Soñá un pequeño sueño: Por una política de lo alocado

“Los sueños son poderosos. Son repositorios de nuestro deseo. Animan la industria del entretenimiento y alimentan el consumo. Pueden cegar a la gente de la realidad y cubrir el horror político. Pero también pueden inspirarnos a imaginar que las cosas podrían ser radicalmente distintas de lo que son hoy, y entonces creer que podemos progresar hacia ese mundo imaginario.” – Stephen Duncombe, Dream: Re-imaging Progressive Politics in an Age of Fantasy

Si la cuarentena y los op-eds continúan, pronto me habré convertido en uno de esos influencers con carteras Gucci que se insultan entre sí llamándose irrelevantes.

Hace algunos días, cierta revista universitaria local publicó uno de muchos artículos criticando las piezas sobre el Coronavirus autoradas por Agamben, Zizek y Byung-Chul Han. Oh, bueno, más bien es una crítica a la actitud que los filósofos tomaron con respecto a la pandemia, y una oda a la cobardía: No te atrevas a aventurar, a especular, a pensar sin peer review.

El autor, académico con un currículum sólido, como la enorme mayoría de quienes criticaron a Agamben et al, plantea que, si bien la situación es complicada e incierta, es mejor no emitir juicio aguno, tener un enfoque basado en datos y estático – basándonos en datos, debemos quedarnos sentados y callados. Sólo sabemos que esto es muy importante, pero no debemos atrevernos a decir nada más. ¡Oh, bueno! ¡No, gracias!

Apología a la especulación

Los sueños del progresismo del siglo XX murieron. Los sueños de la derecha, mientras tanto, florecen sobre el terreno fértil de la desterritorialización del capitalismo tardío, acelerada por plataformas que permiten la monetización de nuestras relaciones sociales, su medición y su control.

En este contexto, mientras la derecha sueña con retornar a un estadío comunitario hecho posible por las redes de contención socioestatales que luchó por destruír, el espectro de ideas “de izquierda” se encuentra atomizado. Y quienes tienen buenas intenciones rara vez tienen el poder de hacer algo con ellas. Quienes tienen recursos y leverage institucional para representar a la izquierda rara vez son de izquierda – o están en posiciones desde las que realmente puedan hacer una diferencia.

Mientras Peter Thiel confecciona juguetitos para sus amigos (sistemas de reconocimiento facial para inmigrantes indocumentados, por ejemplo), nosotros confeccionamos juguetitos para los nuestros (otro paper irrelevante sobre algún pequeño recoveco de la historia reciente, plagado de lugares comunes, poco ambicioso, hecho para ser publicado, discutido en algún evento a puertas cerradas, y olvidado).

La derecha está haciendo cosas terribles y construyendo el tejido discursivo, el imaginario que las justifican. Sus actores más radicales elucubran etnoestados, sus actores más radicales deslizan cajas negras de argot indescifrable en legislación sin que nadie lo note. Sus actores más radicales tienen canales de televisión desde los que arrojan teorías conspirativas a millones de hogares. Teorías conspirativas que parecerían explicar lo que sucede mejor que los erráticos organismos internacionales.

Estamos perdiendo la guerra cultural. Y la estamos perdiendo porque somos aburridos y tememos hacer declaraciones desmesuradas. Perdemos contra aquellos que sólo producen declaraciones desmesuradas. Pero, ¿Por qué? Porque entre el racismo explícito, la homofobia ponzoñosa y la transfobia letal, aunque no nos guste, se presenta, al menos estéticamente, una alternativa radical. Aunque esté destinada a fracasar, aunque requiera el retorno a un pasado imposible.

La izquierda, como bien planteó Fisher en libros incansablemente citados en este pasquín, se quedó huérfana tras el fracaso del comunismo y no pudo reinventarse. ¿Qué le sucedió? Un manojo de neolibs que sólo proponen pequeños retoques en una estructura putrefacta. ¿Quién podría apreciar eso? Gente que está muy cómoda, y poca gente está muy cómoda. Especialmente, poca gente joven. Debemos olvidar el pasado, repudiar el presente y atrevernos a imaginar el futuro.

Esto involucra, como bien plantearon Anthony Dunne y Fiona Raby en Speculative Everything, el diseño de artefactos que presenten lo preferible, lo probable, lo plausible y lo posible.

La especulación, como el diseño en sí, no es sólo un proceso en pos de un resultado X. Es una manera de generar conocimiento. No sólo sobre el tópico sobre el que se especula o sobre el motivo del diseño, sino también sobre el acto mismo, ya sea de diseñar o de especular. Toda especulación es metacomentario. Todo diseño es metadiseño. Toda especulación es en sí una herramienta.

La construcción del futuro comienza con lo irreverente, lo alocado y lo infundado. Cuando Zizek o Agamben plantean sus expectativas y sus preocupaciones alrededor del Coronavirus, no lo hacen haciendo ciencia, sino planteando agenda, advirtiendo, sugiriendo y deseando.

¿Por qué deberíamos negarnos a esto? ¿Por qué no podemos tener una intelectualidad tan basada en evidencia sólida como en el deseo? ¿Por qué pensamos, por qué escribimos, si no es porque deseamos? Y con el deseo no me refiero al deseo de trepar un escalafón académico, publicar un libro y que te chupen la pija. No me refiero a cierto flexing intelectualoide que no es sino un intento absurdo de ser más que una lápida y un nombre. Me refiero al fin de la explotación.

Bien plantean Dunne y Raby,

“[Tras la caída del Muro], el capitalismo de mercado había ganado y la realidad instantáneamente se había contraído, volviéndose unidimensional. Ya no había otras posibilidades sociales o políticas más allá del capitalismo (…) Cualquier cosa que no encajara era despreciada como fantasía, como irreal. En ese momento, lo ‘real’ se había expandido y tragado continentes de imaginación social, marginando como fantasioso lo que sea que quedara. Como Margaret Tatcher dijo famosamente, ‘No hay alternativa’.”

Anexo

Fiel a la predicción con la que comencé, procederé con una hilada de acertadísimos insultos, en la lengua de aquellos que inspiraron su estilo:

Irrelevant, establishment-defending, lefty-posing, anti-intellectual, bloated, cowardly, mediocre, clout-chasing, unoriginal, uber-conservative, crypto-fascist, tyrant-idolatrizing, centrist, neo-liberal, Stalinist pieces of shit.