Democracia en la era de la criptografía

NOTA DEL EDITOR: A continuación, compartimos una traducción propia de “Democracy in the Age of Cryptography” de Santiago Siri. Este ensayo fue originalmente presentado en Unchained, un podcast sobre cripto. Agredecemos al autor.


Basta echar un vistazo a cualquier resumen de la última década pasada para notar que el Bitcoin devino en el experimento que definió las tecnologías de información por los últimos 10 años. Tal es su relevancia que en 2019 tanto el presidente de Estados Unidos como el de la República Popular China refirieron directamente a la Cadena de Bloques (blockchain) en sus discursos. Mientras Trump celebró la solidez del dólar estadounidense como la moneda de reserva líder en el mundo, el Presidente Xi posiblemente haya contribuido a dar un golpe al mercado cuando, en unos de sus discursos sobre blockchain inadvertidamente motivó al BTC a escalar desde el mínimo mensual al máximo en menos de una hora. Las búsquedas de la palabra “blockchain” pasaron del promedio diario de 750 mil a 9 millones, impactando en el precio del Bitcoin en un 42% a la alza. El día que Xi habló fue exactamente 24 horas después de que Mark Zuckerberg testificara ante el Congreso de EE.UU. sobre las cualidades de su criptomoneda corporativa, Libra.

La creciente relevancia geopolítica de estas redes tecnológicas es difícil de negar. El comienzo de 2020 nos recordó que Bitcoin está efectivamente señalando riesgo global, como cuando su tendencia de precios en el mercado cambió de bajista a alcista justo después de que el gobierno de los Estados Unidos asesinara al General iraní Qasem Soleimani. El Bitcoin es a lo que recurre la gente cuando las alternativas de ahorro no se sienten seguras. Ejemplos de eventos de este tipo abundan, en su corta historia de una década. En 2017 – antes de que Kim Jong Un y Trump se enamoraran – cuando un misil balístico intercontinental (ICBM) disparado desde Corea del Norte aterrizó en el Mar de Japón, Bitcoin comenzó a cotizar con un alto valor en las bolsas de Corea del Sur. La razón es simple: si tenés que escapar de tu país debido a una guerra inminente, tener tus ahorros en una forma digital que no se puede confiscar y que podes liquidar donde sea que vayas tiende a ser una idea inteligente. Basta con preguntarle a cualquier venezolano que haya visto su oro confiscado en el aeropuerto al escapar de la persecución de Nicolás Maduro, otro dictador con un fuerte interés en las criptomonedas.

Pero, aunque una tecnología puede expresar una ideología en su diseño, todavía carece de algo intrínsecamente humano: juicio. El Bitcoin también es utilizado a menudo por dictadores y regímenes autoritarios. Venezuela se convirtió en uno de los primeros gobiernos en explotar la Prueba de Trabajo para su propio beneficio. Los agentes de Maduro aprendieron a detectar mineros de bitcoins en el país al observar la huella energética en la red eléctrica. Los mineros tuvieron que exiliarse: hubo varios reportes de policías que se presentaron en las instalaciones con un ladrillo de cocaína y sugirieron que en la próxima redada fingirían haberlo encontrado allí si los operadores no escapaban del país pronto, teniendo que dejar todo el hardware detrás. Una fuente me contó una vez que todavía está rastreando la dirección de bitcoin con la que realizó el pago de un soborno a una autoridad venezolana. La monopolización de la minería de bitcoins se convirtió en la única alternativa confiable para un gobierno que permanece bajo las sanciones de Estados Unidos. Los dictadores tropicales ni siquiera pueden confiar en los bancos suizos, ya que ahora están obligados a cumplir con las organizaciones multilaterales. Por lo tanto, no sorprende a nadie que en Caracas muchas de las transacciones reportadas por herramientas como LocalBitcoins -que permiten intercambios de moneda fiduciaria a cripto- tengan a los funcionarios del gobierno como sus principales usuarios.

