Soy cringe, pero soy libre

Vivimos en una sociedad internetera donde, la mayor parte del tiempo, el sentir general es que se premia la apatía y el desinterés en absolutamente todo. Puesto así, parecería ser una exageración, pero cuando estás el tiempo suficiente en alguna red social, o en varias, y aprendés a identificar sus dialectos y modismos, se vuelve muy sencillo comprender la forma en la que estos grupos perciben el mundo a su alrededor, y cómo la división que ellos mismos imponen y se auto imponen marca no sólo su visión de la realidad de modo inconsciente, sino que además delimita parámetros de conducta que los miembros de dichos grupos deben seguir a rajatabla bajo riesgo de ser ridiculizados.

“Mirá lo que compartió la tia en facebook” hasta «the meme Wars”

Si lo anterior te pareció un trabalenguas, no te preocupes, que quizás unos ejemplos prácticos te ayuden a entender la premisa. Si estás leyendo esto, lo más probable es que ya hayas sido expuesto varias veces a conceptos como “basado” “normie” y el que nos ocupa hoy, el cringe. A simple vista, parecen ser palabras inofensivas, pero un punto crucial de la comunicación humana es que ninguna palabra es inofensiva. Las palabras que usamos y los dialectos que manejamos desarrollan la forma en la que vemos el mundo, y a más riqueza idiomática tenga cada persona, más va a saber entender el mundo a su alrededor y más va a ser capaz de adquirir conocimientos sobre la sociedad. De ahí las eternas polémicas sobre el lenguaje inclusivo, las eternas disputas generacionales sobre si los jóvenes hablan mal, y los anglicismos que incorporamos a nuestro discurso diario mitad como forma de imperialismo cultural, mitad como respuesta a nuestra necesidad humana de decir más con menos. Cada vez que hablamos o escribimos, decimos mucho sobre nosotros mismos, incluso más del tema que tratamos al comunicarnos.

Entonces, si entendemos que, en la vida real, nuestra capacidad idiomática define cómo entendemos el mundo que nos rodea, no hay razones de peso para negar que lo mismo pasa en internet, donde la comunicación se realiza en muy buena parte gracias a memes. Este tipo de comunicación es particularmente interesante porque según Richard Dawkins, quien acuñó el término en 1976, un meme es la forma más pequeña de información cultural, transferible de un individuo a otro o de una generación a la siguiente. Es decir que, llevando el término meme a lo que conocemos en la actualidad, adaptándolo a la definición de Dawkins de donde claramente deriva este nombre, la imagen de Piolín que tu tía Mabel sube a sus estados de WhatsApp no son inofensivas, nada lo es, sino que su intención es enviar un mensaje a quien lo vea. Lo más interesante de esto es que, según Dawkins, los memes no mueren realmente, sino que mutan, se solapan y se adaptan con otros memes, conformando así la cultura.

Casos como estos se ven diariamente en redes sociales. Si a inicios de los 2010 los rage guys eran la sensación, pero luego fueron abandonados cuando la moda murió, hoy en día tenemos a los wojaks, que cumplen exactamente las mismas funciones que los rage guys y hasta tienen un tipo similar de trazado, pero que todos usan (usamos) porque es la forma más sencilla de transmitir un mensaje en clave humorística o sucinta.

Ahora bien, si de todo esto aceptamos que los memes son una forma de comprender nuestro entorno del mismo modo que lo es cualquier otro tipo de lenguaje, entonces podemos afirmar que existen ciertos grupos que poseen una hegemonía cultural sobre otros en internet. De ahí los ejemplos de basado, normie y cringe que di anteriormente. Estos memes nacen de grupos mucho más interiorizados en la cultura online que los cibernautas casuales, generalmente de sitios Chan, redditores más activos que sus contrapartes, o twitteros que mamaron subcultura de ambos grupos a mansalva.

Rage Guy (2008-2012 aprox.)
Rage Wojak (actualidad)

Que sean justamente grupos que tienen mayor cantidad de horas en internet también marca que este idioma está fuertemente marcado por una división social sobre quienes pueden entrar y quienes no. De ahí derivan los ejemplos de “normie” y “basado” que di anteriormente. En este mundillo internetero, los normies no pueden acceder pertenecen a otro mundo y otra realidad, y son justamente los “basados” quienes buscan afirmar su individualidad proclamando consignas cuyo propósito es alienar incluso más a quienes quieran acceder a los grupos más consagrados a la web.

