Un marco teórico para el amor

ATENCIÓN: ESTE ARTICULO TE PIDE ENCARECIDAMENTE QUE NO DEJES DE IR A TERAPIA.

ATENCIÓN 2: LA NOCIÓN DE AMOR AQUÍ TRABAJADA ES LA DE PAREJA-VÍNCULO-RELACIÓN, ENTENDIENDO QUE EL TÉRMINO ES APLICABLE TAMBIÉN A OTRO TIPOS DE AMORES QUE POR EXTENSIÓN DECIDIMOS NO TOCAR AQUÍ.

El conocimiento requiere siempre presuponer un sujeto. Esta casi ley inmutable que la epistemología no se olvida nunca de recordarnos, tiene implicancias en todas las áreas donde nos revestimos con el infame título de “sobre esto, yo sé”. Digo infame ante la falta de otra palabra: la vida sería totalmente inviable en un mundo donde el escepticismo nos hiciera dudar de todo. Lo cierto es que para vivir necesitamos siempre estar seguros de al menos un puñado de cosas. Pero, aun así, nuestro más grande monstruo es y seguirá siendo que todo eso que creemos saber, siempre puede ser de otra manera, y siempre podemos estar equivocados, principios centrales en la construcción de conocimiento esquematizado, pero que por alguna razón decidimos alejar totalmente de cómo afrontamos nuestros sentimientos. Por una serie de situaciones en relación a nuestro ego, parece ser que todos desarrollamos en mayor o menor medida un nefasto mecanismo que permite trasladar lo que sentimos conscientemente (de lo que “nos damos cuenta sobre nosotros mismos”) constantemente al inconsciente negado, privándonos una y otra vez de las herramientas para interpretar eso que no deja de latir dentro nuestro. El problema es aún mayor: esta tendencia está presente en todos nuestros sentimientos, volviéndose así el mecanismo de preferencia con el cual afrontamos lo que sentimos, dando la estocada final a nuestra promesa de estabilidad mental: nos niega las herramientas que necesitamos para interpretar eso que sentimos. De ahora en adelante, nos enfrascamos en un juego de egos con nuestro propio ego (valga la ironía) donde lo que nos da tristeza se sintomatiza en enojo, lo que nos da ternura en desprecio, o cualquiera que sea el capricho de turno de nuestro ego en su ebriedad de control sobre nosotros. Y mientras más fuertes son las cosas que nos suscita el exterior, peor responde, peor nos sentimos. Toda esta situación tiene sus más variados matices. Algunos lo hemos sufrido en forma de horribles espasmos mientras otros tuvieron la suerte de vivirla de forma más amena, pero no cabe duda de que es un mecanismo transversal, que pareciera afectarnos de una forma u otra a todos, y ante eso vengo a proponer la más delirante de las soluciones: le demos un marco teórico a nuestra cabeza. Dejemos de presuponer un sujeto que no existe en nuestro cerebro y empecemos a reestructurar las herramientas con las cuales interpretamos lo que nos pasa y como lo sentimos. Y voy más allá en el delirio: tal vez este sea el camino para que podamos amar, más allá de eso que tenemos tan o idealizado o negado en nuestra cabeza, de una forma que nos de felicidad y tranquilidad. Vamos por partes. O por problemas. Tres, para ser exacto.