Por su parte, Corea del Norte también aprendió usar el Bitcoin como arma cuando lanzó uno de los ataques de ransomware más difundidos, con el virus “WannaCry”. Golpeó la infraestructura pública como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (NHS), impidiendo que los médicos accedieran a los archivos de los pacientes a menos que realizaran pagos en BTC. Estos ataques son más comunes de lo que la mayoría supone: cualquier bitcoiner con un buen tiempo en el rubro ha recibido una llamada de un familiar o un amigo pidiendo ayuda después de que su computadora haya sido secuestrada por este tipo de malware. El punto acá no es si el Bitcoin es bueno o malo para el mundo -los beneficios ciertamente están ahí cuando se lo compara con la banca heredada y el dinero fiduciario- sino simplemente recordar que la resistencia a la censura no necesariamente se traduce en utopía. Algunos dirían que el uso de Bitcoin por parte de delincuentes también significa que la tecnología está funcionando como se espera. Pero deberíamos tener mejores expectativas de una tecnología que tiene tantas implicancias políticas.

Todo esto está lejos de ser una novedad en los engranajes de la historia. El desarrollo tecnológico siempre condujo a la aparición de nuevos órdenes políticos. Benedict Anderson, en su famoso ensayo “Imagined Communities”, vincula el surgimiento de los Estados-Nación con la imprenta: una tecnología que permitió a los humanos dejar de escribir en el lenguaje del poder, el latín, y usar sus propios idiomas vernáculos. A partir de la impresión de nuevos libros escritos en un código más popular, las aldeas cercanas comenzaron a vincularse por proximidad cultural. De esta manera, se formaron nuevas comunidades y el conocimiento de la lectura y la escritura, anteriormente reservado solo a sacerdotes y monjes, se democratizó. Hoy podemos afirmar que se está produciendo un proceso similar en el ámbito digital, siendo claro que ya se están desarrollando nuevas comunidades en torno a protocolos criptográficos competitivos que intentan conquistar el poder en el ciberespacio. Pero esta vez las personas se unen no por proximidad lingüística, sino por lo que parece ser un terreno común de mentalidades ideológicas. Y la ideología es inherentemente adversaria: cada tesis generará su antítesis.

Internet en sí es una consecuencia directa de la política internacional: se construyó como una estrategia militar en medio de una era geopolítica bipolar. Lo que llevó a la creación de sus protocolos fue la necesidad de proteger los secretos de Estado en caso de que un ataque nuclear pudiera atacar un punto estratégico en el país. Los investigadores del ejército estadounidense abogaron por la “descentralización” a fin de crear una red primitiva conocida como ARPAnet a fines de la década de 1960. DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa, calculó que almacenar información a través de una red de pares (P2P) en lugar de mainframes centrales ayudaría a proteger los secretos estadounidenses, haciendo que cualquier ataque nuclear de los soviéticos sea literalmente inútil. Yendo aún más atrás, el ciberespacio ya era el campo de batalla del choque ideológico cuando las máquinas de Alan Turing descifraron los mensajes nazis. Un evento que podría merecer aún más crédito que la bomba atómica con respecto al final de la guerra.

Con el amanecer de una nueva década, podemos esperar que la relevancia del ciberespacio crezca a medida que los Estados nacionales compitan para controlar los protocolos que definen la riqueza y los derechos soberanos. Del mismo modo en que el auge de la imprenta condujo a varias revoluciones políticas en todo el mundo, podemos esperar cambios profundos de naturaleza similar a medida que las redes digitales definan lo que podemos hacer y, lo que es más importante, quiénes somos.

