Contra el Binge Watching

Seguramente, y a causa de nuestra manera de consumir cultura como quien consume cinco hamburguesas de McDonald’s en una semana, nos hemos hallado más de una vez manteniendo conversaciones sobre series o películas que se dan más o menos en los siguientes términos:
-¿Y viste Roma de Alfonso Cuarón?
– Si, obvio. Esta re buena, me encantó, me sentí súper idenficado con la historia.
– Si, a mí también me gusto. ¿Y la nueva temporada de Vikings?

– También es genial, siempre te tiene al borde de tu asiento, es lo mas, no puedo esperar por la próxima temporada. ¿Y qué te pareció Stranger Things?
– Me gusto pero hasta ahí, no como Breaking Bad

A simple viste no hay nada de malo con esta charla, que, muy a pesar del autor, es una copia casi calcada de las ultimas 3 conversaciones que tuvo con alguien cuando se juntó a hablar de qué series y películas nos habían atrapado últimamente. Sin embargo, hay un problema de fondo garrafal aquí y es la falta de argumentos, pensamientos críticos y verdadero entendimiento que cabría esperar de alguien que haya vertido más de 20 horas de su preciados tiempo en una serie de televisión, o saga de películas, o saga de libros.

Esta falta de reflexión sobre nuestros consumos culturales parecería ser una característica típica de nuestra época, un problema propiamente millenial, como dirían por las calles “Algo de pendejo boludo”, y preocuparse por ello parecería serlo aún mas; pero, muy por el contrario no creo que sea algo en vano preocuparse por cómo las personas que nos rodean perciben los frutos de su cultura (cultura de la cual además son parte activa) , más aun no me parece que la cuestión sea solo generacional.
Me parece que es un problema que caló muy hondo en la sociedad en muy poco tiempo, y que tiene culpables evidentes, que en silencio y casi sin querer, nos han llevado a este estadío de consumo casi indiscriminado, sin reflexión sobre lo que se consume, y que genera vicios importantes en las mentes de quienes (No vale la pena negar lo obvio) nos entregamos a sus festivales de bonanza visual en nuestras pocas horas de ocio.

Estos culpables silenciosos no son otros que nuestros amados servicios de Streaming (Netflix, Hulu, Crunchyroll, etc.), y la droga que nos facilitan nos está empujando al abandono de toda crítica. Hablo de maratones de noches enteras embutiendo episodios de series de dudosa calidad como si fueran la siguiente dosis de heroína, consumir todas y cada una de las películas que un algoritmo elige para nosotros una tras otra. El habito del binge watching es el clavo más nuevo en el ataúd de la cultura del siglo XXI.

Pero, ¿Por que hacer hincapié en una actividad tan aparentemente inofensiva y pasiva como lo es el consumo de audiovisuales? Precisamente porque no es ninguna de esas cosas, de hecho, desde la época en que se comenzaron a producir largo metrajes, se los ha utilizado para más que solo entretenimiento.

Desde los ya conocidos usos como medios de comunicación, pasando por ser los medios predilectos para publicitar eventos y productos (explítica o implícitamente), hasta ser una herramienta más de la propaganda política de regímenes de todo el espectro político; el cine con su lenguaje tan particular ha estado incentivando mentes, moldeando ideas, y creando tendencias desde que los hermanos Lumiere proyectaron su primera grabación, allá por finales del siglo XIX.

Como bien han señalado numerosos estudios y encuestas, el streaming como nueva forma de consumir medios, no sólo se ha vuelto el estándar en la mayoría de los hogares de clase media a lo largo y ancho del globo, también ha cambiado habitos básicos de ciertos grupos demográficos, afectando no solo horas de sueño, sino también cómo organizamos nuestro tiempo de ocio. Es interesante problematizar la razón por la cual organizamos nuestro tiempo de ocio alrededor de los capítulos de la serie que estamos viendo, o en base a que películas de una determinada saga nos falta ver para poder ir al cine “Al día” con la historia de una determinada franquicia.

Sidneyeve Matrix, Profesora de Medios de la Universidad de Queens, en un paper titulado “The Netflix Effect: Teens, Binge Watching, and On-Demand Digital Media Trends”, nos muestra por medio de entrevistas a diversos jóvenes de entre 15-20 años oriundos de la zona de Nueva York, cómo ellos han organizado varias de sus actividades alrededor de ciertas series. Incluso algunos de ellos han confesado haber relegado tiempo de estudio y de trabajos de medio tiempo, para poder estar al tanto de su serie favorita. El paper parecería presentar esto como una elección motivada por la falta de criterio de los jóvenes entrevistados, en detrimento de un argumento mas sustentable sobre como los nuevos medios han cambiado los hábitos de gran parte de los consumidores regulares de medios.

Como toda droga, el binge watching tiende a adormecer las sensaciones, la percepción, y en líneas generales a acallar por un rato nuestros pensamientos mas punzantes, un verdadero oxímoron en el caso de las producciones audiovisuales, ya que logran adormecer usando un medio que tradicionalmente se usan para fomentar el pensamiento, la creatividad, y en cierta medida el ocio constructivo, pero que en contrapartida sólo nos alientan a ser conformistas, a tomar todo lo que se nos da, y a perdernos en un autentico tsunami de recomendaciones, y corazonadas sin pies ni cabeza para juzgar cuál va a ser su próxima dosis de entretenimiento. Tv is one hell of a drug after all.

