“-¡Arrakis es una incógnita! Caladan era su hogar, pero les hemos desarraigado de allá. No tienen hogar. Y temen que el Duque les falle.
Hawat se envaró.
-Unas palabras como esas pronunciadas por cualquiera de mis hombres sería suficiente para…
-Oh, basta con eso Thufir. ¿Es derrotismo o traición por parte de un doctor diagnosticar correctamente una enfermedad? Mi única intención es curar esta enfermedad.”
– Dune, Frank Herbert
Historia clínica
El capi████o neoli███l ganó. Vista en retrospectiva, la caída del Muro de Berlín no fue más que el último estertor de una agonía que ya llevaba años siendo irreversible. Cualquier ilusión de que el comunismo soviético podía reformarse para ser menos autoritario murió con la brutal represión a la Primavera de Praga de 1968, que dejó a la vista que sólo la negación y la fuerza de las armas podían mantener al sistema en pie, y ninguna de las dos funcionaría por siempre. Al final del día, la conclusión de la Guerra Fría resultó ser tan concisa como irrefutable: el comunismo no funciona.
La receta para la victoria del c██ali██o n██ib█al era sencilla: extender la lógica del libre mercado a todos los órdenes de la vida. Esto se lograría reduciendo las funciones del Estado al mínimo posible, privatizando los servicios antes brindados por entes públicos, y removiendo barreras y regulaciones al comercio, la industria, y el flujo de capitales. El único objetivo de los gerentes y empresarios debería ser incrementar las ganancias de sus accionistas, y el único rol del Estado debería ser cuidar un marco legal lo más abierto y desregulado posible, lo que permitiría desatar el enorme potencial productivo retenido por la interferencia gubernamental. En el libre mercado, las empresas competirían entre sí por atraer clientes, con los mejores productos posibles a los precios más bajos, y a su vez, el mejorar sus procesos y aumentar sus ganancias les permitiría ofrecer mayores salarios y beneficios para atraer a los mejores trabajadores posibles.
Para los defensores más optimistas del neoli██lis█o, desatar a las fuerzas del mercado traería paz, libertad, democracia y prosperidad a un nivel global. Cualquier contratiempo o retroceso sería sólo temporal, y seguramente debido a no aplicar las recetas con suficiente vigor. Y puesto que el ██it██mo ne█lib██ no es solo el sistema triunfador de la Guerra Fría, sino que también es el único sistema moral, nadie, salvo algún comunista trasnochado o malintencionado, podría imaginar o querer otra alternativa posible. Y como no hay otro sistema posible o aceptable, no queda más que sentarse a ver cómo el c█pi██smo ne██eral alcanza su inevitable victoria y como la historia llega a su fin.
Síntomas
Como el c█itali██o n█lib█r█ es la única explicación del mundo posible que quedó en pie, y el único sistema moral, fue el único candidato posible para llenar el vacío dejado en Europa del Este tras la caída del comunismo.
Los expertos occidentales acudieron en masa a los países recién liberados del yugo soviético con maletines llenos de recetas y planes para barrer con la resaca comunista tan rápido como fuera posible. El resultado de esta terapia de shock fue un aumento colosal de la desocupación y, con ella, el colapso de la expectativa de vida. La mortalidad adulta aumentó un 12,8 %, lo que en los hechos significó más de tres millones de muertes prematuras. El costo humano fue mayor cuanto más profundas fueron las reformas, con Rusia sufriendo un aumento cuatro veces mayor que Bielorrusia. Según encuestas recientes, cada vez más habitantes de la ex URSS piensan que su colapso fue algo malo, y un 70% de los rusos creen que el gobierno de Stalin fue bueno para su país y aseguró la justicia social. En el ex bloque comunista, como dice un chiste búlgaro, lo peor del comunismo resultó ser lo que vino después.
La culpa no puede ser del ██oliber█smo, por supuesto. ¿Cómo va a causar daño el único sistema moral? El problema de esos países es la pesada herencia del derrumbe soviético, no puede haber otra explicación, ¿o sí?
Veamos entonces lo que pasó en Estados Unidos, la cuna del █pital██o n█oliber█, tras la aplicación de estas prescripciones a partir de los ’80. La liberalización del comercio y la industria debería haber llevado a un aumento en la competencia y una producción más eficiente, y con ello a una mejora tanto en salarios como en precios, tal como rezan los principios n██ber█s. Lo que ocurrió fue exactamente lo contrario: la agonía del libre mercado. Por empezar, el desmantelamiento de regulaciones antimonopólicas llevó a una mayor concentración la gran mayoría de las industrias. Al reducir la competencia, las fusiones corporativas generaron aumentos de precios, pero sin producir un aumento correspondiente en la eficiencia o en la capacidad de innovación. En pocas palabras, cobran más caro por los mismos servicios producidos al mismo costo que antes.