La criptografía como una herramienta para la liberación

A pesar de sus aparentes diferencias ideológicas, tanto la tradición marxista como la tradición libertaria ven al Bitcoin como un mecanismo que cataliza el cambio social. Tanto las obras de Karl Marx sobre el comunismo en el siglo XIX, como la biblia libertaria The Sovereign Individual (se rumorea, el regalo que Peter Thiel a todo quien visite su casa en San Francisco), intentan identificar un mecanismo interno en la historia. Los marxistas se centraron en la lucha de clases como el principal impulsor de los procesos históricos. Al expandir la historia hacia adelante desde la Revolución Francesa en adelante, los comunistas esperan que algún día surja un gobierno igualitario después de una revolución final donde los “trabajadores del mundo se unan” para crear una sociedad sin clases. Escrito en 1996, el libro de James Dale-Davison y William Rees-Moog sobre el surgimiento de la soberanía personal aplica un enfoque teórico de la información a la sociedad capitalista y afirma que la historia se debe principalmente a “rendimientos crecientes de la violencia”. Siempre que aparece una nueva tecnología le da una ventaja a una parte de la sociedad sobre el resto, esa minoría termina conquistando el poder. Descubrir la pólvora en un mundo de cuchillos o la computación cuántica en un mundo de silicona pueden ser ejemplos claros de esta idea. “Cuando la tecnología sea móvil, y las transacciones ocurran en el ciberespacio – Advierte The Sovereign Individual – los gobiernos ya no podrán cobrar más por sus servicios”. De acuerdo a esta tesis, la criptografía es una herramienta moderna de liberación, la pólvora que está transformando nuestra civilización de Estados-Nación a libertad personal.

Al igual que los “bitcoiners” que hoy esperan la hiperbitcoinización, los bolcheviques pensaban que la revolución en Rusia era solo un trampolín para la “verdadera revolución” que inevitablemente sucedería en la rica Europa industrial. El comunismo, después de todo, debería ser una consecuencia de las contradicciones de clase incrustadas en las sociedades capitalistas avanzadas, o eso afirmaban. El atractivo revolucionario del comunismo terminó siendo más fuerte en los países más pobres, como Cuba o Vietnam, que no tenían nada que perder excepto sus cadenas con Estados Unidos. La revolución nunca sucedió en las naciones ricas: el lado capitalista del mundo usó el Estado del Bienestar como un antídoto contra la amenaza comunista (es decir, cuando no imponía dictaduras en Estados representativos). Este panorama podría ser similar a los desafíos que enfrenta la criptografía moderna: los países de alta inflación con instituciones corruptas no tienen nada que perder al adoptar Bitcoin y Ethereum como herramientas capaces de interrumpir el dominio de la ideología de los Bancos Centrales. Mientras tanto, en las naciones ricas, Wall Street está comercializando rápidamente todo lo relacionado a la criptografía. Después de todo, al capitalismo también le gusta vender camisetas del Che Guevara para obtener ganancias. Del mismo modo que el Estado de Bienestar evitó el cambio revolucionario estructural, Libra (o algún otro tipo de criptomoneda falsa) tratará de evitar el espectro que atormenta al mundo hoy en día: la criptografía.

Antes de que hubiera un debate sobre el estado legal de las cadenas de bloques, el cifrado ya era criminalizado por los Estados Unidos: la tecnología criptográfica se incluye formalmente en la Categoría XIII de la Lista Oficial de Municiones de EE. UU. Esto significa, entre otras cosas, que no se puede comerciar a través de las fronteras estadounidenses ya sea software o hardware que se utilice para cifrar o descifrar información con una capacidad superior a un cierto umbral: tiene el mismo estatus legal que tener una pistola en el equipaje. En 1993, el programador del software de encriptación PGP fue arrestado en un aeropuerto con cargos de “exportación de municiones sin licencia” por tener el software PGP en un disquete en su bolso. Estas armas tecnológicas están en todas partes: en 2002, la Playstation II requirió un permiso especial para su comercialización por parte de los militares, ya que estaba prohibido distribuir computadoras con más de 1 Gigaflop de capacidad de procesamiento en territorio estadounidense. Desde una perspectiva de defensa, la criptografía es un arma inherentemente defensiva en lugar de una que puede causar daño a otros, ya que su función es principalmente la de proteger información. Debido a su estatus legal como arma, se puede argumentar que es probable que el uso de software criptográfico o llevar billeteras de hardware esté protegido por la Segunda Enmienda. Después de todo, la criptografía es mucho más útil que los rifles o las armas de fuego para defender a las personas de los abusos de un Estado que tiene ojivas nucleares y un panóptico. El hecho de que los humanos puedan llevar secretos en sus mentes es lo que hace posible estos sistemas. Y como dicen en la mafia: “tres personas pueden guardar un secreto solo cuando dos de ellas están muertas”. Los secretos son más seguros si los lleva un individuo en lugar de muchos que corren el riesgo de filtrarlo. Mientras el Estado brinde garantías constitucionales para evitar la extracción de secretos a través de la tortura u otros medios, el poder fáctico siempre residirá en el titular del secreto. Si, en el futuro, un Estado-Nación alguna vez intentara construir reservas en Bitcoin, la difusión de la frase semilla que controlase la billetera que contendría esas monedas sería tan relevante como los códigos nucleares para un Comandante en Jefe hoy.

