Arte cruel

Disclaimer: Este artículo trata obras literarias y cinematográficas que abordan tópicos dolorosos, escabrosos e inmorales. Recomendamos proceder con cautela. A su vez, contiene spoilers de Lolita, La Casa que Jack Construyó, Buffalo ‘66 y la carrera de Marilyn Manson.

En su introducción de la versión anotada de Lolita, Alfred Appel Jr. nota que el ajedrecista novato es propenso a buscar soluciones intrincadas a problemas simples. Mientras tanto, el ajedrecista eximio reconoce la elegancia de una solución simple – por más enrevesado que el problema parezca prima facie.

De esta misma manera, dice Appel, Vladimir Nabokov, también autor de acertijos ajedrecisticos, elaboró un problema moral de 400+ páginas que, por más enrevesado que parezca, es sencillísimo. Resumiendo una de las novelas más leídas y aclamadas de los últimos 100 años: Los pedófilos son unos hijos de puta. Su influencia sobre sus víctimas, y sobre aquellos que los rodean, es devastadora. Son pésimos seres humanos, y no hay refinamiento estilístico o intelectual que justifique o diluya el impacto de sus actos.

Pongo Lolita sobre la mesa, no sólo porque es la novela que más he releído en mi vida, sino también porque, muy a menudo, es malentendida como una pieza de arte cruel. La cultura pop, para sacarle tanto provecho económico a la propiedad intelectual «Lolita» como fuera posible, malinterpretó la novela a propósito, tomando como válida y atractiva la visión que el abominable narrador pitchea durante toda la novela. Es por esto que no culpo a quienes rechazan a la obra en particular y al autor en general. Pero, parte de lo que hace a Lolita la novela magnífica que es son esas sensibilidades subyacentes, esos pasajes en los que se revela lo grotesca que es la visión del protagonista. La resolución del dilema moral es que no hay dilema moral, sólo actos injustificables, descriptos en buena prosa.

“Te amaba. Era un monstruo pentápodo pero te amaba. Era despreciable y brutal y turbio, y todo eso, mais je t’aimais, t’aimais! Y hubo momentos en los que supe cómo te sentías y era el infierno saberlo.” – Lolita, p. 284-285 en la versión anotada. Traducción propia.

Tratar tópicos escabrosos y conductas criminales en el arte es necesario. El mal es parte de la experiencia humana. Sólo presentarlo como depositado en un otro que no tiene voz en una trama, o sólo presentarlo como caricaturezco e inhumano no enriquece una historia. Al contrario.

El arte puede servir como un espacio para tener conversaciones que, en otros ámbitos, no pueden darse de manera sensible, o considerando las subjetividades y los intereses individuales de los involucrados. Pero, incluso cuando se trata comportamiento criminal en el arte, siento que hay, de fondo, una responsabilidad humanista.

El arte no tiene por qué ser pedagógico. El arte no tiene por qué ofrecernos un manual moral. No funciona así. Los sistemas y grupos que pretenden que el arte «sirva para algo» siempre son antiintelectuales. Llámese lo que predican «arte cristiano», «decencia» o «realismo socialista». Pero una visión sobria, sensible y amplia sobre el arte incluye preocupaciones de corte ético. En el caso de la ficción, a veces es necesario preguntar: ¿De quién es esta historia? ¿Para qué se está contando? ¿De qué lado está Dios, en este universo?

Peter Sotos

Peter Sotos es uno de los autores más polémicos que leí alguna vez. Pero la mayoría de quienes lo conocen no saben de él por su literatura, sino por su música. Sotos es miembro fundador de Whitehouse, una banda de noise/power electronics.

A mediados de los 80s, Sotos comenzó un zine llamado Pure. Pure se dedicaba a reportar sobre los crímenes de asesinos seriales y abusadores infantiles, así como a reivindicar al nazismo. El segundo número de Pure le valió a un arresto a Sotos, ya que la portada contenía una imagen de tortura infantil, y poseer este tipo de material es ilegal.

A lo largo de los años, Sotos utilizaría diversos medios para reportar sobre la fascinación pública con el true crime. A su vez, escribiría ficción poniendose en la piel de los autores de tales crímenes. El estilo de prosa de Sotos es cruel, es llano, y es ofensivo.

Sotos también exploró escenarios de una sexualidad degradante y violenta entre adultos. Cuando Sotos no narra, sino que comenta, es poco claro y hostil sobre todas las cosas. Es una suerte de heredero de Celine, pero con un enfoque obsesivo en lo escatológico. Enfoque que lo hace casi ilegible.

Aún así, la influencia de Peter Sotos en las artes es considerable y está institucionalmente avalada.

Al adoptar la interpretación más cruel de un crimen, y disfrutarla en público, en rants violentas pero con un marcado devenir sexual, Sotos, según se interpreta, no sólo encarna al criminal, sino a la sociedad toda, que recibe información sobre el crimen a cuenta gotas, la colecciona, la analiza, la repite, y la disfruta con una combinación de masoquismo y sadismo.

Ahora bien: Llega un punto en el que uno tiene que preguntarse si el fin justifica los medios, o si los medios tomaron vida propia, y el fin es solamente una justificación exo-facto que hace «aceptables» sensibilidades que no lo son.

A diferencia del approach de Humbert Humbert, que justifica sus crímenes hablando de amor, los narradores de Sotos saben que están causando daño y lo disfrutan. Esto hace que, no solo la voz del narrador, sino el mundo en el que se encuentra, se sienta violento, injusto, y claustrofóbico.

