Jojo Rabbit (2019) es el nuevo film del brillante realizador neozelandés Taika Waititi, de fama internacional por sus films Hunt for the Wilder People (2016) y Thor Ragnarok (2017).
En su más reciente película, Waititi se propone encarar el tópico más crudo de toda su filmografía, la segunda guerra mundial, y particularmente, su pata más escabrosa: la ideología nazi y cómo esta moldeó la cosmovisión del pueblo alemán. Sólo hay un detalle, en lo que se refiere a su acercamiento al tema: no eligió la forma más sutil, ni la mejor, ni siquiera la que tomaría un director cuerdo.
JoJo Rabbit es una comedia satírica en cuyo centro se encuentra un niño de las juventudes hitlerianas cuyo amigo imaginario no es otro que el mismísimo führer en persona. Puesta en palabras, la premisa suena delirante, algo ofensiva, tosca, y más propia de un edgelord de Reddit que de un realizador laureado como el señor Waititi. Pero bueno, el neozelandés conoce algo de películas y lo que sería una mala idea llena de red flags en las manos de cualquier otro director, termina siendo una oda al potencial de cambio de la humanidad, a los valores más propios de la naturaleza humana y por sobre todo, a la inocencia infantil; además de ser una gran comedia y un gran drama cuando lo necesita. Con esta película, Waititi demostró ser un maestro y pionero de lo que debería venir para nosotros en tanto humanidad; ¿Qué?, ¿Qué quiero decir con esto? Ya lo sabrán, estimados lectores, luego de que cubra los aspectos más formales del film.
El film, como ya dije, está dirigido por Taika Waititi. Estelariza al debutante Roman Griffin Davis como el personaje principal, el joven Johannes Betzler, miembro de las juventudes hitlerianas y pequeño fanático del régimen y su líder. Luego tenemos a los siempre maravillosos Scarlett Johansson y Sam Rockwell, como la madre revolucionaria del pequeño Jojo, y su líder de escuadra de la hitlerjugend respectivamente, así también como a Taika Waititi, con su particular representación de Adolf Hitler. También podemos contar con Tomasin Mckenzie, Alfie Allen y Rebel Wilson, quienes redondean un elenco de talentos que lo dan todo para traer a la vida una visión tan particular de los hechos de la WWII.
El tono no va a ser del gusto de todos, pero debemos entender que esta película se centra en un niño de 10 años que cae víctima de la propaganda más feroz conocida por el hombre. Su punto de partida como historia es ya de por sí difícil de comprender para quienes que no hayan sido previamente informados sobre la temática del film- Sumemosle a esto que su amigo imaginario es Hitler, y que la película abre con un montaje de Triumph des Willens con música de The Beatles, y tenemos un combo aparentemente inviable como Manaos de uva y Chivas Regal.
Sin embargo, esa incómoda primera impresión se desvanece en el aire cuando Waititi hace lo que mejor sabe hacer en sus películas, hacernos reír. Los chistes son precisos cuales disparos de francotirador, muy pocos quedan sin reacción por parte del público y los que lo hacen por lo general sólo son “Set up” para un chiste mejor, un efecto ya conocido para quienes hayan paladeado algún trabajo del hombre tras Thor Ragnarok.
Esta eficacia puede ser atribuida principalmente a un guion maravilloso que encuentra el balance perfecto entre la comedia más negra, los chistes simples del giro lingüístico (más propios quizás de obras de teatro infantiles que de una película nominada al Oscar) y los momentos de absoluta y total honestidad emocional, algunos de los cuales dejarán a más de uno al borde de las lágrimas.
En los guiones de Waititi priman las frases breves y los intercambios rápidos plagados de “One liners”. También se le regala al elenco una batería de espacios para la improvisación, los cuales, en esta ocasión, fueron brillantemente explotados por los más veteranos de elenco en esta película, en especial por Johansson.
El elenco hace brillar a la película trayendo mucha profundidad y una impronta fuerte a cada uno de estos personajes, y permitiéndonos a nosotros en tanto público creer lo que está ocurriendo frente a nuestros ojos, por más ofensivo y falto de tacto que parezca a primera vista. Mención especial para los jóvenes Griffin y Mckenzie, quienes cargan buena parte de las escenas más duras del film sin ningún tipo de problema y sin escatimar en emocionalidad.