Un viejo chiste dice que los hackers son lo opuesto a los terroristas. Mientras que los últimos explotan la materia, los primeros hacen lo mismo pero con la información. Evitando los prejuicios ideológicos que cada uno podría desencadenar, no se puede negar el patrón consistente del gobierno de los Estados Unidos persiguiendo a tecnólogos de la información como Julian Assange, Edward Snowden, Ross Ulbricht o Aaron Swartz, por nombrar algunos. Recientemente, el investigador de Ethereum Virgil Griffith se agregó a esta lista, después de presuntamente atreverse a ejecutar una transacción de criptomonedas entre las dos Coreas. Como ciudadano estadounidense, ahora enfrenta cargos por ir en contra de las sanciones impuestas por su propio gobierno a pesar de que la supuesta transacción estaba destinada a ocurrir en una moneda que no es reconocida por la jurisdicción de su país. Otro caso notorio es el neozelandés Kim Dotcom, que nunca ha pisado los Estados Unidos en toda su vida, pero recibió una solicitud de extradición del gobierno de los EE. UU. debido a una infracción de la ley de derechos de autor. Hasta qué punto la mano del gobierno de EE. UU. puede extenderse queda claro cuando juzgamos los límites a los que se han restringido algunos de estos hackers prominentes.

Bitcoin en sí fue un acto político desafiante, hijo del colapso de 2008. Lejos de ser el primer experimento de una moneda por medios criptográficos, fue el que mejor funcionó porque nació en el momento correcto de la historia. “La política no es más que qué hacer y decir en un momento dado”, me dijo una vez el hacktivista venezolano Julio Coco. Las intenciones políticas de Satoshi Nakamoto se expresan claramente en el contenido codificado en el bloque de génesis, en el que Satoshi se refiere a otro rescate bancario que tuvo lugar durante esos días turbulentos. La enfurecida generación del movimiento Occupy en las calles de Wall Street plantó las semillas de las primeras instalaciones de software de Bitcoin dentro de su multitud. Pero permanecer políticamente ingenuo sobre los poderes que van a intentar controlar esta red, junto con otras como Ethereum e incluso Internet, puede poner en riesgo muchas de nuestras libertades conquistadas.

la Identidad descentralizada redefine qué significa ser humano

“La única vulnerabilidad que se explota en todos los sistemas es la identidad”, dijo Edward Snowden en la Cumbre Web3 a través de videoconferencia, durante el verano de 2019 en Berlín. Los mecanismos de identidad heredados verifican a los humanos mediante la implementación de prácticas que requieren revelar información personal y privada a un identificador. Eventualmente, los monopolios de identidad que emergen en el mercado ganan capacidades orwellianas que arriesgan la legitimidad de cualquier sistema de gobierno. Si el “Estado es el monopolio de la violencia” como Max Weber lo definió alguna vez, entonces el Estado de Vigilancia es el monopolio de la identidad. Las audiencias con Mark Zuckerberg en el Congreso marcan uno de los momentos más emblemáticos de la política moderna. Si Facebook rompió la democracia como la conocíamos, es una consecuencia directa de las limitaciones que tenían los protocolos web con respecto a la privacidad y la identidad. El golpe de Estado de Facebook no comenzó con Cambridge Analytica y las elecciones de Trump, más bien fue un proceso bastante gradual que terminó impactando las estrategias de propaganda de todos los políticos importantes en Occidente. Cuando Obama fue elegido por primera vez en 2008, ya tenía al cofundador de Facebook Chris Hughes liderando su estrategia de redes sociales y nadie se quejó. Al tener un número de teléfono o una dirección de correo electrónico como el último recurso para la legitimidad en línea, las compañías de Big Tech corrieron a indexarlas al ganar la confianza de los consumidores con servicios gratuitos. Restringir la identidad a un puntero unidimensional en una base de datos es todo lo que se necesita para habilitar la vigilancia tal como la conocemos. Sin embargo, la aparición de blockchains también plantea un riesgo si la información personal termina viviendo en un libro de contabilidad inmutable sin ninguna posibilidad de modificación o eliminación. Si el fascismo tomara forma en un país democrático, tener datos privados persistentes para siempre podría no ser la mejor idea. Para repensar lo que significa ser humano en el ciberespacio, necesitamos tener todo esto en cuenta.

