Tener un problema de drogas e ir a rehabilitación no es una falla moral. Al contrario, es el intento de rearmarse luego de haberlo perdido todo. Es muy loable. Abrazo y celebro a quien encuentre la fortaleza para hacerlo.
En el caso de Jordan Peterson, la situación es más compleja y demanda un comentario un tanto más elaborado. Jordan Peterson no es mi tío drogadicto que tenía una bulonería. Jordan Peterson es un millonario que logró su fortuna vendiendo la idea que alguien “roto” no está en condiciones de participar del discurso político. Porque, “si no podés siguiera limpiar tu propia habitación”, pregonaba en Big Think, “¿Cómo carajo vas a poder darle consejos al mundo?”
El approach de Peterson a la política es, desnudo de artificios discursivos, “mis opositores tienen que dejar de entrometerse en asuntos de otra gente”. Si uno es sobrio al respecto, entenderá que, a diferencia de la habitación metafórica, la habitación que es la propia vida nunca estará lo suficientemente limpia. Por lo tanto, lo que Peterson hace es construir andamiajes discursivos pretenciosísimos para echar a cierta gente “rota” del discurso público. Por supuesto, este planteo se vuelve particularmente convincente cuando Peterson lo camufla con teorizaciones pseudocientíficas, referencias literarias y lenguaje enrevesado.
Cuando ese negocio alcanzó un plateau, Peterson y su hija Mikhaila comenzaron un proyecto de “alimentación alternativa”. Básicamente, el nuevo negocio se trató de proponer una dieta basada exclusivamente en agua y carnes rojas. Mikhaila, quien carece de credenciales médicas y cuenta sólo con evidencia anecdótica, propone que esa dieta la curó de depresión, TOC, y una rara enfermedad autoinmune. Peterson Padre, que esa dieta curó su depresión.
La idea de que Peterson estuvo luchando con demonios personales todo este tiempo, abusando de drogas y automedicando su depresión, mientras vendía una cura mágica y proponía el exilio (o autoexilio) político de todo quien no fuese un ser humano perfecto expone su carácter hórridamente.
No es mi intención experimentar con mi repertorio de adjetivaciones peyorativas, si bien podría hacerlo. No se patea a quien está en el suelo. Pero me permitiré una excepción: Peterson alcanzó la fama confrontando entre sí a gente que vive en el suelo.
Con obras como el tratado de 1999 Mapas de Significado, el Profesor intentó ser un académico de alto vuelo. Sólo pudo ser un nombre en la tapa de un libro de autoayuda, un vendedor de aceite de serpiente, y un vasallo del reaccionarismo. Esta pieza no pretende sino explorar las condiciones que fueron necesarias para el empoderamiento y enriquecimiento de este pseudointelectual irresponsable.
I: Los orígenes
Jordan Peterson ganó notoriedad durante 2016. El entonces profesor de psicología de la Universidad de Toronto comenzó a producir material en su canal de Youtube explicando su oposición a Bill C-16, un proyecto de reforma de la Ley Canadiense de Derechos Humanos que pretendía reconocer y extender cierto marco de protección contra la discriminación por identidad de género.
La postura de Peterson pronto causó un revuelo en su lugar de trabajo. Y era 2016, el ápice de una campaña de temor impulsada por reaccionarios anglosajones que, con el anti-intelectualismo característico del fascismo, planteaban que las universidades eran cámaras de ecos en las que no ser comunista era una condena al fracaso.
Era la época de Turning Point USA, de las cringe compilation de feministas “perdiendo la cabeza en el campus”, del terror ante los “espacios seguros” y los content warnings en los libros. Pseudointelectuales financiados por Koch se agarraban las perlas mientras descubrían que Marx, uno de los pensadores económicos más influyentes de la historia, era enseñado en universidades. Gente de 20 años que sufría estrés postraumático era humillada por tener reacciones naturales antes “detonantes”.
Ante “los SJWs en las universidades”, Peterson surgió como un representante de “lo razonable”. Mientras, los estudiantes que intentaban interpelar al dinosaurio eran despreciados como demasiado apasionados y, por lo tanto, estúpidos.
Videos de Peterson gritándole fría y racionalmente a gente que apenas estaba empezando a intentar pensar en estos asuntos y a participar en política, fueron laudados por sectores conservadores, se esparcieron como un incendio forestal, y pronto el Profesor Peterson estaba siendo el token académico en los noticiarios protofacistas de Fox News.
La reforma propuesta en Bill C-16, Peterson y otros arguían, limitaría la libertad de expresión. El cántico propagandístico fue que Bill C-16 metería gente en prisión por equivocarse de pronombre al referirse a una persona trans.
Por supuesto, la reforma no proponía esto ni por asomo. Es más, Bill C-16 fue aprobada y, hasta la fecha, cero canadienses fueron denunciados, procesados y convictos por equivocarse de pronombre. Incluso, cero canadienses fueron denunciados, procesados y convictos por confeccionar y propagar teorías conspirativas transfóbicas.
