El cáncer de la nostalgia

Antes era mejor

Vivimos en un mundo donde el pasado es permanentemente sacralizado y santificado por cualquiera que quiera ser oído usando discursos fáciles. Obviamente, cuando uso esto de manera peyorativa no me refiero a quienes analizan contextos socioeconómicos o políticos para comparar la calidad de vida de la gente en un período de tiempo determinado contraponiéndolo con nuestro presente, lo cual está perfecto y sirve para entender un poco el mundo en el que habitamos… sino a la gente que se queda en los discursos fáciles y superficiales, lanzando frases lapidarias que no proponen ni resisten el análisis más nimio. Hablo de esa idealización sobre conceptos puntuales de un pasado imaginario concebido como perfecto.

Estoy seguro de que quienes lean esto conocen dichas frases. “La música de hoy no es música” “El arte moderno no es arte” “Ya no hay buenas películas” “Los videojuegos actuales no tienen méritos reales” “Los adolescentes están idiotizados con los aparatos de moda” y demás clichés repetitivos. Si tuviera que sintetizar todo esto en apenas tres palabras, sin dudas utilizaría el titulo de éste parrafo.

Kanye West: visionario.

Como sabe cualquiera con verdadero interés por los medios discutidos, esto es una falsedad generada por lo que se conoce como falacia del superviviente. No es que toda la música de los setenta o los ochenta fuera la cúspide de lo que podía ofrecer dicho arte, sino que lo que sobrevive en nuestros días es lo mejor y lo que realmente influenció a artistas y generaciones venideras, mientras que las obras inferiores cayeron al olvido colectivo o al estudio de unos pocos.  En contraste, es difícil apreciar el verdadero alcance e influencia de un éxito en pleno apogeo, así que el futuro será el que marque quienes influenciaron y quienes no. Seguramente en cuarenta o cincuenta años se glorifiquen nombres hoy ajenos a la audiencia mainstream como Steven Wilson o Rina Sawayama denominándolos las voces de su generación, se hable de cómo Taylor Swift alternó entre tres géneros distintos (por ahora al menos) siendo exitosa en todos ellos, cómo Kanye West y Kendrick Lamar llevaron el rap a nuevos horizontes, cómo Slipknot mantuvo vivo al metal en su era más oscura, y varios otros nombres más, independientemente de mis gustos subjetivos. Nadie va a preocuparse realmente por los artistas basura o las tendencias estúpidas de nuestra época, porque van a tener las suyas propias si es que la humanidad vive tanto.

Sin embargo, algo que sí es un fenómeno de nuestros tiempos, o al menos lo es hasta donde yo tengo entendido, es la venta permanente de la nostalgia en paquetes cómodos y referenciales.

Comiendo vomito

Como es evidente, esto pasa principalmente en el cine. Es la venta permanente de nostalgia y de revisión al pasado sin aportar nada nuevo sobre la mesa. Es la sobre explotación de conceptos que mutilan si no destruyen muchas de las bases que hicieron estos conceptos atractivos en primer lugar.

Obviamente, no todo es lo mismo. No voy a decir que las remakes y los reboots son creaciones del siglo XXI, cuando la mismísima Scarface de Brian De Palma es un remake de 1933. Tampoco voy a decir que volver al pasado, o incluso a una obra del pasado, sea algo malo de por sí. No cuando Mank, la última película de David Fincher, es una revisión del proceso tras la creación de El Ciudadano Kane y el Hollywood de la época. La diferencia es que Fincher utiliza esa premisa para echar luz a una época beatificada por los puristas para exponerla con sus luces y sus sombras, y evidenciar que los problemas del Hollywood actual (manipulación mediática, ejecutivos codiciosos que manejan poder real sobre las vidas de cientos de personas, directores narcisistas que quieren apoderarse de un trabajo colectivo, etc) no son nada que haya inventado el Universo Cinematográfico de Marvel, sino que siempre estuvieron ahí, e incluso deberíamos estar agradecidos de que ya no sean tan extremos. Es imposible ver Mank y sentir el mismo respeto por Orson Welles que antes. En ambos casos, la nostalgia es utilizada para aportar algo nuevo, ya sea la resignificación del pasado, o la deconstrucción de este.

A lo que me refiero es a otro tipo de películas. Ese tipo de obras que, más que pretender contar una historia, parecen ser comerciales largos para cintas o franquicias de años o hasta décadas atrás. Esas que publicitan antes sus cameos y sus referencias que la historia, los personajes, la dirección o cualquier otra cosa de mayor sustancia que ver una regurgitación barata de los mismos clichés. Si no podés hacerte una idea de qué tipo de cosas estoy hablando, entonces te envidio, porque no tuviste el infortunio de ver auténticos bodrios que me hicieron sentir estafado aun viéndolos ilegalmente.