La descripción original de “una CPU-un-voto” en el whitepaper de Bitcoin, hizo que la industria de la tecnología en su conjunto se volcara a pensar que la gobernanza se centra en las máquinas, no en las personas. Un derecho fundamental a la privacidad inclinó el diseño temprano de blockchain hacia el anonimato, pero la falta de una noción sólida de identidad convierte a todas las prácticas de cripto-gobierno en plutocracias: el poder siempre es relativo a porcentajes de la propiedad (incluso si la propiedad consiste en plataformas mineras). Esta desigualdad solo empodera a los grandes tenedores. Son los únicos capaces de cambiar las opciones de actualización según sus propios intereses. Una situación similar a la Francia prerrevolucionaria cuando solo los propietarios y los dueños de esclavos tenían derecho a voto. Si bien el voto de un accionista puede tener sentido dentro de una entidad privada, no siempre existe correlación entre tener más piel en juego y pensar en los mejores intereses de una organización. Como saben los inversores con carteras diversas, a veces pueden ir en contra de uno de los activos que poseen para que otro prospere. Este problema empeora cuando se trata de actores de coordinación de bienes públicos con intereses incompatibles, como mineros, usuarios y desarrolladores. Es en este tipo de contexto que los sistemas democráticos se vuelven valiosos. Vitalik Buterin señaló que “en la democracia liberal estadounidense existe este conflicto entre los sistemas de ‘una persona, un voto’ y los de ‘un dólar, un voto’; pero en realidad todo está en un espectro ”. Cuando el conflicto dentro de un distrito electoral se profundiza, la ruta de “una persona, un voto” se vuelve más relevante. La democracia es más importante cuando hay mucho en juego y, a medida que aumentan los riesgos, también lo hace la necesidad de legitimidad en un proceso de toma de decisiones. Las elecciones fáciles rara vez se someten a votación. Por lo tanto, las democracias deben resolver los contextos de desacuerdos profundos de manera que los perdedores estén de acuerdo con el resultado.

La carencia de un protocolo confiable de identidad humana es el elemento faltante que previene que la democracia ocurra en Internet. Pero, para mantener nuestra privacidad en Internet, la identidad debe pensarse bajo una nueva lente, como un espectro más que como un valor único y discreto. El hecho de que las cadenas de bloques reduzcan en gran medida el costo de generar nuevas direcciones puede ayudar a cambiar la forma en que describimos la personería digital en el futuro. Los desafíos de construir un protocolo capaz de definir humanos son muchos: debería ser capaz de prevenir identidades falsas que parecen ser usuarios únicos y resistirse a ser engañado por inteligencia artificial. El objetivo sería construir un conjunto de claves criptográficas, cada una de las cuales sea propiedad de una persona diferente y que le permita componer varias personas de acuerdo con sus necesidades de privacidad. Un consenso de identidad de este tipo no solo ofrecería aplicaciones como democracias sin fronteras, sino también mecanismos de ingreso básico universal y puntajes de reputación portátiles, lo que llevaría a una cadena de bloques social capaz de dirigirse a la sociedad en su conjunto. Internet ya ha demostrado ser una alternativa confiable para aquellos que han visto a sus finanzas sufrir bajo gobiernos incompetentes. El siguiente paso en esa progresión histórica es construir sustitutos para los gobiernos mismos, con un mejor modelo de ciudadanía y derechos humanos. Según las Naciones Unidas, vivimos bajo un status quo que excluye a más de 70 millones de refugiados (más que nunca antes en la historia) y un estudio del Banco Mundial descubrió que existen 1.100 millones de ‘personas invisibles’ que no tienen un documento de identidad hoy, y debido a esto no pueden acceder a servicios vitales. Durante la última conferencia de Devcon celebrada en Osaka, un grupo de investigadores realizó la primera reunión sobre “Prueba de Humanidad” para discutir los proyectos actuales que abordan la identidad descentralizada. El consenso fue que cualquier intento relevante de formalizar la identidad humana será inevitablemente atacado por actores poderosos, mientras la falta de la identidad humana formal corre el riesgo de dejar a toda la criptoeconomía bajo estructuras de poder tiránicas. Los experimentos en curso van desde el uso de indicadores de los gráficos sociales disponibles en la cadena de bloques que describen las relaciones entre las direcciones, hasta pruebas de Turing sincrónicas que son difíciles para las máquinas pero fáciles de realizar para los humanos.