Peterson construyó su carrera mediática en base a una mentira que pretendía impedir que se aprobara legislación que reconocía y problematizaba la discriminación a una clase vulnerable. ¿Se puede ser más bajo que esto? Por supuesto. Pero no puedo (ni quiero) explicar a Peterson como figura sin explicar el contexto en el que surge.
II: La Escuela Youtuberiana
Peterson fue una criatura de su época. Peterson no sería célebre sin el terror anti-intelectual y sin “La Escuela Youtuberiana” — apodo despectivo con el que me referiré a “La Comunidad Escéptica” o el “Movimiento Anti Social Justice Warriors”.
La Escuela Youtuberiana surgió una vez la vaca del Nuevo Ateísmo Youtuberiano dejó de dar leche. No puede hablarse de los anti-SJWs sin hablar del Nuevo Ateísmo Youtuberiano. Y no se puede hablar del Nuevo Ateísmo Youtuberiano sin hablar de ciertos sucesos anteriores.
Una revisión de los productos culturales que Estados Unidos produjo durante los años 90s deja en evidencia lo obvio y lo esperable: Nadie estaba preparado para el 11 de Septiembre. Y nadie estaba preparado para la masacre de Columbine.
La reacción a Columbine fue la de alguien que vive alegremente, es saludable, tiene una carrera prometedora y un matrimonio fuerte, y una tarde vuelve a casa y su pareja no está. Y cuando abre el placard para ponerse algo más cómodo, se da cuenta de que no va a volver. Algo se estaba gestando en el interior de Estados Unidos, y esta era la primera vez que salía a la luz — y lo hacía terriblemente.
¿Qué hacemos? ¿Cómo lo resolvemos? ¿Quiénes eran Eric Harris y Dylan Klebold? ¿Cómo debemos sentirnos al respecto? ¿Son abominaciones, son criaturas avisales que surgieron mágicamente, o son nuestros hijos? Son nuestros hijos. Entonces, ¿Quién los convirtió en esto? Nuestros hijos no están enfermos, no puede ser patológico. Nuestros hijos no están descuidados, son amados. ¿Quién les hizo esto? Son niños, ¿Quién les llenó la cabeza? Los videojuegos, la violencia en televisión, y la música de Marilyn Manson.
Padres cristianos y republicanos se unieron en fundaciones en pos de la censura de productos culturales violentos. La religiosidad de estos grupos no era casual. Pronto, Marilyn Manson pasó de ser “agresivo” o de “pregonar la autodestrucción” a ser “satánico”. Pronto, videojuegos como Doom pasaron de ludificar la violencia a llevar la marca de la bestia.
Estamos hablando de principios de siglo, la histeria no duró un fin de semana. El concern-trolling continuó durante años. Y, cuando Youtube se popularizó, fue la plataforma de elección para el activismo de reaccionarios religiosos, predicadores, y fanáticos.
Empoderados por Christopher Hitchens, Richard Dawkins, Daniel Bennet, Sam Harris, y un manojo de artistas y comediantes, surgió una comunidad de jóvenes ateos que crecieron indulgiendose en estos consumos culturales problemáticos, y que comenzaron material respondiendo tanto al discurso paranoide pos-Columbine en particular (recayendo, especialmente, en sus tintes religiosos), como al discurso de los apologistas cristianos en general. Es más, uno de los primeros videos de quien fue una figura de cabecera de este pequeño movimiento (TJ Kirk, “The Amazing Atheist”) fue un comentario sobre el terror pos-Columbine.
Los ateos youtuberianos eran progresistas en lo social — estamos hablando de la norteamerica de Bush, por Dios — , pro-libertad de expresión, y tenían, por supuesto, una marcada tendencia a la incorrección política. La incorrección política, su aprecio por el shock value, por el shock humor había sido una de las primeras partes de sí mismos que habían tenido que defender.
Los ateos youtuberianos refutaban a sus opositores con pedantería, eran mordaces y ofensivos, y no pedían perdón por ello. Fueron los ateos youtuberianos quienes gestaron el género de video-respuestas sin objetivo otro que la burla, respuestas que se dan de cara a la audiencia, no de cara al interlocutor.
Como Angela Nagel nota en Kill All Normies:
“[El nuevo ateísmo] fue uno de los predecesores de la alt-light [la rama más digerible y vendible de la alt-right], con su subyacente estilo Christopher Hitchens de atacar a los irracionales y religiosos. Todos los videos del tipo ‘Milo DESTRUYE a una feminista irracional’ actuales son muy similares a los videos del nuevo ateísmo, que eran igualmente numerosos en Youtube hace algunos años, y que tenían títulos como ‘HITCHSLAP. Hitchens destruye a cristiana estúpida’. Estaban embebidos de la misma sensibilidad Nietzscheana, anti-mainstream y anti-conformista.”
[Para más información sobre este tipo de discurso y su vínculo con el reaccionarismo: “El problema del masculinismo es la “comunidad escéptica”]
Antes de GamerGate, el nuevo ateísmo tuvo una miríada de pequeños gamergates: Desde “elevatorgate”, una instancia en la que la blogger Rebecca Watson fue acosada tras denunciar una instancia de acoso, hasta una serie de disputas internas sobre la relación entre ateísmo y feminismo.