EPISTEMOLOGÍA, O EL PROBLEMA DE LO QUE SOY

El problema del sujeto tiene desde esta perspectiva que tratamos de proponer dos grandes actores que combinados crean una infinidad de variables: NOSOTROS y LOS OTROS. Dos categorías sumamente inútiles analíticamente si no les damos el contexto apropiado. Partiendo de la base de que lo que somos nosotros es una categoría construida en base a lo que diferenciamos o identificamos como igual de la categoría otros, existe una siempre tensa relación dual entre las dos. Pero el que creo es el error central, es presuponer un sujeto que no existe, osea, pensar que nosotros y los otros son cosas que en realidad no son. Partimos de la base de que SABEMOS LO QUE QUEREMOS, y por eso nuestras acciones se organizan en relación a eso. Peor aún, suponemos que los OTROS SABEN LO QUE QUIEREN, y por eso atribuimos a sus acciones sentidos lógicos que en realidad no tienen. En base a este error elemental, en la base de la toma consciente de decisiones, se construyen largas vías de sentimientos y de tendencias personales. Nos enojamos con los otros porque les atribuimos responsabilidades que no solo no tienen, sino que no saben que tienen. Pero para resolver esto no tenemos que ver a los otros, tenemos que empezar a ver esta situación en nosotros mismos. Suponemos que sabemos lo que queremos, que nuestros actos trabajan en relación a eso, y atribuimos los (casi siempre diferentes a lo que supuestamente queríamos) resultados de nuestros actos a problemas de otros o nuestra propia “irracionalidad” asumida en forma de dolor o tristeza. No se confundan: el dolor y la tristeza si cambian radicalmente nuestros planes. Lo que trato de mostrar acá es cuando estos se convierten en la excusa con la cual zafamos de problematizar el error central de nuestra psiquis. Asumir nuestra irracionalidad empieza por asumir la de los otros. Todos, en mayor o menos medida, dolemos de este problema epistemológico elemental. Dejemos de asumir sentidos, sino más bien tratemos de entender sentidos. Y no busquemos responsabilidades hacia afuera, porque el más controversial pero necesario de los supuestos que tenemos que construir es que nosotros mismos somos responsables de lo que sentimos.

ONTOLOGÍA, O EL PROBLEMA DE LO QUE VEO

Al igual que en política, acá atravesamos un problema gravísimo: las herramientas para entender y definir lo que vemos como realidad no son propias, son legadas del entorno social. Cuando ese entorno social es controlado (como el de la política) la disputa es de poder. Cuando no lo es tanto (como acá) la disputa es por quien “la tiene más clara”. Un ejemplo claro de esto es la palabra TÓXICO, un concepto relativamente nuevo para describir cierto tipo de relaciones/actitudes. El concepto es legado y articulado en un entorno social, y nosotros tenemos que significarlo con nuestras experiencias personales: es cuando deja de existir “lo tóxico” y aparecen “les toxiques”. Esto no es per se un problema, es la forma en la que construimos el lenguaje con el cual interpretamos lo que sentimos y vivimos, y por ende, la forma en la que construimos lo que vivimos. Pero no tener en cuenta la artificialidad de los conceptos, puede llevarnos a que adaptemos sus significados a nuestros propios entramados inconscientes, volviéndolos armas de nuestros propios errores. La relación con el primer problema también es relevante: para malinterpretar las acciones de los sujetos, también tenemos que interpretar de una forma específica las justificaciones que le dan a sus acciones o el uso que les dan a las palabras. El lenguaje es la precondición de la realidad: sin lenguaje esta no existe. Esto aplica también a los lenguajes personales que se dan en el amor. El amor se expresa de manera totalmente personal, pero se significa a partir de los sentidos que ambos comparten. El amor suele necesitar de este lenguaje para existir, para poder ser socializado: se requieren formas de quererse que sean valoradas por todos los actores de manera más o menos igual. Para amar, tengo que preguntarme qué es lo que veo, porque lo veo así y si en realidad eso no tiene otro sentido que me es ajeno. Y a su vez, tenemos que poder exigirle este marco al resto. No todos los “te amo” pesan lo mismo, así como cada “regalo” tiene su significado personal entre personas.