Lo que hace más interesantes a estos grupos, y la razón por la cual escribo esto, es que estos grupos no parecen estar interesados en forjar comunidad o hallar una voz en común, sino ventilar su odio hacia una sociedad que perciben como ajena. De ahí es donde deriva el cringe.

Sin lugar para los débiles

Originalmente, el cringe era usado para definir un tipo de humor específico que lograba causar risa gracias a la incomodidad o la pena ajena. Actualmente, sin embargo, por momentos pareciera que todo da cringe y, por consiguiente, que todo da pena ajena. “Emocionarte por películas da cringe” “Preocuparte por política da cringe” “Tener convicciones de algún tipo da cringe” “Ser feliz por comer en tu restaurante favorito da cringe” todo ello acompañado por más epítetos que pretenden hacer de tus ideologías, o algo incluso menos importante como tus gustos subjetivos, un todo absoluto que marca tu lugar en la sociedad, el cual es inmutable e inamovible. El mundo que se vende desde estas formas de ver la realidad es uno donde el compromiso, la felicidad pasajera por pequeñas cosas, o algún tipo de emoción positiva, es visto como algo de fuera, algo que no pertenece en un mundo tan bombardeado por dosis de ironía permanentes que vuelven imposible el saber dónde acaba esta y dónde empieza la realidad, donde lo que se vanagloria es un nihilismo mal entendido que, en realidad, oculta la profunda soledad y miseria que expresan estos individuos.

Antes dije que nuestro uso del lenguaje habla tanto o más de nosotros que del tema a tratar, y obviamente creo que esto también aplica acá. Si el mensaje global es que buscar la felicidad o el propósito es algo que merece ser ridiculizado, entonces no es descabellado teorizar que sus ideólogos son personas que renunciaron a ello hace mucho tiempo, y ven conceptos tan básicos de nuestra sociedad como algo foráneo que debe ser satirizado con crueldad. No es casual que los foros Chan hayan sido la cuna del movimiento incel y sus ramificaciones, ni que encontrar en redes sociales a varias personas llorando por su propia soledad e incapacidad de conectar con otros, ya sea en la virtualidad o la vida real, sea tan sencillo como encontrar agua en el Océano Pacífico. La visión del mundo que tiene esta generación memera, muchos si no todos de ellos adolescentes y jóvenes adultos, es de un mundo oscuro, cruel, donde la bondad no puede existir y la felicidad sólo está al alcance de los idiotas.

El lenguaje de internet es la prueba de que muchas personas no saben, no quieren y no pueden ser sociables entre sí, que la salud mental es el gran fracaso del capitalismo tardío, y que muchos de nosotros entendemos el mundo como un vacío de tinieblas donde los fuertes devoran a los débiles sin nada que escape de esa noción.

Taking the white pill

Permítanme ponerme autorreferencial por un momento. De adolescente, siempre dije que me gustaba más la música que expresaba emociones negativas que las canciones de amor porque las sentía más “genuinas” pero tardé años en entender que esto no tenía por qué ser así, sino que yo era el problema. En la vida real, la gente sufre, pero también ama, se regocija y llora de risa, entre otras cosas, pero mi propio pesar me impedía ver eso como la realidad que es. Tuvieron que pasar años de terapia e introspección para identificar la raíz del problema, y poder aceptar el mundo real con sus claros y sus oscuros.

Si conté esta historia personal no es para rellenar espacio, sino para presentar la final de esta tesis: lo peor del lenguaje internetero que expresa odio es que, lamentablemente, se convierte con facilidad en una cámara de eco donde los usuarios solamente escuchan lo que quieren escuchar. No solo es un mundo donde las capas de ironía tapan un odio al mundo y a ellos mismos de manera deplorable, sino que además es uno donde esta visión es reforzada una y otra vez por gente igual o más miserable que estos mismos chicos, quienes necesitan ayuda para entender que nada es “sólo un meme” y que ser “cringe” muchas veces significa ser alguien que vive la vida real, no teme experimentar con las emociones que la vida, incluso online, ofrece, y que entiende la dicha que hay en las pequeñas cosas.

Diría que la solución a esto es mayor interés en la salud mental, pero llega un punto en donde dudo incluso que esto sea útil. El internet es prácticamente omnipresente, y salvar a una persona de su miseria no vale de mucho si detrás hay cientos o hasta cientos de miles de usuarios que replican los mismos mensajes de odio que derivan del mismo lugar: un profundo autodesprecio y un odio al mundo por no poder saciar su vacío interior. Sin embargo, sí puedo recomendar algo al menos: no teman dar cringe, por ustedes.