Los ciudadanos del mundo contemporáneo atraviesan un profundo rechazo a la política, o a lo que estos entienden como política, la cual se traduce con el posicionamiento partidario.
Resulta interesante que una aversión tan virulenta se produzca en esta segunda década del siglo XXI, tras unos primeros diez años atravesados por un arraigado compromiso político en la ciudadanía, ya fuera a favor o en contra de los gobiernos socialdemócratas que dominaron buena parte del mundo durante estos años.
Sin embargo, la caída de dichos gobiernos socialdemócratas (ya sea por los escándalos de corrupción suscitados en ellos, por la complicidad de los grandes poderes económicos en su contra, o por la manipulación mediática en pos de candidatos más afines a sus intereses) provocó un rechazo a la política, tan profundo como había sido el acercamiento a la misma.
Esto, sumado al culto a la personalidad que algunos líderes han buscado generar, y la difusión de varios militantes partidistas en actitudes y actividades que parecen salidas de cultos, provocan en un grueso sector de la población que la política no sólo sea vista como algo nocivo, sino que la propia adhesión a algún partido o ideología sea suficiente para demeritar los argumentos de una persona, sobre todo si pertenece a alguna corriente de izquierda, como si militar alguna causa fuera sinónimo de coincidir con cada punto de la misma.
Es a partir de esto cuando surge una pregunta relevante, ¿cómo puede la sociedad ignorar la política, si el ser humano es un animal político por naturaleza? Sabiendo que no se puede escapar de aquello que nos hace vivir como una sociedad, la nueva solución adoptada por la ciudadanía en general es bastante sencilla: la imparcialidad. No la imparcialidad vista como la capacidad de oír argumentos en ambos bandos antes de tomar una decisión, sino aquella que implica jamás tomar bando, y poner todo al mismo nivel. Si el posicionamiento político va a ser visto con malos ojos, entonces la neutralidad es lo que debe venderse como el mayor ideal a la hora de debatir temas sociales.
Sin embargo, es acá donde entra la trampa. La imparcialidad como se la entiende actualmente no distingue límites entre lo aceptable y lo repudiable. Esta tendencia posiciona en el mismo escalón de respeto a quienes hablan de subir y bajar impuestos, con los nuevos movimientos de ultraderecha que proponen ideas de segregación, persecución y exterminio a lo que se considera “moralmente detestable.” Como tomar posición es percibido como algo perjudicial, entonces las ideas que fomentan la intolerancia deben ser toleradas, aún con lo contraproducente que eso es en realidad.
La idea tras este escrito surgió tras ver la película The Cleaners, un documental medio pelo sobre la tarea de los moderadores filipinos de redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram.
Es un documental terriblemente formulaico que se basa en repetir la misma secuencia por casi dos horas: un moderador explica la razón tras censurar una foto o un artículo, se contacta con la persona censurada para que explique por qué esto es malo, y se repite el ciclo en un intento penoso de abrir un debate.
Sin embargo, el momento en el que la película se consagra es cuando entrevista a Sabo (conocido graffitero y artista de ultra derecha, a quienes varios probablemente reconozcan por ser la persona tras los afiches que implicaban que Meryl Streep conocía las violaciones de Harvey Weinstein), quien incluso en esa película se permite lanzar discursos de odio contra los inmigrantes y las mujeres, sin que se lo cuestione, sin que se plantee abiertamente que lo que dice está mal, y sin darle la razón a aquellos tras la censura de su contenido, incluso posicionándose de su lado.
Es necesario aclarar que, con esto, no pretendo decir que aquellos tras la realización de The Cleaners promuevan conscientemente valores de la extrema derecha, ni pretendan enaltecerlos a voluntad, sino que este es apenas un ejemplo de todo lo que dejamos pasar tras los valores de la imparcialidad, y de cómo estas corrientes extremistas y totalitarias han sabido camuflarse para impartir su doctrina a gente influenciable, y cada vez más descontenta de la política tradicional.
Los militantes del nazismo y el fascismo siempre han estado un paso por delante en cuanto a técnicas propagandísticas se refiere, y esta nueva neutralidad mal entendida termina por serles funcional, ya que no sólo poseen los medios para vocalizar sus ideas, sino que aquellas personas influenciables ven con malos ojos que se los señale por lo que son.
Entonces, ¿es la solución a esto la censura? Personalmente creo que, con el auge y la pluralidad de las redes sociales, esta es una respuesta demasiado utópica e irreal aún si lograra ser llevada a cabo. Lo que considero es que se debe formar un nuevo ciudadano político. No uno que siga devotamente a sus líderes partidarios, sino que tenga ideas propias, conocimiento sobre historia y sociedad, y la suficiente inteligencia emocional para no dejarse convencer por los cantos de sirena de una ideología pensada por y para fracasados, quienes necesitan creer que la causa de sus males es todo aquello que sea diferente. Necesitamos la construcción de personas perspicaces y, sobre todo, nuevos espacios políticos que permitan albergar a los desilusionados con lo ya vivido, y den a los jóvenes un nuevo significado al ser político como parte de una sociedad.