La identidad humana es difícil de delimitar porque es intersubjetiva, el producto de combinar hechos objetivos con acuerdos subjetivos sobre esos hechos. La intersubjetividad es lo que Habermas describió como el lugar donde ocurre la comprensión mutua. El filósofo californiano John Searle concuerda al afirmar que “toda la realidad institucional existe en el espacio intersubjetivo”. Esto significa que lo que define nuestra humanidad puede consistir en hechos objetivos como los atributos biológicos descritos por nuestro genoma, pero quién decide qué es o no humano no puede dejarse en manos de un solo Gran Hermano o una autoridad subjetiva. La construcción de un acuerdo intersubjetivo capaz de verificar constantemente a los verificadores es el tipo de problema bizantino que debe abordar un protocolo construido para la identidad humana. Durante las primeras pruebas piloto que realizamos en Democracy Earth, la organización sin fines de lucro que cofundé en 2015 para investigar la democracia digital, descubrimos rápidamente que quien tuviera el control sobre el registro de votantes podía influir fuertemente en una elección al retrasar el acceso de ciertos participantes mientras beneficiaba a otros: un patrón que no es raro en todos los procesos electorales que se ven hoy en cualquier parte del mundo. La identidad otorgada por una sola autoridad siempre corre el riesgo de manipulación política y exclusión de votantes. Un nuevo tipo de consenso capaz de verificar el derecho a usar una tecnología en lugar de verificar una identidad per se podría ser la clave para crear un sistema de personería que se pueda adoptar en todas las culturas. Una democracia no necesita saber quién sos, solo necesita evitar que votes dos veces.

A medida que crece la economía del blockchain, mejorará la capacidad de cálculo de las herramientas con el fin de estimar que una dirección pertenezca a un ser humano único. Un ejemplo de esto se puede ver con las Organizaciones Autónomas Distribuidas (DAO), un conjunto de contratos inteligentes que abren la participación al aporte humano: si estas entidades son igualitarias en su distribución de los derechos de voto, se puede estimar la probabilidad de que una dirección blockchain pertenezca a un solo humano. El elemento complicado es que los humanos pueden ser engañados o corruptos, por lo que cualquier consenso de identidad requerirá inherentemente un gobierno capaz de adaptarse a las nuevas amenazas. El avance de la inteligencia artificial y las redes neuronales profundas hace que todo este problema sea aún más urgente. Los deep fakes se pueden percibir como memes divertidos para burlarse durante las campañas electorales de hoy, pero si la Ley de Moore continúa la tendencia de reducir los costos de computación, un escenario en el que todos tengan la capacidad de falsificar profundamente a todos los demás podría conducir fácilmente a una realidad muy inestable. La necesidad de firmas criptográficas sobre cualquier tipo de medio que produzcamos se convertirá en un requisito para mantener alto el ratio señal/ruido en Internet. Esto me recuerda un video que grabé hace casi 5 años cuando nació mi hija y que usé para componer su certificado de nacimiento con la cadena de bloques de Bitcoin. Simplemente almacenando un hash de ese archivo de video en una transacción de Bitcoin, la cadena de bloques certificará para siempre los contenidos presentes en esa prueba visual. Roma nació en San Francisco y soy argentino de sangre, pero en el video dejé en claro que ella es ante todo una ciudadana de la Tierra. En un futuro que no está lejos de hoy, la forma en que estas firmas prueben quiénes somos definirá lo que significa ciudadanía bajo una nueva y audaz república que nace del ciberespacio.