Trabajo sexual virtual: Reimaginando la intimidad más allá del cuerpo

El pasado viernes 15 de mayo, leí una particular noticia sobre Holanda. Resulta que el Instituto Nacional Holandés para la Salud Pública y el Medio Ambiente (RIVM) recomendó a su población soltera tener “compañeres de abrazos” o “compañeres sexuales” en el contexto de la pandemia. Esto se debió a críticas por la distancia que se pedía mantener con visitas en el hogar, además de, por supuesto, la abstinencia y falta de contacto físico que las personas estaban sintiendo. Siguiendo su programa de “confinamiento inteligente”, el cual permite hasta tres visitas en casas particulares, les holandeses fueron promovides a tener estas “compañías”, siempre y cuando hubiera acuerdo entre las partes y se siguieran manteniendo las precauciones básicas de higiene. 

Volvamos más atrás en el tiempo, Marty. Por mediados de abril, nuestro propio Ministerio de Salud recomendó, a través de un infectólogo, tener “sexo virtual”. Sin llegar a ser tan flexibles como en el caso anteriormente descripto, el Gobierno también apeló a tratar al sexo como una cuestión de salud. La científica social Linda Duits comentó sobre la situación en Holanda y argumentó que “el sexo es un derecho humano” y “la proximidad y el contacto físico no son un lujo, son necesidades básicas”

Investigaciones acerca de los “bondades” del tener relaciones sexuales, generalmente hablando, sobran. Beneficios para la salud, tanto física como psicológica; mejoras en el sistema inmunológico—aunque sirven de poco si no te cuidás—, menos problemas cardiovasculares y reducción de estrés. También se ha hablado de la masturbación como un tratamiento efectivo para migrañas. Se cae de maduro que no hay ningún tipo de daño o problemática si no tenemos sexo, pero por las dudas lo aclaramos. Además de que desarrollar la “vida sexual” de une me parece tan válido como no hacerlo, siempre y cuando esta segunda opción se de en un contexto de voluntad propia, sea por las razones que fuesen. (Si es “involuntario” porque sos un incel, no cuenta. Dejen de odiar a las mujeres, imbéciles).

Sin embargo, el párrafo anterior se refiere principalmente al sexo “físico”, mientras que la recomendación de nuestro querido Ministerio de Salud y el título de este artículo refieren al sexo “virtual”. Quizás ya sepas a qué refiere dicho término, quizás no. Básicamente engloba a cualquier tipo de actividad sexual que alguien realice gracias a internet y dispositivos/plataformas que lo faciliten. Dentro de esta categoría entrarían muchas prácticas, como sexting (calentar la pava con mensajes, imágenes o videos), llamadas sexuales (decir las chanchadas que te gusten), blogs/sitios de cualquier tipo de literatura erótica, exhibirse online, hacer role play (“juego de roles”) y cualquier otra que me esté olvidando o desconozca.   

Actualmente, mandar “una foto en bija”—y recibir una no solicitada—será un acto mucho más popular que en años anteriores, pero lo cierto es que el sexo virtual viene de hace rato. Conceptualmente, es un tema hasta cliché en diversas obras literarias de ciencia ficción. También lo es en experiencias más cinemáticas. Recordemos, por ejemplo, aquella mítica escena de Stallone y Sandra Bullock en el año ‘93. Fuimos debidamente advertides. 

Pero no todo es fantasía. La autora Deb Levine ya escribía sobre el tema en el año 1998 (plasmado en su obra “The Joy of Cybersex” o “El Disfrute del Cybersexo”). A lo largo de la misma, la cual funciona prácticamente a modo de manual de recomendaciones, Levine empieza a manifestar la idea de que “el Internet empezó a normalizar la sexualidad”. Desde entonces, los avances han sido enormes. Prácticamente, el avance de tecnologías en general siempre ha sabido provocar avances en este campo. Pensemos en los avances, por ejemplo, en mundos virtuales, como Second Life. O también en los “Teledildonics”, juguetes sexuales controlados por computadora o cualquier otro dispositivo de manera remota. Realtouch es uno de los ejemplares más “sofisticados”, siendo un dispositivo para penes que reacciona “con exactitud” al estímulo visual—película porno—que estés mirando. Como si fuera poco, tiempo después salió una segunda versión, llamada Realtouch Interactive. La misma consistía, básicamente, en un prostíbulo virtual. El sujeto se ponía el dispositivo en el pene, coordinaba y pagaba una sesión con una cam girl, esta última accionaba otro dispositivo sumamente fálico—no podía ser de otra forma—y este aparato provocaba estímulos al primero.

