Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) es uno de esos films que habito, a los que de cuando en cuando retorno como espectador, pero que ocasionalmente reaparecen en mi mente sin que los busque, de a fragmentos. No voy a extenderme sobre los detalles narrativos de Brokeback Mountain, pero considero que la peor función que podría tener este escrito es la de un primer. El spoiler no será tanto argumentativo, sino conceptual – y por lo tanto, mucho más corrosivo para una primera experiencia del film.
Probablemente Brokeback Mountain sea una de las “películas gay” más importantes de la historia. Más allá de sus logros estéticos y técnicos, que rematerializan la historia corta de Annie Proulx de una manera apropiada y elocuente, la cinta comparte el mérito narrativo-cultural de su material de base.
Recuerdo ciertas declaraciones de Pedro Almodóvar, que propuso que su versión de Brokeback Mountain habría tenido más sexo, porque el sexo es “el cuerpo de la historia”:
“Siempre tuve esta imagen: esos dos tíos empiezan a hacer el amor como los animales que estaban cuidando. Es casi una forma de sobrevivir en las montañas“.
Quizás por cierto puritanismo cristiano y pequeñoburgués (como si su contraparte no lo fuera), celebro la versión de Ang Lee justamente porque no trata la historia como Almodóvar lo habría hecho.
La adaptación de Ang Lee es eterea. En aquellas escenas en las que Jack y Ennis se encuentran solos en paisajes rurales, no hay una mera entrega a lo sexual desde lo animal. La soledad de los protagonistas, y su profundo deseo, y el momento y lugar donde lo encuentran, no pueden sino remitirme a Maurice, enorme novela de E.M. Forster, que concluye con sus protagonistas retirándose al bosque, donde, en una suerte de escenario virgen de cultura, pueden vivir en sus propios términos. Algo interesante que sucede en Maurice es que, si bien el imaginario clásico y el estudio de los clásicos sirven de plataforma para el autodescubrimiento, el pasado falla en pavimentar el futuro. El personaje que da nombre a la novela encuentra su futuro en la neutralidad del bosque, con un joven “tosco”, de linaje menor.
De aquí, no puedo sino ir a Walden. Thoreau observa que los escenarios naturales son las escenas estáticas sobre las que se desarrolló la historia de la humanidad. Entonces, mirando al mismo árbol que podría haber mirado Aristóteles, somos Aristóteles. Y somos también nuestros hijos. Los escenarios de la intimidad de Jack y Ennis son una suerte de limbo atemporal.
Todo esto para decir que, quien haya ahondado lo suficiente en los estudios “queer” sabe que lo menos interesante de la homosexualidad es aquello que nubla la razón de los racialistas de la homofobia. El culo, el pene, etcétera. Me desagrada la premisa de una reseña contrafáctica. Pero, al echar una mirada sin embargo sombría sobre esta adaptación de Almodovar que no fue, veo en ella el potencial de otro espectáculo de pornografía soft, de pulsión finita. I disagree. Hver mand er en engel.
Creo que una frontera de la representación que habría que sortear es la del consumo edgy y fácil, en la que ser puto es un símbolo contracultural. Ya pasó. El mañana clausurado y los 15 minutos de algo parecido a placer en un baño público, afortunadamente, quedaron obsoletos. Integración absoluta. Love is love. Doble ingreso, sin hijos. Foro de turismo LGBT. ¿Quién será el Richard Yates de los putos?
Y estoy completamente a favor de la homosexualidad entendida como amor. Celebrar la homosexualidad negandose al amor es hacerle el campo orégano a una cultura comprometida, no a un desmantelamiento, sino a un lavado de cara neoliberal de todas las estructuras opresivas a las que se deben. Desde la supremacía blanca, hasta la supremacía cishet.
De alguna forma, se puede trazar un paralelo con la celebración de la transexualidad, no como identidad, sino como elección estilística o fetiche que “debe ser respetado”. Como La piel que habito convierte la inestabilidad y versatilidad sexo-genérica de los cuerpos en body horror. El transexual como novedad no es una victoria, es un encuadre injusto -y más allá de lo justo o lo injusto, es una mentira. Iniciativas como el Archivo de la Memoria Trans exponen el hecho de que no somos nuevos.
Mi primer memoria de una mujer trans es un informe del programa de Chiche Gelblung en el que se preguntaban por qué a los hombres les gustaban las travestis. El casamiento de Florencia de la V fue, entonces, uno de los momentos de integración LGBT más importantes en la historia reciente de este país.
Como Jono Van Belle nota en “A Cross-Cultural Analysis of Brokeback Mountain”, haciendose eco de críticas anteriores, Jack y Ennis representan una tensión. Ennis quiere el secreto, el encuentro carnal ocasional, mientras Jack anhela una “domesticidad patriarcal”, deseando renovar un viejo rancho y ascentarse en él junto a Ennis. El desenvolvimiento de la trama es entonces uno en el que la bravura (o el mero atisbo de esta) es penada, de la mano de figuras casi fantasmagóricas, en las que podemos sintetizar a “La Sociedad” (vivimos en una sociedad). Justamente, aquella sociedad de la que Ennis pretende ocultarse. Para Ennis, queda entonces sólo el anhelo de lo que podría haber sido.
Si algo nos deja Brokeback Mountain, como si esa fuera la finalidad del arte, “dejar algo”, es que la homofobia no es una mera ofensa contra los genitales. Es una ofensa contra el espíritu humano. Y es entonces que se vuelve abominable, injustificable y brutal.
