Este artículo fue aportado por @Aceleranding, en respuesta a nuestro Open Call sobre Ingreso Básico Universal.
@Aceleranding nos plantea un escenario marcando los límites políticos de la automatización del trabajo, y cómo esas tensiones podrían o no resolverse garantizando un ingreso básico universal.
Al echar una mirada sin embargo marxista…
La tecnología, a lo largo de la historia, ha permitido a la humanidad aumentar exponencialmente sus capacidades de transformación del mundo, reemplazando, en palabras de Marx, trabajo vivo por trabajo muerto. Se podría decir que uno de los principales objetivos de la tecnología es la progresiva eliminación del trabajo humano en ámbitos automatizables para ampliar las capacidades de la especie en su conjunto. Ningún sistema económico ha hecho más por reemplazar trabajo humano por maquínico que el capitalismo, ya que en su necesidad constante por aumentar los márgenes de ganancia, el capitalista se ve beneficiado por el reemplazo del trabajador por máquinas que le permitan producir a mayores ritmos y a menores costos. Con el auge de las nuevas tecnologías de la información y la inteligencia artificial, nos encontramos ante el hecho de que gran parte de los trabajos en el ámbito industrial, de servicios, del hogar o mismo en empleos de capacitación media tal como el trabajo en el seno del mercado financiero o los diagnósticos médicos, pueden ser automatizados. Las consecuencias políticas, económicas y demográficas de estos procesos ya se están viviendo a lo largo del mundo, con franjas cada vez mayores de la población quedando por fuera de los circuitos formales de la economía, sindicatos con una mucha menor representatividad que en los “años dorados” del capitalismo fordista y movimientos políticos que buscan cuidar los puestos de trabajo negociando salarios a la baja en pos de que el capital no se retire a producir en regiones con salarios sumamente inferiores. En definitiva, una polarización del empleo entre trabajadores con un alto nivel de educación y salarios y otros con bajos salarios.
Este diagnóstico es compartido por Srnicek y Williams en su libro Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo (2015) en el que plantean las limitaciones de los movimientos políticos contemporáneos y la necesidad de disputar el sentido común neoliberal a través de una organización estratégica de las fuerzas que luchan por un mundo “postrabajo”. Mismo en su Manifiesto por una política aceleracionista (MAP), afirman la necesidad de intervenir activamente en el desarrollo del proceso tecnológico en pos de no sucumbir a la mera velocidad del proceso de acumulación capitalista. Éste, en efecto, desperdicia el potencial cognitivo de la humanidad al obedecer la sola demanda de mantener la tasa de ganancia mientras que sigue actuando como si la base del sistema fuera el robo del tiempo de trabajo, a pesar de que esto se muestre cada vez más innecesario. La automatización de todas las áreas del trabajo requeridas para la subsistencia permitiría liberar al hombre del sufrimiento al que se habría visto sometido debido a sus necesidades materiales, siempre y cuando los productos de esta transformación tecnológica no sean subsumidos a la lógica del capital y privatizados en manos de unos pocos.
Nos encontramos así frente a la necesidad de una intervención teórica en el seno del desarrollo económico-político de la sociedad, en tanto debemos preguntarnos los fines de la creciente automatización, frente a la patentización de que los objetivos actuales del Capital conducen a la pauperización de sectores cada vez mayores de la población mundial, frenando el desarrollo colectivo de nuevas tecnologías y formas de vida, limitando el uso de las primeras a la extracción de plusvalía. Una de las propuestas específicas presentada por los autores mencionados para la “navegación” en la velocidad capitalista, es la instauración de un ingreso básico universal (IBU) como complemento del estado de bienestar, por el cual se pueda liberar de la necesidad del trabajo asalariado y, cada vez en mayor medida, precarizado de las nuevas economías de servicios al conjunto de la población. Sin embargo, esta propuesta tiene una serie de problemas, a saber:
¿Qué es realmente universal en un mundo con fronteras?
El primer problema que nos plantea la incorporación de un salario básico universal es el de la característica global de un proyecto político en el mundo de la automatización; cualquier país que logre automatizar sectores de su producción, dándole a su población un IBU que les permita vivir independientemente de la necesidad del trabajo asalariado, tendrá un fuerte flujo migratorio de países en los cuales el capitalismo continúa su dinámica expulsiva actual, por lo que deberá tener niveles de crecimiento económico que parecen poco alcanzables en un contexto de incipiente guerra comercial. En efecto, todo problema económico-político contemporáneo se debe analizar considerando el carácter globalizado de la sociedad actual. Esto se nos hace patente en la actual crisis migratoria atravesando la unión europea. Las guerras y la pobreza desplazan a la población de países periféricos a aquellos en los que, perciben los migrantes, tendrán mejores oportunidades de progreso y seguridad, sin embargo, estos países no cuentan con la infraestructura y el capital necesarios para sostener a esta cantidad de individuos, generando conflictos con los habitantes anteriores que, en un contexto de progresivo avance del capital sobre el trabajo, ven con razón sus derechos adquiridos en peligro.
Desde el punto de vista del capital, sin embargo, la migración no es necesariamente negativa, en tanto permite la corrosión de los derechos laborales debido a la oferta de mano de obra sumamente barata y desesperada. Esta mano de obra no puede ya ser absorbida por la industria, debido al constante decrecimiento de la proporción de trabajo industrial con respecto al total, pero sí por las incipientes economías de servicios, bajando los salarios de la mano de obra menos calificada. Esto, en efecto, va en contra de los intereses materiales de los sectores menos privilegiados de la población, generando conflictos étnicos con un sustento económico. Sin embargo, un Estado progresivo no puede tomar como punto central de su modelo económico la xenofobia y la exclusión, ya que entran en contradicción con los objetivos de todo proyecto emancipatorio. La tensión entre el centro y la periferia recorre la historia del capitalismo, pensar un mundo en el que el trabajo no sea la condición necesaria de la supervivencia implica tener en cuenta los desafíos de la asimetría actualmente existente y plantea inconvenientes económicos a la hora de pensar un IBU en un país dado.
Algunos son más iguales que otros
El esquema centro-periferia no es exclusivo de la relación entre Estados, sino que se replica al interior de cada uno, con el nombre de desigualdad económica. Luego del fin de la economía fordista de posguerra y la aceptación del paradigma neoliberal, la desigualdad económica en la mayor parte del mundo ha aumentado de la mano de la flexibilización de los derechos laborales. Desde ya, la automatización de sectores de la producción influyó en este proceso al liberar puestos de trabajo que requerían mano de obra que, debido a la alta productividad de la actividad, pudieron mantener casi intactos sus salarios: el sector industrial. A pesar de que el fenómeno de la automatización no abarque exclusivamente a la industria y se expanda a cada vez más ámbitos de la economía, en ella tuvo su origen y saca de allí su potencialidad. En efecto, allí se encuentran los procesos que producen mayor cantidad de valores de uso, objetos indispensables para las sociedades contemporáneas. Varios estudios, entre ellos informes del Banco Mundial*, apuntan al hecho de que, en efecto, la automatización crea más empleos de los que elimina, a través de la liberación de capital producto de la baja de los costos. Sin embargo, los nuevos empleos en general son de menor paga y requieren menos calificaciones, estando mayormente relacionados con la economía de servicios. Este desplazamiento de la población económicamente activa, sobre todo en las ciudades, hacia los servicios va de la mano de la informatización de los mismos, es decir, su concentración en grandes plataformas que ofician de organizadoras de esta fuerza de trabajo recientemente liberada, en esquemas de acumulación con cada vez mayores márgenes para explotar al trabajo que regulan (Rappi, Globo, Uber, etc…).
En este escenario, un IBU por sí sólo no traería consigo más que el subsidio de la pobreza, en tanto los sectores de la población que no tienen acceso inicial al capital tendrán un ingreso que les permitiría asegurar la subsistencia material accediendo a niveles básicos de consumo, pero sin alterar el esquema de poder que ubica a los únicos agentes cognitivamente relevantes para la producción del lado del capital. Este problema es observado por Williams y Srnicek, en tanto consideran que el IBU debe ser un complemento del estado de bienestar y no un reemplazo del mismo, como aboga, por ejemplo, M. Friedman. Si la capacidad de organizar los medios colectivos de producción queda apropiada por un conjunto fijo de individuos, que, a pesar de la pretendida eficiencia con que los operan, los mantienen funcionando en base a los intereses del Capital de obtención de plusvalía, una redistribución de los ingresos producto de un IBU no constituiría de por sí posibilidad alguna de emancipación, ya que ésta requeriría que cada individuo pueda ejercer efectivamente sus derechos formales.
“The Snircekian Jihad”
Finalmente, el problema central que lleva en sí la automatización cada vez mayor de las actividades laborales socialmente necesarias, consideramos, es la redefinición de las categorías éticas en torno al trabajo. La automatización, en efecto, plantea un desafío a la ética clásica de hipostatización del trabajo como método de progreso social –individual y colectivo-, es decir, como única fuente de valor: una vez que la mayor parte del trabajo productivo sea realizado por máquinas, aquellas personas que puedan definir su status social a partir del trabajo, en el sentido clásico, y la remuneración del mismo van a ser los menos. La automatización, en efecto, parece conducir a que un pequeño grupo de trabajadores intelectuales realicen la mayor parte del trabajo propiamente productivo, al resto le quedaría decidir, en base a criterios individuales, qué hacer con su tiempo. Sin embargo, esta libertad, como explicamos anteriormente, debe poder exteriorizarse en el mundo para que no sea meramente formal. Surge así la pregunta de cómo asignar los recursos productivos en una sociedad postrabajo, cómo decidir quién organiza qué hacer y bajo qué criterios se juzga una inversión colectiva o individual.
Todo para perder, excepto nuestras cadenas
Si las máquinas producen todo o casi todo valor de uso, se cae la pretensión del trabajo como fuente originaria de la riqueza, quedando en evidencia la dominación del capital por sobre la vida humana. Un IBU, en cierto sentido, manifiesta la necesidad de un replanteo del concepto de valor, ya que, en su universalidad, afirma que el solo hecho de ser humano conlleva un valor en el mundo al asignarle una cantidad potencialmente infinita de valores de uso. El humanismo real, material, es posibilitado, a partir de la técnica. Sin embargo, el IBU por sí solo no logra esto, ya que requiere como complemento necesario el acceso irrestricto e inclusivo a la educación superior y a la dirección de proyectos colectivos bajo criterios sociales como método de actualización de las potencialidades de un individuo dado. Aun así, la cuestión del criterio de asignación de recursos no es tematizada en el libro de los autores -una sociedad cuya producción esté automatizada no implica que tenga recursos infinitos, por cuestiones tanto técnicas como ambientales- cuando en efecto, es ésta la pregunta crucial que surge a partir de la automatización. Ésta puede dar lugar a una concentración de capital inédita en la historia de la humanidad, aunque, a su vez, permita la apertura de un campo de posibilidades antes sólo soñado para la misma. La pregunta sobre la organización de dichos recursos para habilitar el desarrollo continuo de la especie y la emancipación de sus individuos no es posibilitado por un IBU, siendo éste compatible con la extrema desigualdad y la osificación de los estratos sociales.
El llamado a repensar el futuro que proponen Srnicek y Williams no debe ser dejado de lado, y es crucial que la izquierda política comience una elaboración estratégica de la frente a los problemas de la economía del mañana. Más aún es necesario pensar las políticas en Argentina, como país con condiciones favorables para un proyecto de automatización progresivo de los medios de producción, debido a las características de su entramado industrial y a su incipiente pero rico -por el momento- sistema de promoción científico-tecnológica. Pensar la economía desde una perspectiva filosófica nos permite evitar el catastrofismo del sentido común neoliberal y plantear la organización de la producción de acuerdo a las necesidades colectivas de la época.
Further Reading
- *Los empleos del mañana. Tecnología, productividad y prosperidad en América Latina y el Caribe. Grupo Banco Mundial.
- A. Williams, N. Srnicek (2015), Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo, Madrid, Malpaso.
- A. Avanessian, M. Reis [comps.], Aceleracionismo. Estrategias para una transición al postcapitalismo. Buenos Aires, Caja Negra.