Degeneración
La manera en que nos relacionamos con el poder y la sociedad se expresa directamente en nuestro cuerpo. El cuerpo es, básicamente, el vehículo a través del cual se expresan y trasladan nuestras ideas, nuestra ideología y, por lo tanto, el poder. Por ejemplo, el paso del siglo XX al siglo XXI vio, junto al avance del capitalismo, un incremento en la esperanza de vida sin precedentes. O, por ejemplo (y adentrándonos en lo sexual), en muchos países y culturas el cuerpo estaba (o está) estrictamente restringido a lo heterosexual. La disidencia (cualquier forma de expresión sexual no articulada según el statu quo) fue castigada con distintos grados de severidad o sobre distintas partes del cuerpo según las particularidades socio-culturales de quienes llevaban a cabo el juicio y la sentencia. En algunos lados, la pena se restringiría a lo reproductivo y sexual, sometiendo al individuo a la castración química, como a Alan Turing. En otro momento y lugar, la sentencia podía llevar a declarar un castigo sobre la misma vida, ejecutando a un humano en función de su misma sexualidad. Las relaciones de poder de un grupo (heterosexualidad) respecto a otro (disidencias sexuales) se ven, de esta manera, expresadas en nuestros cuerpos.
Pero el poder no se expresa en nuestro cuerpo pura y exclusivamente a través de lo sexual, sino que lo hace de forma mucho más abarcativa. Por ejemplo: el modo de producción capitalista del siglo XXI creó un tipo humano específico, con un conjunto de dietas, trabajos, e incluso “apariencias” diferentes del tipo humano generado por el siglo anterior. La dieta que llevemos, el trabajo que desempeñemos, la cantidad de golpes y heridas (simbólicas y literales) que nos ha infligido la vida, etc., son todos aspectos que se manifiestan a través de nuestro cuerpo y se ven determinados por entramados económicos, políticos, sociales y culturales. Esto es tan así que, dependiendo del rincón del planeta en que nazcamos y la clase social a la que pertenezcan nuestros progenitores, tenemos más o menos probabilidades de sobrevivir durante nuestra infancia.
Objetos Desechables
Esa es la profundidad en la que están vinculados cuerpo y poder. Todo acto de expresión política (ya sea apoyando al statu quo o disertando con este –en distintos grados, puntos, lugares, desde distintas clases sociales y etnias, etc-) conlleva una relación distinta de nuestro cuerpo con la sociedad. La sentencia (o no) que ejerce la sociedad cuando decidimos obedecerla es siempre y en todo lugar aplicada a través de él, y no son pocos los casos donde tener un conjunto de ideas específico puede derivar en el daño máximo que se le puede ejercer a nuestro cuerpo: la muerte. Vivimos por y para el poder y la ideología. No somos más que su recipiente.
Y es que, por más que no seamos conscientes de ello, replicamos, transportamos y aplicamos el poder a través de nuestros cuerpos y sobre los de otros. El paso a la modernidad y el advenimiento de las democracias liberales derivó en una especie de “ocultamiento” del poder. Este se estratificó, se dividió en innumerables cuerpos burocráticos, creó gobernaciones, intendencias, ministerios, todo un andamiaje a través del cual el poder parece diluirse pero que, en realidad, no hacen más que enmascararlo. El cuerpo se encuentra inmiscuido de manera tan profunda en estas relaciones de poder que, cuando estas se reestructuran, cambian también los mecanismos coercitivos (o coactivos) a través de los cuales este se reafirma y manifiesta.
Máquinas de guerra
Esta transición a un poder “oculto” generó al mismo tiempo un conjunto de mecanismos a través de los cuales este se vehiculiza silenciosamente. La ideología, por ejemplo. Después de todo, ¿Cuántas veces hemos escuchado respecto a gente despotricar respecto a la implementación de, por ejemplo, el cupo laboral trans? “Las personas tienen que ser elegidas por su aptitud para el trabajo, no porque se autoperciban un helicóptero apache de combate blablabla”. Un claro ejemplo de poder trasladándose silenciosamente a través del individuo, que, apelando a cierta ideología, a ciertos valores en los cuales se crió, costumbres, etc., se extiende y ejerce sobre otros. La manifestación de este poder es tan cruda que algunos individuos, inoculados excesivamente por la ideología y llevados al fanatismo, terminan por cometer crímenes de transodio.
Y ojo, no es que quienes vociferan contra el cupo laboral trans sean necesariamente individuos pertenecientes a un estrato favorecido de la sociedad. Lo que sucede es que el poder se transporta a través de ellos, se replica y se ejerce sobre otros (puesto que el poder sólo es tal en la medida en que se ejerce), pero no necesariamente los hace parte de la estructura de la cual este proviene. Nosotros (el común de los humanos) somos cámaras de resonancia de una orquesta de la cual ni siquiera formamos parte, pero que nos lastima, moldea, ultraja, utiliza y luego descarta. Triste es que, además de ser utilizados y violados en nuestro mismísimo templo, lo hagamos convencidos y, a parte, alcemos el grito en el cielo en defensa de nuestros abusadores.