El arte de la guerra

A menos que hayas estado en criopreservación estas últimas semanas, estamos en guerra. Digo “estamos” porque al parecer, si un país extranjero es o quiere pertenecer, o se les percibe “parte de” la amalgama de ideas que es occidente, y es atacado abiertamente por “los otros” (No occidente) en un terreno visible para el resto, entonces toda occidente (y cualquiera dentro de sus divisorias líneas) está también bajo ataque. O así va el cuento. Caso en cuestión: Rusia y Ucrania están en guerra. La guerra, un fenómeno que más allá de político, es puramente cultural.¿Cómo podemos negar las cuestiones culturales que entran en tensión cuando hablamos de países pegándose cascotazos entre ellos? ¿Como no puede verse también como un conflicto entre varias ideas que conforman al ethos de cada parte guerreante?

Como siempre ocurre con este tipo de conflictos (que no son nada raros tampoco), hay toda una dimensión estética que fue explotada en estos días, resultado de combatir en suelo Europeo, en un mundo que aún exhibe una hipersensibilidad por lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, mito fundacional de la ideología occidental. Se vio incluso a mucha gente que parecía incrédula de que en Europa estuviera ocurriendo una invasión. Supongo que es una consecuencia esperable de gozar de una vida relativamente pacífica.  

Claro, los actos de violencia y la muerte ocurren todos los días, pero éstos son (a simple vista) azarosos, le ocurren “a otra gente”. No ocurren en grandes números, con monumentales despliegues, a la orden de proteger un territorio. Valga la redundancia, humanos entrando en conflicto armado ocurre desde que un humano agarró un garrote, hace más de diez mil años atrás, pero no es sólo la fuerza misma la que ha tomado parte en los conflictos, y no es sólo su ubicación lo que alcanza su apreciación.

De hecho, cualquier “gordo guerra” ha venido teniendo éste tipo de visiones. Decir “militarismo” se le queda corto, aunque ciertamente tiene un papel principal, aquí quisiera usar de ejemplo un clásico (y must-watch) del anime: Evangelion. Cuando no están babeandose por la Mayor Katsuragi (lo cual, es celebrable), pueden ver de fondo todo el despliegue monumental que ella comanda en sus operaciones: la orden justa, y millones de tropas se movilizan con un objetivo en común, con absoluta coordinación y precisión. Y a pesar de que una de las partes falle, aún así se tiene las piezas necesarias para perseguir el objetivo que el comando superior ordena. Si algo ocurre, hay protocolos y formas de lograr el objetivo, todo previsto a prueba de fallos, Plan A hasta la Z. Es una apreciación similar a observar los engranajes en un reloj, hay un objetivo, hay un orden, hay un propósito.

Decir “mirar las lucecitas brillantes”, cómo si fuéramos aún esos primeros homínidos aterrados buscando refugio en la luz de la fogata, atraídos cómo polillas a ésta, tampoco está muy errado. El despliegue de las armas, las explosiones, los escombros, los disparos y misiles iluminando el cielo, las valquirias llegando. Es un abismo atrapante que acontece segundo a segundo, y al cual se lo puede seguir en tiempo real.  

Ésto también es parte de la dimensión estética de la guerra: El terror. Va directo a una cuestión existencial, que a mucha gente la asusta o aterra sobre ese aspecto de la humanidad. Es cómo ver el cielo estrellado, sin ninguna luz a la vista, pero con tonos de rojo sangre y gris humo. Te empequeñece, te hace humilde, ante la grandiosidad de los despliegues mecánicos de los tanques, o de un edificio por caer. No considero ésto más reprochable que tener interés en las películas de terror, buscando una sensación, una emoción que avive la llama de la vida. El miedo también es una emoción, y el arte apela a las emociones, no sólo a su aspecto puramente técnico. Sí, las vidas se pierden, la gente grita, y eso es parte de la estética de la guerra, y justamente también es estratégico. ¿Quién no quisiera que su líder alce la bandera blanca, con tal de que termine la masacre?

Especialmente cuando hablamos de un conflicto armado en el siglo XXI, donde los soldados tienen tik tok, dónde los civiles hacen lives en diferentes plataformas, dónde hay videos por doquier de los helicópteros en los noticieros, viendo todo desde el aire. Podés ver la calle llena de soldados, las caras, el día a día de la gente común, que no tiene en la superficie nada particularmente lejano a vos: Podés ver cómo una señora barriendo su vereda, casi la misma que podés encontrar en tu barrio, le escupe a un soldado con más granadas que ropa. Hay un romance en presenciar o participar de alguna forma en un evento histórico, de esos que se sentían lejanos en los libros, de responder a la pregunta “¿Cómo lo vivía la gente en esa época?” (que es una forma de decir ¿cómo lo viviría yo?)

Ciertamente, esa apreciación por la estética tampoco es particularmente partidaria. Vi a muchos que apreciaban la mística militar (militarista) de Rusia también hacerlo con los Ucranianos, juzgando su propio estilo. A simple vista puede parecer un “concurso de medirse la chota”, pero va más allá en sus impactos y consecuencias.

La estética en sí ha jugado una gran parte en el conflicto, lo vimos en los recortes que le hacían a los discursos de Putin, o el mismo Zelenski, mostrando videos de él mismo estando en las calles asediadas de Kiev. En el arte hay protagonistas, hay historias, hay héroes, o al menos la búsqueda de, y en un mundo híper-conectado, el cultismo entra en juego a la hora de elegir bandos, el apoyo resuena y afecta. Eso hay que verlo, el por qué de eso: porque la estética tiene poder, y con estética también se gana.

Y a ustedes, ¿Qué les gusta de la guerra?