El diablo encuentra trabajo - N°001

“ El diablo siempre encuentra trabajo para las manos ociosas.”

 — Viejo dicho anglosajón

Quizás este no sea el comienzo ideal para este argumento. Hoy en día, para ponerlo en una frase vaga y fácil de malinterpretar como un chiste sobre onanismo, nuestras manos rara vez están ociosas. 

Mi punto no es que manos ociosas hacen el trabajo de “el diablo” (proverbial, por supuesto), sino que, cuando uno no sabe muy bien qué trabajo debe hacer, sólo que debe hacerlo, cuando tiene que aportar constantemente opiniones, Contenido™, a una masa inabarcable y ecléctica, eventualmente, uno se encontrará haciendo el trabajo del diablo. 

Esta es la primera entrega de una serie semanal en la que discutiré tres o cuatro detalles del Discurso™ político en los tres o cuatro sitios web que quedaron. Intentaré hacerlo en un formato “internet-friendly”, para ponerlo en una pedorrada. Conversacional, con párrafos cortos, con imágenes… Podría usar emojis, pero ya sería demasiado. Este es el tipo de Contenido™ que podrás consumir sin prestarle demasiada atención, mientras pretendes que desempeñas alguna función como Asistente de Auditoría de Comunicación Interna. 

En casa somos mamá y yo  

Unos días atrás, cometí un error. Como la mayoría de mis errores, lo cometí en Twitter. Publiqué una pequeña reflexión en respuesta a uno de los muchos mensajes en los que se ridiculiza a Laje por vivir con su madre. 

Por supuesto, no quiero decir que uno no pueda burlarse de Laje. Tampoco quise defender la decisión de Laje de vivir con su madre. Sólo propuse que, quizás, burlarse de una situación en la que mucha gente joven está contra su voluntad, para burlarse de un representante de una ideología que imanta a gente joven alienada, es contraproducente. Especialmente, (y esto no lo noté en su momento, pero vale la pena mencionarlo ahora), si la burla proviene de una mujer. Una chica que se burla de un muchacho por vivir con sus padres está confirmando el prejuicio incel de que las mujeres son interesadas, superficiales y pedantes. Es mala óptica, ignora las condiciones materiales que mantienen a jóvenes adultos en casa de sus padres, y no es discurso político de calidad. 

Para algunas de las miles de personas a las que ese tweet llegó, se trataba de una defensa de Laje, o el mensaje era peligroso o desafortunado porque podía ser interpretado como apologético. Sobre esto, sólo puedo decir lo siguiente:

  1. No es mi responsabilidad cómo se malinterprete o descontextualice algo que escribí. Especialmente si lo envolví en aclaraciones y lo maticé.
  2. La idea de que esto no puede tratarse de los seguidores de Laje, o de cierto sector de la población, y que debe tratarse de Laje como individuo, responde a una tendencia a la política de personalidades. Pareciera que, en nuestras comunidades, el neoli██lismo triunfó hasta tal punto que ya no hay chance en el infierno de abordar asuntos en términos colectivos o siquiera de abordar sujetos otros que personajes mediáticos.

Por otra parte, el sector progresista que no entiende que dejar que Laje eclipse al verdadero sujeto de mi comentario es pura ideología neoliberal, respondió con el narcisismo típico de ciertos activistas de pseudo-izquierda obsesionados con microproblemas. No faltó quien creyó que estaba planteando la ridiculez a pedal de que un tweet radicalizaría a gente hacia el fascismo. Todo menos asumir una tendencia en el Discurso ™ que deja en evidencia cierta insensibilidad hacia una problemática que importa. Ciberactivistas de la misma estirpe fueron el brazo en línea de un establishment demócrata que ignoró y mofó las demandas de clase de las comunidades rurales de la heartland . Donald Trump ganó las elecciones, y no hubo mea culpa. Donald Trump emprendió una campaña de desensibilización racista para meter a niños migrantes en jaulas, y no hubo mea culpa.

Millonarios temporalmente avergonzados

“El socialismo nunca echó raíces en los Estados Unidos porque los pobres se ven a sí mismos, no como proletarios explotados, sino como millonarios temporariamente avergonzados.”

Ronald Wright, A Short History of Progress

Uno no entiende qué tan raras pueden ser las relaciones de clase en Estados Unidos hasta que ve uno de esos programas en los que millonarios con tres o cuatro pésimos bestsellers en su historial dan “consejos de finanzas”.

Por ejemplo, el otro día, una figura paternal crónicamente desagradable, con una calva reluciente como el filo de una guillotina, recibió una llamada de parte de un tipo que no se sentía a gusto en su trabajo de ocho horas diarias (“nine-to-five”, como le llaman) y no sabía dónde comenzar a buscar un nuevo empleo. El llamante concluyó una seguidilla de elogios con una pregunta, fraseada de manera un tanto curiosa: “¿Qué consejo me darías si fuese tu hijo?”

No podría ser su hijo nunca. Su hijo no lidiaría con esos problemas. Su hijo tiene conexiones, su hijo no tiene siquiera un trabajo de oficina de ocho horas diarias — si lo tiene, o está en la cima del escalafón corporativo, o está satisfaciendo un fetiche, o está llevando a cabo un experimento.

