Este articulo da por sentado que viste Fight Club (1999), si lo que venís a buscar es una review, voy a decepcionarlo; aunque a modo de recomendación y para excitar la curiosidad de usted, estimado lector, podría aventurar una suerte de micro reseña.
Fight Club la obra seminal de fines de la década de los 90s, dirigida por David Fincher y estelarizada por Brad Pitt y Edward Norton. Es una parada obligatoria para todo amante del cine, y más aún para aquellos que quieran experimentar al esteticista de Denver -Ficher- en su máxima expresión y en total control de su arte. Es una película que se nos presenta en la superficie como un producto “comercial”, frio y hasta con cierta estética de comic book, pero no se deje engañar. Esta es la película que marcó a fuego el ya establecido nombre de Brad Pitt en la memoria colectiva. Es la que nos demostró lo que ocurría de verdad en la sentimentalidad de los 90s, tras su barniz de sociedad perfecta, diversa y optimista. Es la representación perfecta de su época y una de las mejores maneras de pasar 2.30hs. Además de tener uno de los mejores finales en la historia del cine, uno de esos que te harán ver la película de nuevo inmediatamente. Sin dudas, todo un must watch. En especial por lo que diremos a continuación, por eso les imploro, estimados lectores, no se priven del opus magna de David Fincher, más en estos días donde su mensaje se hace imprescindible para afrontar los tiempos que vivimos. A continuación, varios spoilers sobre el film en cuestión… O sea que estoy a punto de romper las dos primeras reglas de la institución presidida por el Sr. Durden.
20 AÑOS DESPUÉS
El 15 de octubre pasado, se cumplieron 20 años del estreno de Fight Club. En un principio, verdaderamente no sabía cómo encarar este artículo. Después de todo, el 20vo. aniversario de una obra tan seminal como Fight Club no se cumple todos los días. No sabía si quería dar una review, un análisis, o un simple estado del arte que sirviese como una coda a los ríos de tinta que ya ha derramado esta obra; pero por suerte para mí y para mi culo indeciso, nuestro amado siglo XXI –con todas sus contradicciones y conflictos- no me iba a dejar huérfano de razones para citar a la obra de Fincher, Palanhiuk y Pitt, y vaya que me dio motivos para reencausar, como por décima vez, mi análisis sobre la película, y sorprendentemente me llevo a descubrirla nuevamente como una advertencia sobre el poder y los lideres mesiánicos en tiempos de crisis social, moral y política. Si el Sr. Durden se entera de lo que estoy escribiendo me corta los huevos; pero, estimados lectores, es brutalmente necesario que lo haga, créanme.
En días recientes, Chile, Ecuador, Bolivia, Líbano y unos cuantos países más alrededor del mundo, han explotado con marchas harto similares en sus reclamos, y más puntualmente hacia quienes van dirigidos. Aunque se hayan dado en diversos lugares del globo, de fondo se percibe la misma cuestión ulterior en todas las naciones anteriormente nombradas: El desencanto y aprehensión hacia la clase dirigente y las elites que los gobiernan –Por ponerlo en términos civilizados, aunque la expresión “tienen hinchados los huevos con los ricos y los políticos” sería más que justa en estos casos.
Desencanto que se hace eco principalmente en los sectores medios, y medio-bajos, sectores asociados a algunos trabajos de cuello blanco y muchos de cuello azul, a los servicios más insulsos del sistema capitalista – camareros, choferes, obreros fabriles, y un interminable etc.- gente que se halla sin respuesta ante un sistema que les prometió una existencia significativa (desde cierta seguridad económica hasta fama y opulencia) a cambio de la obediencia total y la resignación a las reglas de juego azarosas impuestas por esas elites que busca su propio beneficio, que buscan su propia subsistencia.
Esta gente, estos trabajadores desalumbrados, pesimistas, alienados, se encuentran enojados, muy enojados ante estas promesas rotas, comienzan a darse cuenta de que jamás serán lo que les prometieron, que nunca serán más de lo que son ahora, y lo que es peor: lo poco que poseen lo perderán a manos de gente que no sólo lo tiene todo, sino que lo tiene todo para vivir 20 veces lo que uno de ellos.
