“Falling is the essence of a flower.” -Yukio Mishima
Ya lo dijo Pier Paolo Passolini en Saló: “We fascists are the only true anarchists, naturally, once we’re masters of the state. In fact, the only true anarchy is that of power. Power does what it wants.”. El fascismo, articulado a través de la dominación absoluta de la estructura Estado-Partido por sobre las demás esferas de la sociedad, representa en su ejercicio y manifestación del poder el carácter profundamente anárquico del mismo, haciendo lo que quiere y delimitando lo posible e imposible a su gusto. Es una suerte de “anarquía para mí, totalitarismo para los demás”. Es por esto que la existencia de un enemigo es la condición sine qua non del fascismo: esta estructura anárquica del poder en su más alto vértice de la pirámide necesita un enemigo al cual explotar y sobre el cual extender y manifestar su poder. Así, el fascismo constituye una tendencia autodestructiva, consumiendo y eliminando constantemente a las fuerzas que fagocita y de las cuales depende. Esta es la razón por la que la conquista territorial y la guerra son tan importantes en su ideología: Una vez los enemigos internos fueron perseguidos, explotados y eliminados, se vuelve necesario encontrarlos afuera. Es, en síntesis, un esquema ponzi de la conquista y la militarización, una casa de cartas destinada a caer.

El fascismo como una profecía suicida autocumplida
Entonces, se dirá, ¿el fascismo no tiene como objetivo la victoria final? No, el fascismo es el ejercicio anárquico pero efímero del poder, es una fantasía suicida en la cual quien atraviesa la embriaguez de la conquista muere en su hora más oscura. Es un culto a la “Noble derrota”, a la entrega más fanática y absoluta por la causa.
“In fascism, the State is far less totalitarian than it is suicidal. There is in fascism a realized nihilism. Unlike the totalitarian state, wich does its utmost to seal all posible lines of flight, fascism is constructed on an intense line of flight, wich it transforms into a line of pure destruction and abolition. It is curious that from the very beginning the nazis anounced to Germany what they were bringing: at once wedding bells and death, including their own death, and the death of the Germans.” – «A thousand Plateaus», Deleuze & Guatari)

Destruyendo su propio combustible
Por supuesto, la maquinaria militar de un Estado que se ha vuelto el equivalente institucional a un panzer, consume recursos a mansalva. El problema estructural reside en que los recursos que consigue el fascismo nunca son perennes: siempre tienen las horas contadas. La conquista de Francia por parte de la Alemania nazi supuso no sólo un boost ideológico tremendo, sino también una enorme disponibilidad de recursos humanos y materiales por igual. Asimismo, derivó en un conjunto enorme de responsabilidades que representaron un agujero en la botella. Los nazis debieron destinar una cantidad inconmensurable de recursos a la vigilancia de París y a su ocupación militar efectiva, recursos que, de otra manera, podrían haber sido destinados al frente oriental. La Francia de Pétain no hizo más que desmoronarse de todos modos, y la Karlinge fue perseguida por los maquis hasta el más oscuro escondite. Y es que el fascismo representa una especie de bandidaje estatal, y la mera existencia de los Einsatzgruppen es un reflejo de esto. Instituciones que no están hechas para durar, que perviven echando leña al fuego de la guerra y azotando a latigazos al pobre campesino encargado de cortarla. En sus fauces arden vidas, arden bosques, montañas, y su aliento dracónico que, al principio, quema como mil infiernos, se enfría más y más, hasta que solo queda el silencio.

Y es en el final, en la Werwolf y en la Volkssturm, donde se presencia el eminente carácter suicida del fascismo. Es en esta fase donde el fascismo se vuelve sobre sí mismo, uniéndose a las fuerzas que combatió en un principio, en pos de su propia destrucción “If the war is lost, the nation will also perish”, le dijo Hitler a Albert Speer tras ordenarle una masiva campaña de tierra arrasada que, de todas maneras, no se llegó a concretar. “A war machine that no longer had anything but war as its object and would rather annihilate its own servants rather than stop the destruction” (pag 231, A thousand Plateaus Deleuze & Guatari). El único problema: las estructuras políticas sobre las cuales se cimentó esta maquinaria militar dependen del poder, del ejercicio anárquico de este, para desenvolverse. Sin este frenesí de la conquista vuelve progresivamente la razón, y se diluye el idealismo. La Werwolf ni siquiera pudo ser operativa, y los mismos altos mandos desobedecieron a Hitler en el final, cuando este ordenó destruir lo que quedaba de Alemania. El fascismo es tan fracasado, que falla hasta en suicidarse.