El asunto me recordó a alguien que conocí hace unos años, que temía que una suba de impuestos al 1% más rico de la población fuese a afectarlo. El sujeto ganaba un poco menos de 80 mil dólares al año: Mucho más que cualquiera de nosotros, poligrillos tercermundistas, pero ni por asomo suficiente para ser considerado parte del 1% más rico.

Cierto sector de la sociedad norteamericana — y de la argentina también, por supuesto — cree que suficiente trabajo basta para convertir a cualquiera que se lo proponga en un millonario. Cierto sector cree que todos podemos llegar a ser b/millonarios, y que lo único que se interpone entre el más mísero de nosotros y una vida de opulencia y haraganería son décadas de trabajo. ¿No? ¡¿No?!

Apelar a las circunstancias es algo que sólo hacen los débiles y los estúpidos, ¿No?

Este sector social que no tiene idea de la amplitud de la brecha de clase, defiende con su vida políticas que lo beneficiarán cuando, uno de estos días, de seguro, alcance la riqueza. 

Pero, como bien muestra Spencer Piston en un libro de publicación relativamente reciente, titulado Class Attitudes in America, sólo un sector minoritario de la sociedad norteamericana está tan cuckeada. 

Y, como bien se citó en el anuncio del libro que hizo Jacobin Magazine: 

“A los norteamericanos les gusta Sanders porque apeló a su resentimiento hacia los ricos. La campaña de Sanders se centró en críticas contra los ricos: Arremetió contra la “clase billonaria”, prometió aumentarle los impuestos a los norteamericanos más adinerados, propuso limitar la habilidad de los banqueros de enriquecerse mediante rescates institucionales pagados por los contribuyentes, atacó a Hillary Clinton por recibir honorarios como conferencista por parte de Wall Street, y arguyó que un manojo de gente muy adinerada determina quién es elegido para ocupar cargos públicos. Su campaña rutinaria e implacablemente representó a los ricos como gente que no merecía su fortuna, hasta el punto en que Clinton (y otros) intentaron desacreditarlo como un candidato de un sólo tema.” 

Más allá de que Bernie Sanders no esté proponiendo redistribución de capitales y limitaciones del poder político del dinero, exclusivamente, poco importa esto a quienes pretenden condenarlo como monotemático.

El capitalismo voraz, nepótico, distópico y criminal que padecemos no es sólo un sistema de producción y comercialización de bienes y servicios. Es un modo de producción cultural, es un modo de relacionarse, es un modo de imaginar. Las condiciones materiales lo permean todo y reemplazan, en todo ámbito, a objetivos más nobles. Y, las condiciones materiales son el único aspecto realmente, profundamente polarizante en la política, y lo ha sido desde siempre. 

Corazones pueden cambiar en casi todos los aspectos, pero siempre el capital debe permitírselo. Siempre cambian en función de perpetuar y beneficiar al sistema de producción. Esto sucede hasta tal punto que, cuando el sistema de producción entra en crisis, viejos prejuicios son resucitados, exacerbados e indulgidos en función de montar un espectáculo, una parodia de revolución que desvíe el odio de clase, transmutándolo como racismo u homofobia, y lo libera como catarsis genocida. Todas las conquistas sociales estarán, siendo rigurosos, escritas en la arena, hasta que no adoptemos un sistema de producción que no tenga como mecanismo de perpetuación ponerlas en riesgo para desviar la atención de sus fallas cabales.

Actualmente, Sanders lidera las encuestas. Independientemente de si ganará la nominación o si Hilla-Elizabeth Warren se la robará, su impacto en el imaginario político norteamericano es indudable e indeleble: El problema que se está comiendo a EEUU es de clase.

“Vivimos en espacios corporativos”

Ayer, vi un video de Hank Green titulado “Por qué Tik Tok me tiene aterrorizado”. Es muy interesante cómo ya no hay que ir a los márgenes de la ventana de Overton, ya no hay que ir a un recoveco anticapitalista para escuchar ciertas declaraciones verídicas e inquietantes sobre nuestras condiciones actuales de vida y cómo se relacionan con el capital.

En el video en cuestión, Green (empresario y escritor) explica que el éxito de Tik Tok como plataforma lo inquieta en cuanto:

  1. La plataforma depende de una empresa china, sometida de políticas mucho más invasivas que la mayoría de sus contrapartes
  2. No parece haber alternativa a las plataformas sociales que no vaya a volverse nociva de alguna forma u otra, eventualmente

Pero el detalle más interesante de este video es una declaración sintética y, en mi opinión, devastadora: “Vivimos en espacios corporativos”. 

La enorme mayoría de nuestras interacciones toman lugar en plataformas brindadas, gestionadas, y redituables para corporaciones. Y la mayoría de nuestras interacciones están mediadas por dispositivos de medición y objetivos corporativos.

Esto me remite a cierto artículo que The Atlantic publicó en 2013 (pero que recién encontré hace unos meses), proponiendo que estamos sobreexigidos y estresados porque llamamos “entretenimiento” a hacer trabajo impago para corporaciones. Se refiere a esto como un estado de “hiperempleo”, en el que uno hace, día tras día, docenas de trabajos pagos e impagos. Como el artículo en cuestión nota, esto no es nuevo (televisión por cable y cupones de supermercado fueron dispositivos de explotación suave durante décadas), sino una profunda, increíble aseveración de lo que nuestros padres y abuelos vivieron. 

No puedo esperar al fin de la historia.