El aumento de los monopolios y oligopolios no es un accidente, sino la consecuencia de decisiones políticas consientes que benefician a unas pocas corporaciones con el poder de exprimir tanto a proveedores como a consumidores.
Estas decisiones políticas son resultado del lobby de una dirigencia empresarial que, habiendo recibido una educación con serias falencias morales y éticas, corrompe el proceso político para generar leyes que mutilan los libres mercados en beneficio de sus corporaciones, siguiendo hasta su conclusión lógica al mandato supremo de aumentar las ganancias de los accionistas. Con esta mentalidad, la dirigencia corporativa no solo lucha contra la existencia del libre mercado sino que hasta termina poniendo en riesgo a las propias empresas, ya que cada vez más accionistas son fondos de inversión cuya meta es generar para sí mismos la mayor ganancia posible a corto plazo, incluso aunque eso signifique tomar decisiones dañinas para el futuro a largo plazo de dichas empresas, a las que dejaran de lado en cuanto dejen de serles rentables.
El lobby corporativo incentivó cambios en la legislación y en la administración empresarial que llevaron a que el aumento de las ganancias generado por los mayores precios no se viese reflejado en mejores salarios: entre 1973 y 2014 la compensación recibida por los trabajadores aumentó apenas un 8,7%, mientras que la productividad neta aumentó en un 72,2% durante el mismo periodo.
Más allá de un congelamiento de los salarios en términos reales, la desregulación laboral también afectó a las condiciones laborales. La duración de la semana laboral, que venía bajando de modo constante desde principios del siglo XX, está estancada en aproximadamente cuarenta horas semanales, desde hace treinta años, e incluso esa cifra es un poco engañosa, ya que en la práctica la jornada horaria promedio aumentó a cuarenta y siete horas semanales. La combinación de sueldos congelados y jornadas crecientes produce un resultado tan obvio como lamentable: el 85% de los trabajadores detestan su trabajo.
Si bien es un tanto preocupante que el único sistema viable no produzca ni jugando de local los resultados resplandecientes que debería, al menos está reduciendo la pobreza, y eso es un triunfo innegable. Según el Banco Mundial, la pobreza extrema está en su nivel más bajo en toda la historia y eso es un triunfo puro y exclusivo del capit███o neolibe██. Seguro no hay nada que discutirles a estadísticas así de contundentes.
¿Pero qué pasa si las miramos más de cerca? Las estadísticas, después de todo, son como la lencería: lo que muestran es importante, pero lo que tapan es fundamental. En primer lugar, hay que mencionar que el Banco Mundial definió la Línea Internacional de Pobreza (LIP) en U$S 1,90 diarios. El problema es que esa línea es ridículamente baja: por poner un ejemplo, en EEUU, el Centro de Políticas de Nutrición del Departamento de Agricultura estimó que el presupuesto mínimo para cubrir nada más que los requisitos alimentarios básicos, es de U$S 5,04 diarios. Es decir, más del doble de la LIP del Banco Mundial.
No debería ser necesario enfatizar que una línea de pobreza que no cubre ni la comida suficiente para permanecer entre los vivos no es muy útil que digamos. Ahora bien, tomando esta línea de medición en lugar de la LIP, resulta que el número de pobres ha aumentado desde 1980.
Por otra parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estimó que en 2012 había 868 millones de personas sufriendo de malnutrición. La situación es aún peor si se la mira con más detalle. Las estadísticas de la FAO asumen un consumo calórico mínimo de alguien sedentario. Pero, si se revisan las cifras para ver cuántos no llegan a una alimentación acorde a los requisitos nutricionales de alguien con un nivel normal de actividad, resulta que hay 1.500 millones de personas malnutridas, número idéntico al de hace veinte años. Si se toma como mínimo un consumo calórico acorde a actividades intensas (como agricultura o trabajo manual, predominantes en los países más pobres), el número de personas malnutridas asciende a más de un tercio de la población mundial: 2.600 millones de personas.
Si el ██tali█mo neol█be█al aumentó la producción a nivel mundial, ¿cómo puede ser que todavía haya tanto hambre y pobreza en el Tercer Mundo? ¿A dónde fue a parar toda esa riqueza? Para responderlo no hace falta más que rastrear cómo se movió el dinero tras haber sido desatado y liberado de toda regulación. Desde 1980, los países en vías de desarrollo perdieron más de U$S 16 billones en diversos flujos de capital que fueron a parar a cuentas offshore, extraídos a través de distintos mecanismos legitimados por el n█olibera██o, como pago de intereses de deuda a organismos multilaterales, repatriación de dividendos de empresas multinacionales, y facturaciones aduaneras con valores fraudulentos pero que, por mandato de la Organización Mundial del Comercio, no pueden ser cuestionados.