Quizás se esté preguntando: “Estimado Zicu22, ¿Qué carajo tiene que ver esto con Fight Club? Si, suena anti sistema y demás, pero dale man se te paso la mezcla Marxista capo…” Sé que parece un poco mucho, pero lean este pequeño extracto de la película y después seguimos hablando:
“TYLER DURDEN: Vi alrededor, alrededor y vi muchos rostros nuevos (risas)… ¡Cállense! Lo que significa que han roto las dos primeras reglas del club de la pelea.
Viejo, he visto en el club a los hombres más fuertes y listos que jamás han vivido, he visto ese potencial y los he visto desaprovecharlo, ¡maldición! Toda una generación bombeando gas, sirviendo mesas o esclavos con cuellos blancos. Los anuncios nos ofrecen autos y ropa. Trabajamos en lo que odiamos para comprar basura que no necesitamos, para impresionar a gente que nos cae mal, estamos en medio de la historia, sin propósito ni lugar, sin una gran guerra, en el vacío, nuestra gran guerra es espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Estamos ilusionados por la televisión para creer que algún día seremos millonarios, dioses del cine o estrellas de rock, pero no lo seremos y lentamente lo estamos aprendiendo… y estamos muy, muy molestos.”
Pareciera que el señor Tyler Durden nos estuviera hablando a nosotros en el siglo XXI, pero déjenme recordarles que ese mensaje fue dirigido a personas nacidas en los 70s que formaban parte de la Generación X, estaba dirigido a los desalumbrados de la década de los 90s. Un poco incómodo ver que nuestros problemas no han cambiado para nada en casi 30 años ¿No? Bueno, no son solo los problemas los que no han cambiado. Tampoco lo han hecho aquellos que, como el personaje escrito por Chuck Palahniuk, buscan aprovecharse de las manifestaciones populares espontaneas para propulsar sus agendas personales… y aquí es donde rompemos las dos primeras reglas.
Verán, Tyler es presentado tanto en la película como en el libro como todo lo que un hombre podría desear ser, asertivo, atractivo –Es Brad Pitt en la película, o sea…-, inteligente, y libre en formas que jamás podrían ser imaginadas, no lo sostienen jefes, ni relaciones de pareja, siquiera los estándares de decencia; demasiado bueno para ser verdad. Y, como nos enteraremos más adelante, lo es, ya que después de todo, Tyler no es más que un fragmento de la imaginación del narrador y protagonista de la historia, un alter ego todo poderoso que se crea subconscientemente, una versión idílica de él mismo, una forma de escapar de la monotonía de su vida, todo lo que jamás se atrevió a ser.
Con esta imagen construida, se nos presenta lo que es central a este artículo. En la película, vemos cómo el susodicho Club de la Pelea va ganando adeptos fin de semana tras fin de semana, vemos cómo la gente que se suma son personas con las mismas características que el narrador, clase media y baja con trabajos de mierda, personas que no tienen un propósito en la vida y que están tan adormecidos por las condiciones de vida de su época –Adormecidos al punto de llegar a golpearse como lo hacen en el film con tal de sentir algo, de sentirse vivos, de sentir que pertenecen a algo mayor que ellos mismos. Están tan adormecidos que seguirán al líder que les proponga algo diferente, al líder que les dé cobija, a aquel que les dé una filosofía a seguir, al que entienda sus reclamos, al que los saque de ese estado insomne permanente, seguirán a un Tyler; y lo seguirán aún cuando ello les cueste su patrimonio, su honor, su individualidad, incluso su libertad.
Al avanzar el film vemos cómo, del Club de la Pelea, Tyler evoluciona su organización a un grupo anarquista con intenciones de borrar los registros de deuda mundial y destruir la sociedad de consumo que tenía prisioneros de las apariencias a los trabajadores. Esta organización se llama Proyecto Mayhem.
Es, sin duda, interesante ver el poder que el líder ejerce sobre los que participan en dicho grupo, desde borrar totalmente sus identidades, pasando por rituales de iniciación que involucran humillaciones con “H” mayúscula, hasta la última ironía que representa el hecho de perder sus nombres en favor de la causa (es una regla del Proyecto Mayhem, junto con la de no hacer preguntas).