Pero este bloqueo del pensamiento crítico no es algo que se de así como así, ni tampoco es alguna magia negra que brota de la homepage de Netflix, ni de los opening de los animes de Crunchyroll , es una mezcla de cuestiones socioeconómicas, pasando por la publicidad que recibe una serie, hasta el propio interés del individuo en una determinada producción, la imposición social de estar siempre a la moda, de estar al tanto de lo último, de lo que hablan todos, y el miedo a no estarlo (o FOMO, fear of missing out).

Ahora bien, la consecuencias de esto parecieran ser ínfimas, solo gente que no sabe lo que consume y puede terminar consumiendo basura sin darse cuenta, o pueden terminar juzgando una obra maestra como una basura, nada grave en retrospectiva. Pero la realidad es que estos vicios de la crítica mundana que alguien puede tener con respecto a las producciones audiovisuales son solo el comienzo de vicios que pueden devenir en males una vez que alcanzan la esfera de nuestros pensamientos de todos los días, de nuestra forma de relacionarnos con otros, de nuestra persona íntegra.

Es necesario hablar del output de Hollywood y afines: Las series de televisión con un formato de temporadas, con varios arcos argumentales que se extienden por años y años y años; películas de universos compartidos con miles de cientos de personajes que interactúan unos con otros de formas muchas veces forzadas y que ponen a prueba nuestra “Suspension of Disbelief”; y por supuesto no podemos olvidarnos de los remakes, reboots, y secuelas a películas de más de 30 años (que se han ganado un lugar en la cultura popular a nivel global a fuerza de mantenerse como productos hegemónicos de su época, de su estilo, o por el simple hecho de ser innegablemente divertidas y extemporales), producidas sin más motivos que el retorno de la inversión de los magnates del cine.

Estas formas de pensar viciosas comienzan como pequeños lapsus de atención, pequeñas desatenciones muchas veces concientes dirigidas hacia lo que ocurre en la pantalla, obviamos desde los errores más tontos, como el desplazamiento de un vaso de la mano izquierda de un actor a la derecha, o como un error en los subtitulos, hasta errores más grandes e imperdonables como una falta a las reglas de un sistema de magia establecido en un mundo de fantasia, deus ex machinas de todo tipo, o errores garrafales en la lógica que se viene manejando dentro de un mundo de ficción (Un ejemplo muy conocido que merece todo un artículo para sí mismo es el vuelco temático de 180° que presento la saga Star Wars, en su octava entrega, The last Jedi). Estas falencias se ven perdonadas por los consumidores, por un apego a la narrativa sin pensar en el desarrollo de la misma, por una forma de consumo que alienta a olvidar quedarse con lo que se nos muestra y reflexionar un poco al respecto, en favor de un consumo rápido y sin sentido de plotlines baratas, personajes que son solo empáticos, y muchas veces sasonados por producciones que no superarían los estándares de calidad de una película clase B de Bollywood.

Estos vicios nos vuelven más permeables a la basura, y bajan nuestras exigencias, bajan nuestro nivel de consumo cultural, y nos producen un acostumbramiento a productos y obras de arte que no nos desafían, que no nos incomodan, que, de hecho hacen todo lo contrario, nos reconfortan, nos adormecen y nos dicen que todo va estar bien; siempre y cuando sigamos consumiendo lo que ellos nos ofrecen, siempre y cuando sigamos siendo adictos, siempre y cuando dejemos de pensar.

Creemos que la relevancia de esto no debería ser atenuada. Hoy en día consumimos mas información que nunca a través de medios audiovisuales, es parte de nuestro día a día, es parte de quienes somos como sociedad y cómo individuos.

Siempre debemos recordar por qué creamos y consumimos arte, por qué contamos historias, por qué grabamos películas, escribimos series de televisión, o componemos canciones; lo hemos hecho toda la vida. Desde antes que pudiéramos escribir el hombre se ha reconfortado en relatos que le daban esperanza para pasar la noche, y ha pensado sus acciones por medio de las leyendas, e incluso ha entendido el mundo que lo rodea gracias a los mitos que circulaban en las sociedades antiguas.

No dejemos que esta característica tan humana, tan importante para nuestra especie se pierda en medio de una avalancha de “Netflix Originals”. Aún podemos hacer lo que siempre hicimos, aun podemos pensar sobre lo que se nos cuenta, relacionarnos y reflexionar sobre ello; aún podemos crecer junto con nuestras historias, pero me temo que si no reaccionamos a tiempo, nuestros vicios nos devorarán, nuestras mentes se perderán en un mar de consumo sin sentido, nos adormeceremos y la realidad (la cual nuestras historias deberían hacer más rica, más gratificante e interesante) será oculta por un hedonismo casi comatoso del que nadie querrá salir porque “Esta re bueno”, o porque nos “re identificamos” con un espejo diseñado para nunca mas mirar a los costados.