Realtouch es una tecnología que tiene aproximadamente diez años. Si sos del medio y nunca escuchaste nada al respecto, probablemente tenga que ver con que, tan rápido como apareció, cayó. Además, convengamos que no era el dispositivo más “inclusivo” de todos, siendo fabricado exclusivamente para hombres cis heterosexuales, y con un enfoque totalmente falocéntrico.

Todo muy pintoresco, pero, ¿por qué alguien elegiría tener sexo virtual antes que el “convencional”? Pues las razones pueden ser variadas, desde cuestiones de seguridad, elección y ahorro de tiempo (hacer “la porquería” con desconocides a distancia, antes de encuentros físicos), como también cuestiones adaptativas o de comodidad. Incluso hay estudios que afirman que estas prácticas ayudan a la confianza con el propio cuerpo. La sexóloga Gigi Engels afirma que esta práctica expande sobre las normas de la sexualidad, lo que une suele considerar como sexo normalmente. Aparece una “nueva normalidad”. La psicóloga Kimberly Young, reconocida por sus trabajos sobre la adicción al internet, comparte que el sexo virtual ayuda a explorar nuevos tipos de conducta sexual. Sin embargo, también reconoce problemáticas al no poder controlarlos, como comportamientos adictivos o dificultades sobre el concepto de fidelidad en parejas monógamas. 

Por otro lado, la psicóloga Jenn Berman también comenta acerca de las problemáticas que trae el sexo virtual con respecto a la intimidad. A mí gusto, lo realiza desde un lado lleno de moralina y de definiciones ortodoxas, ya que considera que la intimidad se debe crear siempre en un entorno “físico”, de cercanía. No obstante, rescato sus observaciones sobre la fidelidad, tratando a la misma como un acuerdo entre sujetos.  

Otra cuestión que se podría explorar sobre el tópico sería considerar si tales prácticas son “reales”, aunque no conlleven ningún contacto físico. En pocas palabras, argumentaría que no hay necesidad de la materialización concreta de cualquier cosa para que ese algo “sea” o se sienta como algo real. Algo que invade nuestros pensamientos de manera constante puede ser totalmente irreal, no tener ningún tipo de soporte material en la externalidad y aún así alterarnos y perjudicar nuestro comportamiento. Además, cuando hablamos de sexo, ¿de qué estamos hablando exactamente? Hoy nos sentiremos más o menos “progres” en el tema, pero para cuántos no se resumía en penetración, desde una mirada sumamente heteronormativa y falocéntrica. Quizás sea más pragmático referir con sexo a todo aquello que genere placer, no necesariamente a un acto en particular. Vamos, las posibilidades son infinitas.

En líneas generales, estas profesionales y otres recomiendan al sexo virtual por diversos beneficios, pero también advierten sobre posibles daños a la salud. Ya sea en forma de adicciones o en comportamientos que generan aislamiento y distancia entre los sujetos. Se preocupan cuando nunca se convierten en situaciones precursoras de “la posta”, cuando no fomentan conexiones “más próximas”. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿y en el encierro qué hacemos?

Estamos en el día yaperdilacuenta de la cuarentena. ¿Cómo estás? ¿Cómo la estás llevando? Recordá que si la respuesta es “para la mierda”, es lo esperable y estamos “juntes” en ésta. Aguantá. Si no estás encerrade con alguien que te ayude a coger en casa o no estás congeniando con nadie cercano como para salir a correr, capaz algo de lo leído te de una mano—perdón—y al menos sirva como descarga. No es para todes, tampoco cualquiera puede hacerlo debido a condiciones materiales y de otra índole, como ser una mujer “ama de casa” sobrepasada de desigualdades debido al Covid-19. No obstante, hay personas que se la siguen rebuscando dentro de lo que el contexto les permite. 

Como en su contraparte “convencional”, también existen las trabajadoras sexuales virtuales. Aquellas trabajadoras que cobran por distribuir sus contenidos eróticos—el famoso “pack”—, entre otros servicios. Pueden ser tanto “independientes” (vender su producto a través de sistemas de mensajería como Whatsapp) como también utilizar plataformas como OnlyFans. Plataformas que en ocasiones quedan en duda qué tan facilitadoras les resulten, debido a diversos problemas, como filtraciones de contenido.

