James Bond ha muerto, larga vida a James Bond

Spoiler: Este ensayo incluye spoilers de Sin tiempo para morir.

Hoy más temprano, mi conyugue y yo vimos Sin tiempo para morir, la última entrega de la saga de James Bond estelarizada por Daniel Craig. A continuación, comparto algunas impresiones.

En estas mismas columnas, mi queridísimo colega Zicu22 analizaba cómo el género de superhéroes sobrevivió su propia deconstrucción. Primero con la trilogía de Batman de Nolan (2005, 2008 & 2012), y luego con Logan (2017).

Dicho rápido y mal, el film trata sobre el agotamiento del personaje de James Bond, que se vuelve anacrónico en un mundo en el que sus enemigos han dejado de existir (la matriz geopolítica cambió) y las dinámicas sociales sobre las que se erguía su galantería se han vuelto anticuadas. Es una exploración de un personaje cuyo mundo simbólico ha muerto.

Un Bond sensible, enamorado y dispuesto a paternar (para usar un término que a les feministes les gusta mucho) decide salvar al mundo e inmolarse, al tener una garantía de que no podrá llevar la vida que quiere con su hija y con su esposa. Consecuentemente, podría decirse, James Bond ya no puede ser un agente secreto. Recordemos la mítica escena de Heat (1995):

De hecho, el mayor momento de debilidad que tiene Bond en toda la cinta, no es aquel en el que está de copiloto en una motocicleta conducida por una mujer de color, como ciertos fascinerosos sugirieron absurdamente. Al contrario, se trata del momento en el que el villano de la cinta, Safin involucra la vida de la hija de Bond en una negociación. Bond es débil como un hombre noble puede ser débil.

El Bond final es un Bond cuyas razones para despertarse al próximo día deberán ser personales, no profesionales. Spectre ya no existe (era una organización alineada con la Unión Soviética de todas formas, todos estos años fueron sobrevida). Blofeld está muerto. El hombre que lastimó a su esposa irreversiblemente tampoco está ya entre nosotros. Su puesto fue tomado por una nueva agente.

Esta es la mejor conclusión que el arco de personaje que Bond podría haber tenido. Se va con una explosión, permanece como mito. Cualquier otra cosa llevaría a una mayor prostitución de la propiedad intelectual, ya no con fines artísticos sino comerciales. Con este cierre tan emocionalmente pesado y tan inteligentemente ejecutado, James Bond podría no sufrir el destino de Los Simpsons.

El filme dialoga con el mundo exterior de una forma majestuosa. No es preachy, como ciertos reaccionarios han denunciado. Pero sí deja en evidencia que Bond (y lo que Bond representa), aunque noble, ya ha perdido filo.

Un ejemplo bastante claro es su primera escena con Paloma (Ana de Armas). Se encuentra con Paloma en Santiago de Cuba, con una misión. Él ve a Paloma en un bar. Discúlpeme, lector/x, si los términos que voy a usar en la siguiente oración le resultan demasiado técnicos. Paloma está, prácticamente, con las tetas afuera. La vistosa muchacha lleva a Bond a un subsuelo. Mientras caminan por las escaleras, se da el siguiente diálogo:

-¿Es esta tu habitación? No tonto, es una bodega.

Una vez dentro de la bodega, Paloma comienza a desabrocharle la camisa. James Bond lo interpreta como una señal de deseo. Le pregunta si no le gustaría que se conocieran antes. En boca de otro personaje, esto podría ser interpretado unívocamente como una broma. En boca de Bond, no. Paloma ríe y le pide disculpas, no va a pasar. Desde detrás de unas botellas, produce un smoking y le dice que se lo ponga. El resto de lo que sucede hasta el próximo corte es irrelevante, y no es sexo. De hecho, en toda la película, Bond no tiene sexo con un personaje que no sea su esposa. De hecho, apenas tiene sexo una vez, al comienzo de la cinta.

Para quienes, como el literato español Arturo Pérez Reverte, usaban a James Bond como self-insert para experimentar vicariamente, en la ficción, el despliegue de una masculinidad imposible, esto viene como una decepción. El primer James Bond, encarnado por Sean Connery, era un galán todopoderoso que no estaba atado a ninguna mujer. Este Bond que recuerda, que anhela, y que demuestra debilidad humana no es seductor para quienes sólo pretenden que la ficción les diga que ellos deberían dominar el mundo y coger.

El final de James Bond es el final del Siglo XX. Gracias por los recuerdos.