Tutorial para derrotar a Gomez Centurión

…O a todo aquél que asuste a las personas del centro a la izquierda.

¿Recuerdan a Berlusconi? Un poco neoliberal, un poco populista, un poco derechoso; era el verdadero diablo a los ojos mediáticos, pero resultó ante todo un timador. Una corporación política extremadamente corrupta le dio las herramientas para construir un discurso efectivo, de transparencia y cercanía con sus votantes. Esa misma corporación política lo denostó, lo pintó como el demonio a vencer. Lejos de ser “antisistema”, Berlusconi demostró una perfecta adaptación al ritmo político de ese momento, adhirió a la agenda de la elite y se vio envuelto en escándalos de corrupción varios.

Hoy, Berlusconi sería una figura del montón (de ese establishment político-económico), desplazado por opciones más radicales alrededor del globo, como su hoy aliado Salvini. Porque, de algún modo, todo aquello que nos revuelve el estómago está parido por la misma democracia liberal que estas mismas personas juegan a erosionar.

Hoy, nadie parece dudar del endeble estado de la institución liberal-democrática en occidente. Que las principales potencias mundiales hoy estén mayoritariamente gobernadas por populistas de variada intensidad parece, a los ojos de los exponentes liberales, un error “del pueblo” vilmente engañado y no una falla del propio sistema.

La reacción de quienes intentan protegerlo siempre es igual: solemnidad, clamar que hay que mirar hacia adelante y luego hacer un racconto de los grandes logros de la modernidad en materia de derechos, de conquistas materiales, de cuántas personas salieron de la pobreza, etc.

Luego de ver el debate de hace unos días entre Bernard Henri-Levi y Alexandr Dugin, sentí que estaba frente a dos timadores como Berlusconi. Aún si los preconceptos sobre la filosofía de Dugin que expone el francés fuesen ciertos, si realmente la Cuarta Teoría Política fuese una versión reprocesada del fascismo y no “la superación del paradigma moderno”, la confrontación no debería darse en el terreno de quitarle el velo, sino de intentar “vender mejor” el liberalismo.

Esa solemnidad, también observable en el debate entre David Frum y Steve Bannon, no hace más que dar vueltas alrededor de aquello que nos indigna: el racismo, la homofobia y el antisemitismo. Pero Frum nunca pudo refutar la idea central de que la elite económica tiene hoy DEMASIADO poder. Poder que usa para torcer constantemente las propias reglas del juego. Porque lógicamente, Frum, Henri-Levi, Hillary Clinton, Trudeau o cualquiera que quiera confrontar a esto que cuesta tanto nombrar, forma parte de ese poder. Y jamás van a ceder. Por eso no pueden atacar la estafa de los Bannon, de los Dugin, o de Gomez Centurión: ellos pueden situarse por fuera del establishment porque abiertamente rechazan las reglas, porque el sistema que buscan imponer beneficia a los poderosos por romperlas.

Aquello que occidente busca poner abajo de la alfombra, o simplemente aceptar como “natural” aún a sabiendas de que está mal (acceso privilegiado a la toma de decisiones, aplicación selectiva de la ley, acumulación de riqueza desmedida), de que es nocivo incluso para las mismas condiciones que permiten la reproducción del sistema, en la Rusia de Putin son la norma y no merecen mayor interés. 

La única posibilidad de salvación de la democracia liberal es hacer una autocrítica que no va hacer, porque los únicos que tienen la capacidad de tomar las decisiones para cambiar el rumbo ético simplemente son demasiado avaros, y además pueden perfectamente adaptarse a una plutocracia totalitaria. Porque los ricos siempre se salvan. Y se salvan solos.