Monster: The Jeffrey Dahmer Story es la segunda producción de Ryan Murphy en un proyecto al que me referiré como «antología del crimen gay».
Siendo el primer installement American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace, por supuesto.
A continuación, procederé a analizar Monster en cuanto televisión. También le echaremos un vistazo a cómo trata ciertos tópicos que el caso de Dahmer atraviesa. Por último, planeo discutir brevemente las condiciones de producción de la serie y las implicancias éticas del true crime.
Para poder ahondar apropiadamente en los aspectos de la serie que me interesan, voy a asumir que tenés un conocimiento, aunque sea tenue, de:
- Quién es Ryan Murphy
- Qué es The Assassination of Gianni Versace
- Quién fue Jeffrey Dahmer y qué hizo
Comencemos.
Antecedentes: The Assassination of Gianni Versace
The Assassination of Gianni Versace es gran television, a pesar de tener un tufillo neoliberal horrible.
The Assassination oficia de segunda temporada de American Crime Story y consiste de 9 capítulos que cuentan tanto la historia de Versace como la de su asesino, Andrew Cunanan. También hay un enfoque en una de las víctimas anteriores de Cunanan, cuyo asesinato es quizás uno de los momentos más conmovedores y mejor logrados de la serie.
En líneas generales (tono, ritmo, libro, dirección de arte…), es televisión de primer nivel.
Pero por momentos, la serie peca de cierta falta de sutileza típica de las producciones de Murphy. Básicamente, algunos episodios apestan a la lección moral de que Versace «se hizo de abajo» y era un gran trabajador y su asesino empezó a ser despreciable mucho antes de los homicidios, al elegir ser un mitómano arribista obsesionado con la fama, en lugar de enamorarse de una disciplina desinteresadamente.
Cuánto concuerdo o no con esta visión está fuera del foco de esta pieza. Spoiler: No estoy completamente en desacuerdo. Pero la forma en la que esta visión transpira en algunas líneas de diálogo resulta «cortamambos», por así ponerlo, para aquellos miembros de la audiencia a los que no nos gusta que nos ordenen tan explicitamente qué tenemos que opinar.
Este tipo de líneas son las que me hicieron imposible terminar The People v. O. J. Simpson, la primera temporada de American Crime Story. No me malinterprete, lector/x: No soy intolerante a chupadas de medias a la familia Kardashian. Pero demando que al menos sean sutiles. No podes ponerme a Robert Kardashian almorzando con una niña Kim y dandole un sermón que comienza con algo del estilo de «Sos una Kardashian, y como una Kardashian, estos son nuestros valores morales…». Es un montón.
Pero, en síntesis, The Assassination… tiene momentos conmovedores, un pacing tóxico, y a un Ricky Martin que descolla con nada.
Monster: The Jeffrey Dahmer Story hace excelentemente aquello que The Assassination… hizo bien. Pero tambien profundiza en los errores de su antecesor.
Hablemos de televisión un cachito
Tuve mi primer acercamiento a la posibilidad de escribir sobre arte a los 15-16 años, cuando compré una copia de Contra la Interpretación, de Susan Sontag. Desde que empecé a detectar la crítica como crítica, y desde que la consideré un posible pasatiempo, me persiguió el temor de no enfocarme lo suficiente en los aspectos técnicos de una obra.
No quiero discutir Monster como si la serie fuese una mera excusa para hablar de raza. El arte no funciona así. No es un ensayo maquillado, es un exorcismo de tensiones más profundas que las de una mera argumentación.
Esta serie es gay
La serie en sí cuenta con alto contenido erótico de Evan Peters. Las discusiones sobre «the female gaze» o «the male gaze» son una moda ya en retirada. Pero, en este caso, la mirada de la cámara es notoriamente gay. Eso trasluce, particularmente, en cierta escena en la que el lunático despierta en una habitación de hotel, compartiendo cama con el cadáver de su segunda víctima.
Lo acontecido se nos revela mientras la cámara barre la escena de tal forma que se nos vuelven centrales las nalgas y el bulto del maniático, ocultos bajo un brief blanco. ¿Era necesario mostrarnos todo el McCombo de Evan Peters para hacernos saber que Dahmer acababa de cometer su segundo asesinato? Por supuesto que no.
Y como esa escena, hay muchas. La serie no es sólo gay porque trata sobre un homosexual, o porque honra a víctimas LGBT y visibiliza problemáticas «del colectivo». Más allá de esto, la serie es gay porque está hecha desde una perspectiva gay. Y entonces, en esos pequeños detalles de cámara, se juega con cierta hibristofilia que siempre impregnó a este caso. Básicamente, lo que la cámara nos está diciendo es «Un horror, pero toda.»