Todo esto apadrinado por la figura de ese líder cuasi mesiánico que es Tyler, eso a lo que todos aspiramos, ese al que todos seguiríamos en un abrir y cerrar de ojos, ese que nos liberará a todos de las tertulias del capitalismo de las apariencias, ese que nos usará para fomentar su agenda más íntima, el líder carismático de Weber en toda su expresión. Sí, definitivamente, “In Tyler We Trust”.
Sin duda, podríamos hablar más del largometraje, en especial de sus muchos méritos técnicos y artísticos, de las magistrales actuaciones de Pitt y Norton, de cómo terminó de redondear el estilo de David Fincher, del disimulado uso del CGI para generar ambientación y dar la impresión de un mundo hiperrealista sucio y exageradamente mundano, de la forma en la que se nos cuenta el final desde los primeros fotogramas, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero creo que esa es una discusión para otro momento, ahora lo temático urge por sobre lo estético, quizás la demos en otro momento – Si se desea, esta discusión podría darse en los comentarios. – Es urgente que tomemos conciencia de que un Tyler podría levantarse en cualquier momento. Podría hacerlo como persona física, como un individuo que se alce con el poder, o lo que es aún peor, pero podría hacerlo como una ideología dogmática sobre el rumbo que la sociedad debe tomar.
Sé que para aquellos que hayan visto el film no sonará tan malo. Después de todo, sería una alternativa antisistema que articule las demandas de las personas, alguien (o algo) que nos ordene y que nos dé una posibilidad de combate contra los opresores elitistas, algo así como una segunda venida de Cristo. Créanme que me gustaría creerlo, pero el contexto mundial me dice que sería mejor tener a esos personajes e ideas al margen, muy al margen.
La película de Fincher nos muestra como estos líderes se muestran empáticos, cercanos al pueblo, casi paternales en su trato, iluminándonos a nuevas realidades y perspectivas; sin embargo, también nos muestra cómo operan una vez han pasado esa fase de empatía, cómo profundizan sus organizaciones con discursos unificadores, cómo van convirtiendo sus objetivos en los nuestros propios sin que nosotros nos demos cuenta, cómo vamos renunciando lentamente a aquello que nos hace humanos en favor de convertirnos en organismos que procuran sobrevivir por sobre vivir, y por sobre todo, la gloria del líder, la organización y lo que creemos que representan… Cómo nos transforman en peones en su juego de ajedrez, en sus operadores cuello blanco que trabajan “en contra” de las elites establecidas, para que ellos se ganen su lugar dentro de ellas.
Fight Club, siendo un producto muy propio de su época, tanto por características estéticas como por tropos narrativos, se devela en el siglo XXI como un posible marco de referencia para identificar a estos seres y dogmas hambrientos de poder. Es un manual de cómo operan los catalizadores de las demandas populares y de cómo estos las pueden capitalizar para formar grupos de presión radical. No es nada nuevo, ha pasado durante toda la historia humana y seguirá pasando, no tengo dudas, trágicamente. Sin embargo, creo que es menester puntualizar (y celebrar) que haya obras de arte que tratan estas cuestiones de forma tan cruda, simple y accesible como lo hace Fight Club, que nos muestra cómo una persona con las características adecuadas, y un entendimiento lo suficientemente amplio de su ámbito cultural y social puede conjurar a estos grupos de protestantes y convertirlos en algo destructivo, nocivo para la estirpe humana y retrógrado.
Por ello, mis estimados lectores, ya sea que estén en Chile, en Ecuador, en Argentina, o en una futura distopía como Eurasia; les imploro que cuando tomen las calles no dejen de lado su individualidad, y que no regalen su libertad a cualquier Tyler Durden que se les cruce por el camino; y a los que ya hayan caído, les ruego que miren hacia atrás y que se interpelen primero a ustedes, luego a su líder, y por ultimo al movimiento del que forman parte. Quizás encuentren algo que no debería estar ahí, y si no lo hacen, créanme que terminaran aceptando que “la primera regla del Proyecto Mayhem es no hacer preguntas.”