Hay cuestiones del cine de Taika Waititi que brillan en esta película más que en ninguna otra de sus producciones: su estilo deadpan para contar chistes, los personajes llenos de “quirks”, las elecciones poco convencionales de soundtrack (nuevamente destacan los Beatles y Bowie a contramano del período) y score, su tendencia a los cortes abruptos con tomas de microsegundos para enfatizar un chiste y ayudarlo a llegar a la audiencia… Hay una escena en particular que involucra a Hitler y una ventana, que es una sumatoria de todo esto y es un gran ejemplo de cómo entiende la comedia el realizador neozelandés.
A su vez, el director de What We Do in the Shadows nos deja ver su lado más sensible, y nos muestra una ventana a lo que él entiende que es la función del cine, del arte, y en cierto punto, me atrevería a decir, su deseo a futuro para el arte que viene. Son escenas delicadas, sin muchas tomas, en donde se enfatiza la honestidad de las emociones en pantalla, a los actores y al guion se les da espacio para respirar, para encontrar su temática, y comunicarlo de la mejor manera – si la van a ver, estén muy atentos a una escena que involucra a una mariposa azul, hermosamente devastadora.
Es por esto, mis estimados lectores, que Jojo Rabbit es una de las grandes películas de este año, y quizás la magnum opus de Waititi, porque es una película que bajo ningún precepto debería funcionar, y sin embargo aun así lo hace, y lo hace teniendo a la audiencia bajo su control durante dos horas, respondiendo a cada broma con una risa, y cambiando la emocionalidad a un tono serio y contemplativo en meros segundos, sin sacrificar el impacto de estos. Sin dudas, una gran película. No una obra maestra, bajo ningún concepto, pero no veo por qué no podría serlo de aquí a algunos años…
Puedo oír las quejas desde aquí, sé que quizás caí en la hipérbole, pero confíen en mí. Primero que nada, no, Jojo Rabbit no va a quedar en ningún canon cinematográfico al lado de The Godfather o Psycho. No pasará a ser considerada tampoco una de las grandes comedias de todos los tiempos, ni tampoco una de las grandes películas sobre la segunda guerra mundial. Sin embargo, el film de Waititi- y él mismo, junto con su cuerpo de trabajo- entrará en la historia como heraldo, o mejor dicho precursor, de los desarrollos metamodernos que se comienzan a dar en todas las áreas donde se despliega el intelecto humano… Si, también los estoy oyendo llamar al psiquiátrico por inventar terminología, pero permítanme explicar cómo el metamodernismo se hace carne- celuloide, mejor dicho- en la obra de Waititi, y como esta nueva ola de desarrollos puede ser lo que necesitemos para comprender y dar soluciones a este mundo tan complejo en el que vivimos.
breve introducción al metamodernismo
Permítanme unas breves palabras sobre el metamodernismo. El metamodernismo es un conjunto de desarrollos en filosofía, estética, literatura y cultura que están emergiendo desde –y como reacción- al posmodernismo. Una forma de entender al metamodernismo es verlo como una serie de mediaciones entre aspectos del modernismo y el posmodernismo, particularmente los valores morales e intelectuales consagrados por el primero, y la crítica a la sociedad del segundo.
Podríamos sintetizarlo como una filosofía sin forma definida aún, que busca el fin de la dicotomía cultural entre el posmodernismo irónico, relativista y amoral, y los grandes relatos, los idearios románticos, y las respuestas (aparentemente) concretas que se daban en las épocas del modernismo. Algunos teóricos incluso han denominado a esta nueva corriente como una suerte de “ingenuidad informada”, o un “idealismo pragmático”.
El metamodernismo se nos revela entonces como una ideología que no desconoce los avances de la posmodernidad en cuanto al entendimiento de las relaciones humanas y de cómo estas adscriben significado a convenciones sociales, culturales y económicas, pero que a su vez se rebela ante la ironía y pesimismo innato al posmodernismo en detrimento de la búsqueda de realidades más concretas, ya sea en las relaciones sociales como en las grandes narrativas o incluso en los valores que se consagraron durante la modernidad… Un collage por demás interesante de seguir en su desarrollo.