Estos flujos de dinero terminan en los mismos lugares en los que se encuentran las ganancias generadas por la diferencia entre el aumento de la productividad y los salarios: en paraísos fiscales como Suiza, la Commonwealth británica y la City de Londres, donde dictadores se codean con CEOs mientras ambos esconden su botín comprando aviones privados y mansiones opulentas al por mayor, todo puesto a nombre de empresas fantasma gestionadas por un ejército de abogados dispuestos a darle a sus clientes la mejor ley que el dinero pueda comprar.
Con el “único sistema posible” dando resultados así de desparejos, no es sorprendente que muchos se sientan decepcionados con los gobiernos que corrieron a abrazar al n█olibe█lismo y, por extensión, con el sistema democrático que los puso en el poder. Al reducir el Estado y cederle el poder de regular los términos y condiciones de la sociedad a corporaciones privadas, los ciudadanos comunes se ven atrapados en medio de un fuego cruzado entre empresas cuya única finalidad es obtener alguna ventaja para sí mismas por sobre los demás. Mientras tanto, los gobiernos, atados de manos por la desregulación del flujo de capitales, se ven forzados a tomar decisiones que beneficien a los inversores internacionales, incluso cuando esto daña a los ciudadanos que los eligieron y para quienes se supone que deben gobernar.
El desencanto e impotencia que esto genera en los votantes hace que cada vez más de ellos dejen de interesarse por participar en un sistema democrático que parece no tenerlos en cuenta. Esto, sumado a la concentración de poder económico y político en un grupo cada vez más reducido de corporaciones, pone en riesgo los principios de participación en igualdad de condiciones que son fundamentales para el funcionamiento de una sociedad democrática. Las reformas que se suponía que iban a crear las condiciones para el florecimiento de la democracia terminan así debilitándola y generando las condiciones para el surgimiento de una cuasi-oligarquía donde la participación ciudadana es tan simbólica como estéril.
Diagnóstico
En los años anteriores al colapso de la Unión Soviética, los problemas y limitaciones del sistema comunista eran cada vez más evidentes para sus habitantes. Todos se habían dado cuenta de que el comunismo no funciona, pero como nadie podía ni se atrevía a imaginar algo distinto, no quedaba otra más que hacer de cuenta que todo estaba bien, siguiendo la corriente de un sistema agonizante pero tan impregnado en el ideario social que se había vuelto Hipernormal: no se podía ver nada más allá de él.
El c██talism█ ne█liber█l prometió traer prosperidad y democracia a escala global. Todo lo que hacía falta era desatar las fuerzas de mercado. Con la caída del comunismo tuvieron más de tres décadas para avanzar su visión sin la competencia de ideologías opositoras. En los países en los que entró a ocupar el vacío dejado por el colapso comunista el costo humano fue terrible, medible en millones de muertes. En los países en los que se impuso pacíficamente no fue mucho mejor: en vez de incentivar la competencia aumentó la concentración de monopolios y oligopolios cuya mera existencia pone palos en las ruedas del libre mercado; en vez de crear estabilidad creó un sistema donde las empresas hipotecan su futuro a cambio de unos dólares más al cierre de este año fiscal; en vez de generar prosperidad global concentró casi todos los beneficios en unas pocas manos; en vez de permitir a los trabajadores beneficiarse de su mayor productividad los mantiene atados a trabajos que odian con sueldos estancados y peores horarios que antes; en vez de erradicar la pobreza la dejo estancada al mismo nivel mientras los recursos que podrían aminorar ese sufrimiento van a parar a las manos de quienes menos los necesitan; y en vez de profundizar la democracia la ha dejado tullida, atrapada entre votantes apáticos y gobiernos impotentes.
Aun así, con todos estos problemas a la vista, los defensores del ██itali█mo n█olibe█l mantienen su postura panglosiana de que estamos en el mejor de los mundos posibles con el mejor de los sistemas posibles. En el mejor de los casos hacen oídos sordos a los críticos; en el peor de los casos los tildan de comunistas solo por tener la osadía de sugerir que algo puede no estar funcionando como debería, de que quizás no todo está bien. Así, irónicamente, se sumergen en la misma Hipernormalización que hundió al comunismo al que vinieron a derrotar.
Escapar de esa trampa no va a ser fácil, pero primero que nada requiere admitir la realidad, y aceptar que no es ni derrotismo ni traición decir lo que está pasando: el capitalismo neoliberal no funciona.