Qué bien actuán todos, Dios los bendiga
Todo el elenco es fenomenal. Evan Peters, Niecy Nash & Richard Jenkins son majestuosos. Tanto en el caso tanto de Peters como de Jenkins, me llamó la atención lo precisa de la reproducción del tono de voz y la cadencia en el habla de sus interpretados (Jeffrey y Lionel Dahmer). Todos los involucrados en este proyecto hicieron la tarea y se nota.
Cierta unidimensionalidad
Discutiendo The Assassination…, mencioné la falta de sutileza de la que suelen pecar las producciones de Ryan Murphy. En este caso, hay un episodio entero (el 7mo) que incurre en este error, en esta subestimación de la audiencia. Esto de debe, más que nada, a que el episodio se siente compartimentalizado, estancado. Siento que la planificación de cómo se iba a contar la historia hizo que el episodio 7 fuese «el episodio en el que profundizamos sobre la problemática racial y cortamos con un careo muy unidimensional y flojo de papeles.»
No es un mal episodio per se, pero juega al limbo con la vara altísima del resto de la serie.
¿Por qué?
Una pregunta central en Monster es: ¿Por qué alguien se vuelve capaz de desear lo que Dahmer deseaba y de cometer crímenes tan aberrantes?
Monster baraja una serie de posibilidades. Algunas son sociales, otras son más bien médicas. Desde la masculinidad contenida y represiva de Lionel Dahmer (padre del polarizante personaje), hasta los intentos de suicidio y la sobremedicación de su madre, pasando por la homofobia imperante, las consecuencias psicológicas de tener padres divorciados, o la disección de animales muertos como mecanismo de bonding entre padre e hijo. Incluso se atisba a un componente genético.
Cuando se discuten los signos de sociopatía/trastorno antisocial de la personalidad, muy a menudo se centraliza la tortura de animales pequeños como signo de que algo está gravemente mal y va a estar peor. Pero, a lo largo de Monster, vemos a Lionel Dahmer, padre de Jeffrey, como actor e instructor de pequeñas inspecciones y torturas. Algunas de ellas luego «riman» con los crímenes».
Incluso se le guiña el ojo a la posibilidad de que este sea un caso paroxístico de homofobia internalizada. Algo del estilo de «Dahmer tenía que drogar a sus víctimas porque le resultaba tan aberrante ser homosexual que ni siquiera quería que el otro buto lo viera ser gay con él». Discutir esto sería ya discutir sobre el caso, dejando a la serie de lado, cosa que no me interesa.
La frustración de no poder aprender nada
Por supuesto, no hay una respuesta única. Probablemente se trate de un asunto multicausal. Quizás todos estos factores sean relevantes. Quizás ciertas predisposiciones genéticas pesen más que cualquier causa a la que uno pueda apuntar. Dios sabe. Pero esta búsqueda de explicaciones está muy bien abordada, motoriza a la historia y le da un arco coherente a Lionel.
La centralidad en las víctimas
El mayor diferencial de Monster en relación a otras adaptaciones de los crímenes de Dahmer es que visibiliza a las víctimas. Esto es algo que ya sucede en The Assassination, y que rompe con un vicio común tanto en el cine como en el periodismo y otras formas de ficción.
En Monster hay una centralidad en Glenda Cleveland, vecina de Dahmer, como testigo no-escuchada de los crímenes y luego compañera de las familias de las víctimas. Es un personaje rico, profundo, y en líneas generales, debidamente explorado. Además, como mencioné hace unos párrafos, la interpretación de Niecy Nash es inolvidable.
Esta serie tiene un componente racial fuertísimo, y eso tiene sentido. Dahmer era un hombre blanco, viviendo en una comunidad mayoritariamente negra, que solía asesinar a muchachos de color. A esto hay que añadirle el hecho de que tanto en la realidad como en la serie, hay instancias en las que, básicamente, la policía y el sistema judicial lo ayudan a continuar con su conducta predatoria.
El 6mo episodio de Monster quizás sea el mejor de la serie. Si me hubiesen arrojado todo este bagaje a mí, pidiendome que escriba un guión ficticio basado en el caso, lo habría convertido en una comedia negra a la The House that Jack Built, y hubiese terminado en el equivalente a los 30 minutos del episodio 6. Con un arco de redención bizarro y cruel, pero con el mejor personaje de la serie (Tony) vivo y feliz.
Tony, una de las últimas víctimas de Dahmer, aparece como una presencia radiante en la trama. Y sirve al protagonista como su primer amigo real, y su última chance de ser feliz alguna vez. Por supuesto, el abominable termina con la vida de Tony, en una secuencia enfurecedora por lo absurda. Monster parecería estar protagonizada por una presencia maligna más allá del individuo que le da título, que lo fuerza a destruirse y destruir al objeto de deseo casi como una forma de prevenir su propia redención.