Lo interesante de esta manera de vender nostalgia es que, a todas luces, es la muerte de la creatividad. No por el uso de la nostalgia en sí, como ya dije unos párrafos antes, sino que crear una sopa de referencias antiguas te deja solamente con dos opciones: o deconstruís esas referencias arriesgándote a alienar a un público al que quizás no le importe lo que tengas para decir, como le pasó a The Last Jedi, o las elevás hacia la cumbre permitiendo que se coman tu discurso y se apoderen de él, como le pasó a Ready: Player One. En ambos casos, el resultado termina siendo mutilar de una u otra manera la visión creativa.

¿Por qué se hace esto? Se que sería lindo meter teorías conspirativas sobre cómo Hollywood y el poder blando pretenden volvernos culturalmente ineptos e incapaces de lidiar con el mundo real, pero la verdad es mucho más simple que eso (lo cual no quiere decir que no pase, pero es más un efecto secundario. Más de eso en breve). Hollywood no pudo recuperarse nunca realmente de la crisis del 2008, y las formas de apreciar las películas en occidente cambiaron desde entonces hasta ahora. Hoy por hoy, a menos que seas Christopher Nolan, es imposible lograr éxitos en taquilla si no llevás al cine algo que ya tenga una fanbase, por pequeña que esta sea, e incluso entonces no tenés asegurado nada. Ante esto, la romantización de un pasado percibido y vendido como perfecto es un comodín que casi te asegura dividendos, independientemente de su calidad o incluso del respeto a sus narrativas.

Justamente, la última frase es un aspecto aún más curioso de todo esto. La gente clama amar las referencias porque les recuerdan a sus obras favoritas, pero poco les importa que se respete su significado y lo que las hizo relevantes. Ready: Player One tiene una escena donde el Gigante de Hierro, protagonista de la película homónima de Brad Bird, entra en pelea con un bando enemigo, pero la película trata sobre cómo el gigante es un arma que se niega a serlo y quiere encontrar su propia identidad. Space Jam 2 tiene un cameo de los drugos de La Naranja Mecánica mirando fascinados un partido de basquet como si sus mayores características no fueran la ultraviolencia y el deleite en el sufrimiento ajeno, y cuanto menos hablemos de las películas que usan Jump de Van Halen como si fuera una canción divertida de los ochenta cuando en realidad habla del suicidio, mejor. En estos casos, la nostalgia no sólo se come el discurso de la obra que la está trasladando al presente, sino que se come incluso el significado de lo que pretende trasladar, como si las formas fueran más importantes que el mensaje.

Vapor en los anteojos.

 

Entonces bien, ¿hay algo malo con ser nostálgicos? En absoluto. Volver a una época en donde éramos más felices de lo que quizás seamos ahora es normal, y puede ayudarte a sobrellevar una situación personal complicada. El problema de la nostalgia es cuando esta se romantiza, y se confunde “mi vida antes era mejor” con “el mundo antes era mejor” con todo lo que eso conlleva. Nadie extraña realmente un pasado convenientemente mal definido, sino las personas que éramos hace años, o la versión que nuestra mente creó de nosotros en aquel entonces para soportar el presente. En la época donde eras un infante sin preocupaciones, los adultos a tu alrededor sufrían guerras, dictaduras, problemas económicos, crisis estructurales a nivel nacional, el peso de la vida adulta, y todo lo que estás sufriendo ahora, mientras deseaban volver todavía más atrás a cuando ellos eran niños. No extrañamos comprar juegos truchos de PlayStation 2 porque eso en sí era bueno, sino que extrañamos la época donde nuestra única preocupación era comprar esos juegos truchos, igual que nuestros hijos van a extrañar conectarse a internet para jugar Fortnite con sus amigos en treinta años. Incluso es muy probable que ni siquiera la pasaras tan bien de niño realmente, sino que creas que sí. Esto es más común de lo que creen.

Entonces, ¿qué nos queda? No pretendo enseñarle a nadie el significado de la vida, pero en mi opinión, lo primero debe ser adquirir la autoconciencia necesaria para entender que no es sólo que los buenos tiempos no van a volver, sino que nunca existieron, y que el presente es el único momento para cambiar quienes somos y alterar mínimamente el mundo que nos rodea. Y en segundo lugar, prestar mucha atención a los discursos mercenarios de quienes se aprovechan de los problemas sociales estructurales para vender mensajes fascistas y reaccionarios disfrazados de nostalgia inofensiva, haciendo que sus receptores se radicalicen más y más hacia la ultraderecha. Crónicas sobre cómo foros de anime, videojuegos y cultura nerd en general se convirtieron en criaderos de neonazis abundan en internet, y aún cuando claramente es cierto que la nostalgia idealizada no es el único factor para convertir a alguien a la radicalización, sí es uno de ellos, y como tal debe ser analizado. Todo en su justa medida, y en el tiempo adecuado.

Si no podemos hacer eso, entonces vamos a ser los únicos zombis en un mundo que no para de cambiar con o sin nosotros, y créanme, nadie se acuerda de los zombis.