El sublime lenguaje de mi siglo

Aproximadamente una vez al mes, tengo una pequeña crisis – oh, bueno, “crisis” parece un término demasiado pesado. Esto es banal. Las crisis no son súbitas ni efímeras, tienen sombras extensas, son un desmigajamiento más que un golpe. Las crisis matan gente. Y quienes no mueren pero tienen que engrosar los números que evidenciarán “lo mal que está todo”, van a sufrirlo por mucho tiempo. No es anecdótico estar en la edad en la que la nutrición adecuada es particularmente importante, y debajo de la línea de pobreza.

Esto a lo que me refiero ahora no es una crisis. Más allá de mi parodia de sensibilidad social. Esto es un pequeño gesto de hartazgo. Puede ser porque alguien me reclama un papelerío estúpido (siendo “papelerío” más bien una serie de documentos .pdf, que tengo que producir en pos de un microobjetivo prescindible). Puede ser porque tengo los dedos sutilmente húmedos – y si bien yo no lo noto, la pantalla táctil de mi teléfono del trabajo lo hace, y comienza a escribir sucesiones absurdas de letras, en respuesta a estímulos fantasma. Pero eventualmente, tarde o temprano, algo me forzará a bufar como un viejo, arrojar al suelo algún artículo contundente y de poco valor, y alzar la voz como un pronto divorciado, con algo del estilo de “Tanta guita, tanto esfuerzo, tantos recursos desperdiciados en hacer este mundo de mierda.” Siendo un rídiculo, gritaré algo sobre Silicon Valley o sobre el stack de aplicaciones con las que tengo que lidiar, y las métricas que intento resolver como acertijos en el espacio entre la conciencia y el sueño, donde pronto voy a atajarme y forzarme a pensar en otra cosa. Quizás en el guión que quiero terminar. Guión que habría sido una novela, si no me hubiera sincerado al respecto. Nadie lee novelas. O mejor dicho, ya sé quién lee novelas. Los lectores de novelas son un club de gente que suele estar de acuerdo en casi todo. La forma de la época no es la novela.

El boom de la novela fue la consecuencia de un clima sociocultural específico, y de un avance técnico. El boom de la novela fue la consecuencia de la aparición del paperback. Antes del paperback, las novelas venían de a trozos en otras publicaciones. ¿Cuál es la forma de la época? ¿Cuál es “el sublime lenguaje de mi siglo”(para robarle a Wark su robo a Debord)? ¿Por qué las novelas y los novelistas se sienten tan anticuados? Escribir novelas teniendo menos de 40 años es un quirk como usar bombín, o como el vajillero de mi bisabuela que tengo en el comedor. Vajillero que no fue diseñado para un departamento, sino para las habitaciones amplias del caserón con patio central donde vivía mi bisabuela. Nuestros espacios son pequeños y nuestra vajilla no amerita la fanfarria.

Hoy tuve una pequeña epifanía, como aquellas que uno twittea todas las semanas. Me resulta complicado recordar cuál eran mis hobbies – o siquiera conjurar uno nuevo. Mi hobbie no puede ser discutir con desconocidos sobre asuntos de importancia relativa. No puedo tener una agenda de indignaciones personales todas las semanas. No puedo necesitar estar siempre en lo correcto. Alternar mi tiempo entre el dinero y la irrelevancia furibunda no es sustentable. O mejor dicho, no es mantenible. O mejor dicho, no es una buena vida. Todo esto parece demasiado “profundo”, quizás, o con aspiraciones a serlo, quizás parezca demasiado “sentido” – como que me tomo las cosas en serio. Como si estuviera convencido, de alguna manera, de que una diatriba racista de parte de @JuanPablo2380413413 forma parte de “lo real”. Cosa que me hace anticuado, un escritor de novelas que tiene un vajillero.

El compartir constantemente, opinar constantemente, “involucrarse” constantemente, termina convirtiendolo a uno en un personaje de sí mismo. Se cumple la fantasía fascistoide de los Public Service Announcements de los años 50s: La sociedad (y las pequeñas sociedades que las componen) se convierten en maquinarias, en las que cada individuo es un engranaje, y ese engranaje no tiene una vida interior. Todo es comportamiento, no hay secreto. Alguna polémica surge, los fascistas dicen algo fascista, los libertarios dicen algo irremidiblemente idiota, los kirchneristas dicen que la solución es el Estado y se regocijan en alguna figura que es estéticamente progresista pero funcionalmente reaccionaria, yo digo que es más complejo y que todos están equivocados. ¿Por qué no leen a Marx? ¡Si sólo leyeran a Marx! FullMetalSofi pide bala a los políticos. Un supremacista blanco inadvertido se lo celebra. ¿Por qué se codean con supremacistas blancos? ¡Cancela3! ¡Como si importase! Y lo llamamos praxis.

Llega un punto en el que decir es la parodia de hacer. En toda esta vorágine de opiniones y pasiones banas, no se hizo nada. Internet puede ser mejor – Carajo, ¡El mundo puede ser mejor! Pero las redes sociales son escenarios limitadísimos para encarar el proyecto. Hay que publicar tres memes por mes. Como praxis – desearías que fuera así de fácil. Como pasatiempo, es pésimo. Llévense a sus amigos y dedíquense a la carpntería. La reactividad, el tener que tener emitir juicio sobre todo, de tal manera que uno encuadre en la danza coreografiada de la opinología local, es anti-intelectual y anula la creatividad.

El conservadurismo suele concentrarse en la estética de “lo tradicional”. Mira a su alrededor, nota que algo está profundamente mal, pero no se atreve a decir qué. Improvisa una respuesta con un formato bastante predecible. El problema es el otro, que me lascera con su diferencia, con su color de piel, con sus aspiraciones, con su disenso, con su elección de amantes. Y tanto el conservadurismo como el progresismo son expresiones liberales – no enemigos de la época, sino sus descendientes naturales. Tanto la búsqueda interior del reaccionario como la búsqueda interior del progresista son procesos guionados, que desembocan en identidades de consumidor.

“Tener valores” no es un tramite a resolver con una esposa y un perro. “Ser libre” no es una decisión de consumo, sino tener una verdad íntima que uno no tenga que someter a escrutinio. Necesitamos estar solos un rato.