El problema
En conclusión, Monster es buena televisión. Artísticamente, está por encima del grueso de las producciones de Netflix. A su vez, continúa con el proyecto de The Assassination… de ofrecer una contraofensiva (aunque sea módica) al true crime hibristofílico.
Como mencioné anteriormente, esta serie nace de investigaciones profundas sobre este caso, y atina en cada pequeño detalle posible. En cuanto dramatización de acontecimientos reales, es más que proficiente.
De todas formas, tengo dos cuestionamientos de cara a Monster. El primero concierne qué nos dice sobre el estado de nuestra industria cultural. El segundo, concierne sus condiciones de producción de cara a las familias de las víctimas. Voy a empezar por el final.
Trauma porn
Monster centraliza a aquellos que intentaron detener a Dahmer, fueron asesinados por él, o perdieron a un hijo por su culpa. De hecho, en los episodios finales se nos pone al tanto de la lucha judicial para que las familias reciban las ganancias de toda producción cultural vinculada al homicida.
Lamentablemente, Monster mismo le falló a las familias de las víctimas en este aspecto.
Como bien comentó en Twitter un primo de Errol Lindsey (una de las 17 víctimas de Dahmer), nadie de parte de Netflix o Ryan Murphy contactó a las familias con respecto a la serie. Es decir, no sentaron a la mesa a la gente que pretenden honrar y, por lo que se sabe, tampoco los están haciendo partícipes de las ganancias de la serie. En cuanto producto cultural, Monster adolesce de lo que denuncia.
Las familias de las víctimas tienen que transitar un duelo complicado y plagado de indignidades, y esta es una de ellas. No tienen control alguno sobre la narrativa sobre lo que les sucedió. No pueden ni ser dueños de eso.
A su vez, la misma atención al detalle que hace de esta una gran ficcionalización, la vuelve particularmente retraumatizante para las familias de las víctimas. Es trauma porn.
Good Fiction, Made Quick
Supongamos que la serie de Jeffrey Dahmer se produzca con la intención artística de exorcisar un mito de la cultural pop norteamericana. Algo es cierto: Si bien convencionalmente atractivo en alguna que otra foto, el personaje de Dahmer es consistentemente patético. Tan patético como lo fue el mismo ser humano. Y al mostrarnos a las víctimas como personas reales cuyas vidas fueron truncadas por las necesidades patológicas de un enfermo y ahondar sobre el daño provocado, casi no quedaría espacio para la romantización o la hibristofilia.
Ahora: ¿Podría haberse contado la misma historia, inventando personajes nuevos, inspirados en hechos reales? ¿Podrían haberse considerado otras posibilidades, otras líneas de fuga? ¿Se podría haber usado a la ficción como alivio, para jugar con lo que debería haber sucedido? Por supuesto. ¿Por qué no se hizo?
La llegada del true crime al mainstream y las necesidades comerciales de Netflix hicieron una tormenta perfecta.
Adaptar propiedad intelectual ya existente y ficcionalizar acontencimientos reales implica:
- Menores costos de producción.
- Menor riesgo.
- Mayor velocidad a la hora de idear y escribir.
- La posibilidad de aplicar un blueprint a prueba de boludos en materia de marketing.
La razón por la que estamos consumiendo la historia de Jeffrey Dahmer por sexta vez en 20 años es que es más barato y eficiente que hacer algo nuevo. Y eso es un problema de incentivos gravísimo. Necesitamos imaginar otra vez.
¿Podemos olvidar, por favor?
Como comentario final, me gustaría retomar al asunto de las sensibilidades de las personas reales involucradas en este caso. A lo largo de Monster, se hace un énfasis en el trato diferencial que recibe Dahmer con respecto a sus víctimas y denunciantes. Esta diferencia se extiende a las familias.
Notablemente, en Monster se omite a David de la historia. David Dahmer es el hermano menor de Jeffrey.
En todas las historias alrededor de su hermano, a David se le da una chance de tener una vida normal. David cambió su nombre y en la serie se lo menciona sólo como «a nice, normal kid». Se lo alude dos veces, en líneas dialogales, pero nadie lo interpreta. Su trauma no está adaptado a la pantalla. No tiene voz. Nadie sabe cómo se ve. Nadie sabe qué fue de él. Nadie se pregunta dónde está. Se lo protege de lo que su hermano hizo. Se le permite tener una vida. Se le permite olvidar un poco. ¿Por qué no extendemos la misma compasión a las familias de las víctimas?