METODOLOGÍA, O EL PROBLEMA DE LO QUE HAGO

Acá la cosa es muy complicada porque este es uno (sino EL) gran problema del psicoanálisis como método terapéutico: ¿porque hago lo que hago? y tal vez mas importante ¿como cambio lo que hago? Las constantes diferencias entre lo que digo/se que quiero y lo que termino haciendo son palpables en todos los seres humanos de la tierra. Si bien el psicoanálisis descubrió el enigma de este problema en el subconsciente y en el ego, nosotros vamos a explorar por otros lados. “Lo que hago” osea las decisiones que tomo respecto a como actuar yo respecto a mi, y respecto a los otros, esta basado en un análisis de juicio, condicionado por los otros dos problemas previos. Del juicio a la acción concreta hay una cuestión insalvable: nuestro proceso de juicio se nubla y los factores que nos hicieron tomar una desición ahora son otros, que nos induce a tomar otra diferente. Esta cuestión es difícil de abordar, pero le primer punto parece ser el afrontar que nunca podemos suprimir esto. Nuestros sentimientos, así como el mundo en su totalidad, esta condenado a ser contingente, a cambiar con el transcurso de las acciones. Y al igual que el mundo, la solución no pasa por buscar un mayor (siempre falseable) control, sino entender el espacio de posibilidad en el cual nos encontramos. Se trata de ser realistas. Sabemos que cambiaremos de opinión, si, pero debemos tomar decisiones estratégicas que guíen nuestros actos hacia donde concientemente decidimos ir. Y si para hacer eso, necesitamos aceptar tomar malas decisiones, pues mejor eso, a mentirnos diciendo que haremos una cosa, cuando sabemos que las chances de que terminemos haciendo otra son totales. No tiene sentido que me diga a mi mismo que no le voy a hablar a mi ex si estoy planeando hacerlo. Tenemos que solventar el déficit entre lo que decimos que queremos y lo que realmente queremos. Es completamente normal querer algo que sabemos nos hará daño, si no lo aceptamos, no podremos nunca discutir sobre lo que realmente haremos. Ninguno de nosotros es inmune a esto. Hacer una revisión conciente de los impulsos que nos surjan es lo más sano, y más responsable, que podemos hacer si sentimos que queremos amar a alguien. No hay que “amarse” a uno para amar a otros, hay que, al menos, entenderse a uno mismo. 

Más allá de todo, me considero una persona muy afortunada. En mi vida ame 4 veces. Alguna de esas veces termine totalmente destruido, sufriendo de más por mucho tiempo. Otras, termine desconfiado, asustado y a la defensiva. Pero descubrí el amor en 1 de esas veces. Descubrí que el amor es mucho más complicado de lo que creía, porque necesitaba, como traté de argumentar en estas líneas, de que construyamos un otro realista, de que repensemos los conceptos con los cuales sentimos y amamos y de que seamos coherentes con todo eso. También descubrí que tras ese valle de dificultades que es repensar nuestros esquemas, aparece una sensación única que parece todos estamos buscando: la tranquilidad, pero desde lo significativo, no esa tranquilidad que nos da la reclusión. Mi esperanza, es que por más difícil sea, por más dolores tengamos atravesados que nos hacen creer imposible replantearnos lo que somos, todos podamos llegar a ese tipo de amor que nunca buscamos pero que nos funciona a la perfección, escondido tras falsas pretensiones y deseos reprimidos, porque solo el que puede amar a una persona puede encontrar, entre muchas otras cosas, la forma de amar a los colectivos de manera responsable. La única forma de entender el lazo imborrable que nos une con el amor a la humanidad, es poder verlo en el calor que nos da amar una sola persona a la vez.

“Me he apasionado por la vida a través de la lucha de la clase obrera. Pero cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando nunca había querido a nadie, ni siquiera a la familia, si era posible amar una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante? ¿No iba a esterilizar y reducir a puro hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad revolucionaria? He pensado mucho en todo eso, y he vuelto a pensarlo en estos días porque pienso mucho en ti, que has entrado a mi vida y me has abierto al amor, me has dado lo que me había faltado siempre y me hacía a menudo malo y torvo. Te quiero tanto, Julia, que no me doy cuenta de que te hago daño a veces, porque yo mismo me vuelvo insensible a lo que no termino de entender.

 

Carta de Antonio Gramsci a Julia Schucht, 1924.


Originalmente publicado en el blog del autor.