ágil previniendo errores similares a futuro.

La alternativa (”todo es culpa de ella, nada es culpa mía”) te convierte en un llorón y te exhime de la responsibilidad que tenés sobre vos mismo.

Traslademos esto, ya asexuado, al plano empresarial:

  • “Contraté a esta persona y me fue infiel” → Es tu culpa, contrataste mal. Enmendá la situación y aprendé.
  • “Este cliente paga tarde y mal” → Es tu culpa, agarraste laburo de mierda por desesperación y no te protegiste lo suficientemente bien. Enmendá la situación y aprendé.
  • “Estoy teniendo que competir contra una empresa nueva que hace lo mismo que yo, pero más barato y mejor, porque tienen una ventaja injusta. Estoy perdiendo.” → No es tu culpa, pero hacé de cuenta que sí lo es. ¿Qué falencias están cubriendo? ¿Podrías haberlas cubierto vos? ¿De qué forma te achanchaste y habilitaste que esto suceda? Reaccioná inteligentemente frente a la situación y aprendé.

Parte del baile

“You can do it like it’s a great weight on you, or you can do it like it’s part of the dance.” - Ram Dass

Entonces la idea del empresario mártir es pésima para consumidores y empresarios. ¿Qué propongo como alternativa más allá de un sentido de auto-determinación y agencia?

Bueno, una doctrina que puedo resumir en “ponerle un poco de onda a la vida”.

Tener una empresa es difícil - pero es un privilegio. Y tenerla en condiciones en las que no estás jugando a ser empresario, si no manejando números y responsabilidades a escala, es un doble privilegio. Como tal, tiene sus demandas y contraprestaciones. Pero vale la pena.

Entonces, ¿Por qué no aceptar lo obvio? Uno es una persona normal, que decidió afrontar un desafío que le confirió ciertos privilegios. Preservar esos privilegios significa cincelarse el ano todos los días. A cambio, podés disponer de vos y de tu patrimonio de forma autónoma y holgada. Sobre esa base de bienestar y privilegio, tu responsabilidad última no es sólo “ofrecer mejores bienes y servicios a un menor costo…”

Seamos honestos, no te importan tanto las plataformas de project management o los tornillos. Por más dedicado que seas, it’s a means to an end. Tu responsabilidad última es que todo el capital que fluyó en tu dirección signifique algo. Puede ser una proeza arquitectónica, una empresa cultural, o un equipo de fútbol que le dio alegría a millones de personas. Pero es importante mantener la perspectiva, entender que uno es un servidor condicional, y que hay una forma de interpelar a los demás que sólo pocos tienen, y si hemos llegado, por chance, por esfuerzo o por afano, a tener más recursos que los que necesitamos, debemos considerarnos promotores y guardianes de esa llama.

Que termines bien tu semana,

Aaron

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