En Londres, un “club de sexo” conocido planteó la idea de hacer una orgía virtual exclusiva para sus miembros, aprovechando los 100 participantes que permite Zoom. La propuesta contenía performers de burlesque, personas que realizan trucos con fuego, mucho espectáculo y a sus miembros enmascarados. Una suerte de “Eyes Wide Shut” (1999) de Kubrick, pero online. Ponele. 

No pasó mucho tiempo hasta que el equipo responsable de Zoom decidió ponerse la gorra y empezó a banear todas las cuentas que mostraban contenido “obsceno, indecente, ilegal o violento”. Lo curioso es que, según sus políticas de privacidad, la plataforma no almacena nada de lo que sucede en nuestras llamadas (salvo que grabemos, claro). Entonces, ¿cómo se dan cuenta de ésto? Cierta fuente mencionó un sistema de “aprendizaje automático” que utilizaría Zoom para llevar a cabo esta acción, aunque se desconocen los mecanismos explícitos. Es curioso que Zoom sea o haya sido una de las plataformas más utilizadas para el sexo virtual, considerando todas los problemáticas de seguridad que han sido conocidas. Desde herramientas que consiguen IDs de reuniones como si nada, hasta “Zoombombers”, usuarios que invaden llamadas ajenas. En fin, ésta seguro no sea la primera vez que lees noticias del estilo acerca de la plataforma. Tampoco la segunda.  

Será cuestión de usar otras plataformas, dirás vos. Como utiliza otro club privado, llamado—apropiadamente—NSFW. Otras plataformas están siendo desarrolladas mientras lees estas líneas, también. Sin embargo, este superficial rastrillaje acerca de la vulnerabilidad y falta de privacidad en Zoom me permite presentar el tópico final. 

El sexo virtual es un gran test de confianza. Por más que hace instantes haya criticado a una plataforma en particular, si has estado un tiempo considerable en Internet ya sabés que la privacidad virtual tiene un poco—o mucho—de mito. En los contextos de capitalismo tardío y sociedades de hipervigilancia en los cuales vivimos, ya sabemos que muchos de nuestros datos son registrados y chequeados. Nuestras llamadas, o incluso el hablar cerca del celular, almacenan de qué hablamos y, por ejemplo, empezamos a recibir publicidades de productos de los cuales estábamos conversando con alguien. Entonces, ¿qué queda para las prácticas del sexo virtual?

Habrá personas para los cuales ésto no sea un problema. Para otras, que alguien ande divulgando y subiendo a sitios imágenes o videos íntimos puede volverse una dolorosa situación. En nuestro país existe el concepto legitimado de pornovenganza, el cual refiere a “la difusión no consentida de imágenes o videos íntimos en redes sociales, servicios de mensajería instantánea y cualquier tipo de medio social donde se comparte información”. Dicha acción está contemplada por el Código Penal y la considera un tipo de extorsión. Es más, hace unos meses inició en Argentina el primer juicio por pornovenganza. También contamos con la Ley 25326, la Ley de Protección de los Datos Personales, pero habría que investigar su cumplimiento, además de que el daño ya estaría hecho.

Quizás la problemática más preocupante tenga que ver con el grooming, el acoso sexual de un adulto para con un menor de edad mediante Internet. Grooming Argentina realizó un estudio, en el cual descubrió que a un 35% de adolescentes de 14 a 17 años le pidieron una foto o video al menos una vez en la vida, y a otro 35% les mandó material un “desconocido”. A su vez, “el 40% de los entrevistados afirman haber tenido sexo virtual” y “hay toda una industria que está vendiendo las imágenes de los pibes en la deep web”. Desde esta organización se alarmaron con la recomendación del Ministerio de Salud citada al inicio del presente escrito. No porque tengan un problema con el sexo virtual en general, sino por las dificultades adicionales que el contexto puede traer al grooming. En palabras del fundador y director, Hernán Navarro: 

“El problema de todo esto no es la libertad sexual, cada uno debe hacer lo que quiera con su intimidad. El problema es que el medio no garantiza esa intimidad. El significado propio del sexo virtual no es privado ni seguro”.

Me gustaría poder continuar con un relato más subjetivo sobre estas prácticas. Sin embargo, no puedo. Siendo honesto, soy un ser bastante “asexuado” para esta dinámica. Más allá de fascinarme como fenómeno y tener mucho interés sobre sus aristas sociales y psicológicas, es una práctica poco común en mi vida diaria. Es por esta razón, y para obtener un punto de vista más rico, que decidí conversarlo con Jasemi (@lovelyjasemi), una trabajadora sexual virtual: