Anteinferno
En La Psicología de Masas del Fascismo, Wilhelm Reich expuso el vínculo entre el fascismo y la represión sexual. Siendo el fascismo la manifestación política de una sexualidad que se reprime a sí misma y celebra su propia represión. Esta represión comienza en la familia, y es continuada por instituciones exteriores, tales como la iglesia, siendo sellada e internalizada. La represión se convierte en el corazón de la cosmovisión del reprimido, se vuelve axiomática, obvia, razonable, se vuelve sentido común, se vuelve ideología. No resulta, entonces, una sorpresa que el fascismo atraiga figuras tales como las de los homosexuales que se odian a sí mismos.
Podríamos cortar al fascismo fuera de la política, etiquetándolo como algún tipo de “anti-política”. Podríamos decir que los líderes fascistas provienen siempre de algún lugar lejano a la política o, si provienen de adentro, siempre fueron payasos. Pero esto sería simplista y, además, serviría demasiado bien para borrar responsabilidades. Los líderes fascistas no se alzan por sí solos. Surgiendo espontáneamente, o trepando el escalafón político desde una posición marginal (véase Jair Bolsonaro), estas figuras tienen el apoyo y la legitimización del establishment político ¡Carajo, llegan para ocuparse del trabajo sucio que nadie más quiere hacer! Referirse al fascismo como ajeno a la política sólo oculta sus causas.
El fascismo es:
- contrarrevolucionario, la manera en la que el establishment se preserva cuando un cambio radical, profundo es demandando. Es la pantomima del cambio.
- el producto de una contradicción entre el ethos de la democracia y las demandas del aparato productivo.
- la consecuencia de frustración política.
- la consecuencia de frustración sexual.
Retornando a la figura del homosexual que se odia a sí mismo, invocada hace algunos párrafos: Sabemos cómo la represión se revuelve. La liberación trae consigo un impulso caótico, depravado y destructivo. Alguien que reprime su sexualidad, cuando se rinde ante ella, no actuará de la misma manera en la que lo hace alguien que se ha aceptado y tiene una relación saludable con sus deseos. La culpa, la frustración y el odio hacia uno mismo engendran criaturas viles. Como el desahogo de una sexualidad frustrada es aberrante, el desahogo de una política frustrada es aberrante. Por supuesto, el paralelismo fuerza a la conclusión de que lo político es personal y, por lo tanto, profundamente irracional. El fascismo, con su estética viril y juvenil, sus odas al poder y su asertividad maniquea funciona como catarsis para la sexualidad reprimida, tanto como para la frustración política. Para explorar este vínculo, recomiendo leer a Reich, ya que lo que me interesa ahora, si bien está relacionado con los postulados de Reich, crece más allá de ellos. Fue leer a Reich lo que motivó a Sofía, hace algunas noches, a invitarme a ver Salò.
Salò como metáfora
Salò o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini, podría ser leída simultáneamente como una exploración, una metáfora y una muestra. Es una muestra de la dinámica del fascismo, una metáfora del poder fascista sobre el individuo, y una muestra de cómo estas dinámicas operan. Su carácter de muestra está dado por su realismo, su contextualización histórica dentro de la Italia ocupada por el nazismo, y la identificación de los torturadores (“los libertinos”) como fascistas. Puede ser leída como metáfora porque puede ser leída como un modelo de las dinámicas entre el fascismo y la gente a un nivel macro. Es una metáfora porque es una comparación.
Dentro de la mansión, las reglas son absurdas, aborrecibles y contradictorias. El único factor consistente es la crueldad con la que son aplicadas.
El valor de Salò como metáfora
“El sadomasoquismo es una característica eterna del hombre. Existía en la época de De Sade, y existe ahora. Pero eso no es lo que más importa… El verdadero significado del sexo en mi película es el de una metáfora de la relación entre el poder y sus sujetos.”
– Pier Paolo Pasolini, en una entrevista datante de 1975.
Lidiar con una historia bajo la suposición de que es una metáfora, como es expuesto en el clásico de Sontag “Contra la interpretación”, puede oscurecer en lugar de enriquecer la relación que se tiene con la obra de arte.
Podría arguyirse que Salò es una metáfora o un desperdicio. Bajo una lectura literalista, tiende a ser incluída en las listas de “películas más impactantes” de sitios de mediana y baja estofa. Mientras, como metáfora de los mecanismos de poder sobre el individuo, Salò funciona sin mayor análisis, decir que Salò es sobre fascismo (y, por lo tanto, sobre un ejercicio del poder político brutal y legitimado), requiere prestar atención a ciertos detalles finos.
Por ejemplo, mientras las víctimas de estos fascistas fueron secuestradas, la relación entre las víctimas directas del sadismo fascista y sus torturadores es triangular. No están allí porque sus torturadores los eligieron, sino porque sus compañeros ciudadanos eligieron a los fascistas. Si atendemos el detalle de que las narradoras fueron participes necesarias del rapto de las víctimas, y que sus historias azuzan y ofrecen motifs para el sadismo de los libertinos, podemos decir que las narradoras son el pueblo.
“El otro” que los fascistas culpan por los errores de sus jefes ya es odiado, ya está en peligro. Hitler no inventó el antisemitismo, Bolsonaro no inventó la homofobia. Sólo materializan el deseo aberrante de venganza, contra un blanco fácil que no hizo el daño para comenzar.
La escena final del film, en la que dos niños secuestrados para ser soldados son vistos bailando a una canción en la radio, hablando sobre una chica, puede ser leída como un ejemplo de los bolsillos de humanidad que la atrocidad no arrasa.
Pensando en la sexualidad o las relaciones interpersonales que parecen salvarse del control de los torturadores, no puedo sino recordar el romance lésbico a cuyas involucradas El Duque asesina. Esa escena fortalece la idea de que el asunto no se trata de sexo, sino de control. No es sobre promiscuidad, sino sobre poder. La sexualidad que no puede ser disfrutada por “los libertinos” está prohibida. La sexualidad que no sirve al poder está prohibida.
Estética
Algunas de las escenas más hermosas de Salò tienen una paleta de colores saturada, como sus exploitation films contemporáneos. Los sujetos de las torturas son jóvenes, hermosos y a menudo están desnudos. En cierto sentido, la estética de Salò es la estética de la poesía de Pasolini, jugando con la muerte, el deseo deformado por la patología, y la belleza de la juventud, y montada sobre la ruralidad italiana.
No puedo sino recordar lo que Nabokov planteaba como el núcleo trágico del arte:
“Belleza más lástima – eso es lo más cercano que podemos tener a la definición del arte. Donde hay belleza hay lástima, por la simple razón de que la belleza debe morir: la belleza siempre muere, la manera muere con la materia, el mundo muere con el individuo.”
– Vladimir Nabokov, en una lección sobre Franz Kafka.
La política como estética
Historias diseñadas como metáforas pueden padecer la condición de meros montajes, tan emocionalmente profundos o artísticamente valiosos como una hipótesis dentro de un ensayo argumentativo. Este no es el caso en Salò.
Incluso si decidimos ignorar neciamente la lectura que lo sustenta, Salò no debería ser reducido a una mera shock-piece. Una lectura apolítica no tiene por qué ser superficial y poco inspirada. Salò como estética, como la tortura de juventud hermosa, continúa siendo una alegoría, pero sobre la muerte de la belleza. La belleza, como las víctimas, “muere mil muertes”. Salò podría incluso tratar de la transición a la adultez.
Pero, como fuese, ¿Quién querría un Salò apolítico, de todas maneras?
Si no es absurdo, leído literalmente, Salò es lo que algunos teóricos del horror han proclamado, un intento consistente de empujar los límites de lo mostrable, de lo tolerable, del cine como medio artístico. Por algunas semanas, he estado dedicando fragmentos irrisorios de tiempo al trabajo fino necesario para escribir sobre Peter Sotos. El foco de la pieza en cuestión es la pregunta: “¿Importa Peter Sotos?” Si nos acercaremos a Salò como literal, esta pregunta también aplica.