Estas pequeñas disputas evidenciaron que el nuevo ateísmo era un club de varones — especialmente, de varones blancos y heterosexuales, cuyo destape consistía en fumar marihuana y ver tetas, y cuya revolución era la de escuchar metal y mirar South Park.
Tan pronto como la discusión quería llevarse más allá de ataques personales a creyentes o de bromas sobre los republicanos siendo estúpidos, la fachada de progresismo se caía. Un ejemplo claro es, por ejemplo, el posicionamiento de Sam Harris a favor del intervencionismo norteamericano y a favor de la tortura. O qué precisamente los modismos y grandes lemas del nuevo ateísmo cuadraron en las campañas de la alt-right sobre “La Invasión Musulmana” en Europa.
Cuando GamerGate comenzó, el nuevo ateísmo se unió a la lucha. No sólo había un overlap demográfico entre gamergaters y nuevos ateos, sino también una fraternidad discursiva. Al fin y al cabo, ambos sectores podían dar fé: “el feminismo lo arruina todo”.
IV: Kekistán
Desde 2014, con un mainstreaming sin precedentes delas causas LGBT, la comercialización final del feminismo via Buzzfeed et al. y un Obama fracasado y en retirada, los nuevos ateos pasaron a llamarse a sí mismos escépticos y sumarse a nuevas voces, esta vez, provenientes de la derecha. Escépticos, pero ¿Escépticos con respecto a qué? Algunos, con respecto a Dios. Todos, con respecto al feminismo. Algunos, con respecto a “el multiculturalismo”. Algunos, con respecto a “la ideología de género”.
Peterson no apareció solo. Peterson fue recortado, compilado, defendido, celebrado, reproducido y entrevistado por comentaristas de centro-derecha, derecha y derecha radical. En su mayoría, jóvenes con audiencias jóvenes.
La comunidad escéptica funciona, con sus cringe compilations, “refutaciones” y memes, como un embudo de radicalización que termina en la alt-right. Mientras, le da a sus consumidores un sentido de importancia. Saben qué está pasando, ven más allá, son más educados, son más inteligentes. Podrían ser Doctores, todos y cada uno de ellos. Pero no podrán serlo hasta liberar a la academia de las garras del neomarxismo, del marxismo cultural, de la Escuela de Frankfurt.
Académicos como Jordan Peterson fueron recursos vitales para montar la fachada de rigor intelectual que mantiene a los proyectos de reaccionarios consumiendo. Pero, ¿Quiénes son? ¿Quiénes componen la audiencia de Jordan Peterson?
V: Gurú
“Disaffected young men”. La audiencia de Jordan Peterson son “hombres jóvenes desafectos”. El término aparece constantemente en think pieces (y stink pieces) sobre el psicólogo. Incels, “failsons”, ni-nis, y hombres jóvenes que se sienten estancados ven en Peterson a una figura paterna, y perciben en sus palabras sabiduría e inspiración.
Esto llevó a Peterson, quien entonces ya estaba recibiendo unos 60 mil dólares al mes en donaciones vía Patreon, a escribir un libro de autoayuda.
12 reglas para la vida fue un best-seller, vendiendo alrededor de 4 millones de copias a través de varios idiomas. El género de autoayuda puede volverse vil por innumerables motivos. Pero, en el caso de Peterson, pre-dieta carnívora, lo era por dos razones:
Como toda autoayuda, presentaba una fórmula para el éxito en un mundo horrible. No hay que prestarle atención. El mundo es horrible y lo será para siempre. Eso es estático. Pero, mientras “las mujeres ríen en las jaulas de Bombai”, como escribiría Jack Gilbert, uno puede redimirse a uno mismo a través de un emprendedurismo del ser. La autoayuda es, necesariamente, pro-status quo. Y cuando el status quo es horrible, esto no es una buena noticia.
Por otra parte, la autoayuda, en el caso de Peterson en particular, sirve como un caballo de troya para una ideología horrible. Exceptuando a los pastores evangelistas, los gurús contemporáneos están, por lo general, recubiertos de una pátina apolítica. Esto garantiza una buena base de consumidores, cobertura mediática transversal, etcétera. Peterson predica emprendedurismo del ser el lunes, antifeminismo el martes, catolicismo el miércoles y libertarianismo el jueves. Y, en lugar de descansar, el laborioso psicólogo pasa el viernes haciendo un podcast con un racialista.
No es mi intención “atentar contra el carácter” de Peterson. Poco se logra atentando contra el carácter de cualquiera. Peterson es un producto entre muchos, y si no se recupera pronto, será descartado como Yiannopoulos lo fue. Más allá de cualquier valor individual que uno pueda encontrarle a estos personajes, todos son prescindibles, todos son descartables.
Como Peterson, puede haber y habrá otros. Debe aspirarse, no a una colección extensa de detalles pornográficos sobre el personaje, sino a una visión más amplia, a una comprensión real de cómo llegó hasta ahí.
No sé si volverá. Pero marca un precendente en lo que podría convertirse en una tendencia. Es una maravillosa y una pésima noticia: Jordan B. Peterson no es William F. Buckley, es Tony Robbins.