Ahora bien, ¿Qué tiene que ver esta amalgama de ideas con el cine de un descendiente de maoríes, y más específicamente con su última película en la que un chico de 10 años tiene como mejor amigo a Adolf Hitler? Y por, sobre todo; ¿En qué planeta es este un planteo sensato llamar genio al tipo que hizo esta película, y decir que ganará la inmortalidad por ello y coso…? Bueno, estimados lectores, antes de que me acusen de hipérbole -de nuevo- déjenme explicarles brevemente a qué me refiero.
Verán, el señor Waititi, en sus películas, suele rondar sobre temas bastante universales, llámese relaciones de familia, el sentido de pertenencia, la infancia, los ídolos y la idolatría- o, mejor dicho, el culto a la personalidad- y por supuesto, una buena dosis de amor para terminar de condimentar su ensalada filmográfica. Temas por demás comunes en cientos de otras películas, sin lugar a dudas, cosas que ya se han visto: familias elegidas por los protagonistas basados más en afecto que en la convención social, el fracaso de los ídolos, etcétera, etcétera… Sí, cosas que ya se han visto, pero ahí es donde la magia de Waititi como realizador de películas y heraldo del metamodernismo entra en acción. Su acercamiento a estas cuestiones por medio de sus obras deja en evidencia ciertas peculiaridades escasamente exploradas en grandes ideas a las que ya estamos acostumbrados.
Tomen por ejemplo la idea de que la base de sociedad es la familia. Si lo vemos desde una postura posmoderna, vendrán a nosotros conceptos tales como la sociedad patriarcal, la estructura de la familia determinada por las necesidades de los capitales industriales del siglo XIX, entre otras ideas de las cuales echaremos mano para explicar la afirmación inicial. Caso contrario si nos paramos en una postura moderna. Nuestra elaboración del concepto partirá de ideas que se perciben ulteriores, eternas e inexorables, como puede ser el amor, el patriotismo o incluso el derecho natural o, como en la mayoría de los casos, Dios como fuente de todo. Desde ahí se construirán razonamientos, ideas, y relatos que serán tenidos como la explicación última de la idea de que “la familia es la base de la sociedad”. Bastante simple.
Un metamoderno, como lo es el señor Taika Waititi; partiría desde otro punto narrativo, y no buscará ni refutar y revalidar la afirmación, como lo haría un moderno, ni explicarla al punto de volverla una mera abstracción del intelecto humano, como lo haría un posmoderno.
El metamoderno buscaría la razón tras esa afirmación, la esencia más intangible del concepto que desee tratar y la traería al frente limpiando de ella todas las capas innecesarias y excedentes que se han ido acumulando a lo largo del tiempo. Y una vez obtenida esa esencia pura e inmutable, construirá una narrativa que nos llevará a la obtención de un nuevo concepto, el cual será sensible a los vicios que otrora portaba, pero se presentará así mismo limpio de ellos, con su esencia por delante y listo para mutar en algo más real y concreto.
Y es precisamente aquí donde brilla el cine de Taika Waititi, todas sus películas desarman las ideas más sagradas de sus capas de innecesaria complejidad, dejando al descubierto lo más puro en sus personajes, en sus narrativas y en nosotros como espectadores. Esto lo vemos en su interpretación de la libertad en Hunt For The Wilder People, como algo que es permanente y constante a toda la experiencia humana; en su desarme de la figura de Thor, en como reconoce lo ridículo del concepto para desnudar un personaje quizás más divertido y ameno de lo que se espera y trayendo a su vez las características más propias de un héroe al frente, llámese la lealtad, el desinterés, la fortaleza y la sabiduría, cosas que el Thor del MCU carecía hasta que Waititi lo despojó de lo que lo hacía Thor, el martillo, su larga cabellera, y su semblante permanentemente serio. Y, por supuesto, su última obra no es la excepción a la regla, y de hecho quizás sea donde más lo realiza, la obra donde más se arriesga, en la cual pone de manifiesto aún más cuestiones esenciales a la experiencia humana, y al horror que representó el periodo más negro de la historia. Sin dudas, una obra que no hay que dejar pasar.
P.S.: Podríamos recomendar más artistas que caen bajo esta idea de metamodernismo, pero, como somos vagos, solo vamos a dejar un video donde vemos cómo el ideario metamoderno se ajusta a la perfección a uno de los mejores cómicos de la actualidad, el señor Bo Burnham. Esperamos que lo disfruten.