No han faltado oportunidades para forjar una visión alternativa del mundo. Aun entendiendo que el capitalismo postfordista se encargó de esterilizar muchas posibilidades de emancipación ofreciéndolas como producto, sería miope pensar que esas expresiones culturales no pueden retomarse, reformularse y adaptarse a nuestros objetivos.
En un sentido estratégico, una construcción ideológica que pueda apelar a imágenes o productos “precorporados” tiene una ventaja enorme por sobre otras que requieran entender la realidad desde una óptica radicalmente diferente. Que expresiones musicales como el Synthwave o el Vaporwave sean coptadas por neofascistas debería ser un llamado de atención: lo mismo ocurrió con el Industrial a finales de siglo pasado, más allá de que el contexto terminó por extinguirlos.
Es probable que la cultura industrial, prima hermana del Cyberpunk, haya surgido demasiado temprano para poder encontrar un discurso político donde hacer nido, fuera de su propia identidad estética. Si los ’80 nos trajeron una posibilidad concreta de pensar un mundo gobernado por el individualismo y el terror mecánico, hoy debiéramos revisitar esas ideas más allá de sus clichés estéticos: Cyberpunk no significa neones, mujeres perfectas y ropa de diseñador, sino contaminación y espionaje socialmente aceptado vía Facebook. Nuestros replicantes son los trabajadores esclavizados en Dubai o Singapur, ciudades que recuerdan a Coruscant o a la Los Ángeles de Blade Runner. El Cyberpunk ya está acá.
Repolitizarlo se presenta entonces como un dilema: ¿Debemos forjar una corriente artística nueva, despojándola de todos los significantes a los que nos acostumbramos; o redirigir esa estética para denunciar el presente?
Voy a utilizar cuatro ejemplos para demarcar un camino posible.
Territorio
Las raves de finales de los 80 fueron fuertemente reprimidas, en gran parte, porque cuestionaban el uso del espacio. La idea de grupos de gente usando las tierras y edificios abandonados de la periferia para bailar durante días, era un atentado a las bases mismas del capitalismo, como evidencia Mark Fisher en Los Fantasmas de Mi Vida. La banda sonora de esos días era producida por el característico sonido del TB-303, el sintetizador que los jóvenes de los guetos de Detroit podían pagar. Texturas incómodas y ritmos de guerrilla permitían que la juventud enojada con el individualismo de la era Thatcher tuviera un lugar donde encontrarse y forjar el sentido comunidad perdido. Cualquier reivindicación futurista tiene que invitarnos a salir a la calle.
Incertidumbre
El lanzamiento de Half-Life en 1998 representó una revolución en el mundo de los videojuegos, no particularmente por sus gráficos, sino por el enorme cambio respecto a otros juegos del género First Person Shooter al brindar una historia que se desenvolvía linealmente, sin interrupciones. Precisamente esa historia trata sobre un mundo que se distorsiona a causa de un accidente laboral, inundándonos de miedo y confusión; al tiempo que el gobierno busca eliminarnos y un enigmático burócrata nos persigue a lo largo del juego para luego ofrecernos un trato perverso. Una enorme porción de la comunidad gamer se abocó a crear mods con el objetivo de extender la historia que los desarrolladores originales dejaron con un final abierto. El futuro es escrito por los mismos jugadores.
Revelaciones
Matrix (1999), tal vez la mejor metáfora de la hiperrealidad en la que nos encontramos inmersos, funciona como una muñeca rusa a nivel argumental porque su mismo argumento puede ser llevado a múltiples interpretaciones: ¿Es la película una inocente historia distópica, una crítica lavada al capitalismo, una autobiografía o un ensayo filosófico/cinematográfico?
Retomando la referencia interna a Baudrillard (Aún dentro de la Matrix, Neo toma de su biblioteca Simulacra & Simulation), todas las opciones son posibles. Sin embargo, la mejor interpretación puede hacerse en términos literales: vivimos en una hiperrealidad que disimula ese futuro que el Cyberpunk profetizó, demasiado crudo para que lo aceptemos. El presente entonces no es más que una máscara. El futuro llegó hace rato.
Estética
¿Hay manera de hacer ese futuro horrible, digerible o consumible sin vaciarlo de sentido? En los primeros segundos de I Am The Night (2012) Perturbator echa mano al monólogo de Howard Beale en la película Network (1976), lo pinta con texturas oscuras al mejor estilo John Carpenter y resignifica denuncias de hace cuatro décadas. El resultado es Cyberpunk bailable y con una atmósfera 100% efectiva. La senda iniciada por Daft Punk en Human After All (2005), con un electro áspero y robótico, fue usada como molde para producir música genérica cuyo único valor de diferenciación era una burda etiqueta de retro, y que no tardó en degenerarse en un frenesí ochentoso. Sin embargo, Perturbator no reniega del pasado, simplemente toma lo mejor de él; sin esquivarle a referencias de la cultura pop y al animé, las selecciona a conciencia y las llena de valor. Su música suena como hecha en el futuro.
No se necesita una gran profundidad para inspirar nuevas visiones, basta con poder reinterpretar la realidad mediante la imaginación y la creatividad.
Si gran parte de nuestra generación no tiene manera de encontrar una vía de escape a sus frustraciones, puede encontrar una solución en el Cyberpunk; primero debe correr el velo del presente, para darse cuenta que ya vive dentro del futuro.