La conquista de la realidad

Para efectuar un análisis de la sociedad y de las problemáticas que la atraviesan, se vuelve necesario describir la estructura sobre la cual esta se cimenta: el universo simbólico. El universo simbólico es, básicamente, el conjunto de aspectos culturales, morales, políticos, sociales, religiosos, etc., que se sitúan por fuera del plano material (en el plano simbólico). Es a través de las normas que este nos impone, que nuestro comportamiento se ve limitado, afectándonos en el plano de lo material. En la actualidad, la institución simbólica por excelencia es el Estado, el cual a través del monopolio de la coerción legítima nos impone este conjunto de normas, y nos castiga de infringirlas.

Así, el universo simbólico constituye principalmente 2 cosas: un lente a través del cual percibimos la realidad, y un conjunto de normas que nos impiden realizar una gran cantidad de acciones. No obstante, la realidad es más rápida que el universo simbólico a través del cual la percibimos, y se impone sobre nosotros con inevitable violencia cada vez que elegimos contradecirla, empujándonos a la aceleración y creando una especie de paradoja temporal en la cual vivimos: mientras el universo simbólico nos dicta conductas que asumir, responsabilidades, normas morales, etc., estas mismas pierden validez en el mismo momento en que son formuladas, apelando a una realidad que ya no existe, que se reformuló bajo sus propios términos y que exige que nos comportemos de una manera diferente. Es por esto que, para reformular nuestra conducta frente a la realidad (que cambia y se reconfigura constantemente) se vuelve necesario apelar  al lenguaje de las experiencias, es decir, nuestros instintos.

Los instintos primarios del humano son la violencia y la velocidad. El humano está constantemente buscando acelerarse a sí mismo para reconfigurarse en función de lo que requiere el momento y volverse un Ubermensch, un superhombre, pero el universo simbólico lo restringe y lo limita en su accionar. Esta contradicción temporal entre lo que el universo simbólico nos dicta y lo que la realidad nos impone se vio acelerada de manera exponencial con el avance tecnológico del último siglo, y se ve reflejada en las numerosas crisis políticas y económicas que aquejan a la institución del Estado. Los destellos de violencia que estallan en la sociedad moderna son la luz escapándose sobre las grietas de un orden decadente y destinado a morir desde su misma génesis.

Solo apelando a la exacerbación de la violencia (entendida esta no  exclusivamente como el acto mismo de ejercer violencia sobre otros, sino como la disruptividad constante) y a la velocidad humana en conjunta colaboración con la máquina, podremos destruir el universo simbólico que nos restringe y liberar las barreras que nos separan de la realidad. El futuro es inexorable, conquistémoslo.