Sotos es un provocador obsesivo, que no tiene más que ofrecer que el incumplimiento a raja tabla de ciertas buenas costumbres. No hay punchline, no hay sensibilidades corriendo como un río subterráneo, debajo de ese naturalismo sórdido. Eso es lo imperdonable de Sotos, y eso es lo que hace que la revictimización que lleva a cabo se sienta tan cruel.

En cierto punto, me recuerda a los últimos versos de “Real Death”, el primer tema de A Crow Looked at Me de Mount Eerie. A Crow Looked at Me fue escrito luego de que la esposa de Phil Elverum muriera de cáncer. “Real Death” termina con las estrofas:

“Y no quiero aprender nada de esto / te amo.”

¿Cómo podría, un autor, abordar los crímenes (reales y ficcionales) que aborda Sotos de una forma “edificante”? ¿Qué se le puede pedir que nos enseñe? ¿Qué lo justificaría? Quizás no tenga que enseñarnos nada. Quizás el único propósito que puede tener es ser un litmus test, algo que nos muestran antes de preguntarnos “¿Todavía querés libertad de expresión?”, para que nosotros nos tapemos la cara para no echar un vistazo de nuevo y digamos, pensando en próceres más que en cualquier cosa concreta “Sí, sí. Todavía quiero.”

Shock Rock

En esta misma línea, uno tiene que preguntarse, ¿Para quién provoca el provocateur? ¿A quién quiere incomodar, y qué recursos está dispuesto a usar para ello?

El caso de Marilyn Manson es extremadamente interesante. Manson comenzó su carrera musical como una respuesta a los Estados Unidos evangelistas, con su historial de satanic panic y sus limitadísimas sensibilidades estéticas. Manson tuvo sus mejores performances, sus mejores entrevistas, y sus mejores álbumes surfeando la ola de la polémica.

Los fans de Marilyn Manson, (en su momento, ateos adolescentes) tenían un enemigo claro, sus padres. Pero también tenían un propósito claro: La secularización. Marilyn Manson no fue el único causal, pero fue uno de los símbolos más visibles del Nuevo Ateísmo, más allá de los «4 jinetes». En cierto sentido, puede decirse que Manson fue «la pata artística» del nuevo ateísmo.

Pero, al comenzar los 2010s, otras preocupaciones culturales se sobrepusieron a la secularización. La decada pasada vio el mainstreaming del feminismo. Y en los espacios de los nuevos ateos, el feminismo fue recibido como una especie de potencia extranjera.

Para más información, recomiendo leer mi ensayo sobre Jordan Peterson.

Mientras el tono general del nuevo ateísmo había sido el del debunking, ofender y cantar las cuarenta; el feminismo venía con ciertas demandas de etiqueta. Se llamaba la atención sobre la insensibilidad de algunos términos, o sobre la necesidad de incluir a ciertos grupos en discusiones que, al final del día, los involucraban.

Algunas de estas demandas eran razonables. Otras no. Pero, ante todas, el grueso de los involucrados respondió de una manera obtusa. No interpretaron el impacto real de lo que se les pedía. En su lugar, se rebelaron ante un tono que les recordaba demasiado a las demandas de sus madres puritanas.

Habiendo perdido el norte de una causa clara, y con una cultura «del debate» que consistía de misoginia con pasos extra, los bros se quedaron sin un espacio en las líneas de la izquierda mainstream. Lo mismo sucedió con Marilyn Manson, y lo mismo sucedió con Bill Maher.

De este deshaucio surjen los coqueteos con la alt-right. El shock rocker no persigue una causa en particular usando el shock como mecanismo para azuzar debates. La causa es una excusa, el debate es una excusa. Sólo importa el shock, la estética del provocateur, la estética de siempre tener razón.

«Conservatism is the new punk rock» porque el giro de los demócratas hacia un buenismo radical hace que el Partido Republicano cuadre mejor con las necesidades emocionales de gente blanca que quiere que todo se trate de ellos.

Con esto en mente, vuelvo a las preguntas que plantee hace unos párrafos:

¿Para quién se provoca? ¿Con qué fin? ¿Quién tiene razón?

En el mundo de Sotos, como en el nuestro, Dios está ausente. Las víctimas lo merecen y no lo merecen al mismo tiempo. La única certeza que tiene el narrador es que es una pésima persona, cuyo poder proviene de su voluntad de indulgir sus deseos más primales sin miramientos morales.

Para quienes se construyen desde el shock, no hay más que números y avales. Se coleccionan números y avales. Se busca una rebeldía controlada y patrocinada. Hoy, el objetivo comercial y profesional se logra metiendose con los cristianos. Mañana, voy a sentarme con un cristiano para hablar sobre cómo debemos unirnos contra las feministas. Mañana, voy a sentarme con una feminista para hablar sobre el peligro de compartir baños con gente trans. Quiero dinero, apoyo y outrage. Esa es la ecuación más lucrativa.

La Casa que Jack Construyó

La Casa que Jack Construyó es una obra maestra. Mi incursión anterior en el cine de Von Trier fue la extensísima Ninfómana, que padeció, a mi parecer, de dos cosas:

  • Una obsesión con la intertextualidad y con analizarse a sí misma
  • Shia Labeouf

Pero, La Casa… tiene un sentido del humor ácido, una propuesta estética muy interesante, y un tono general atmosférico y casi surrealista. Es una suerte de Lolita, pero con una crudeza que Lolita no se permite.

En Ninfómana, la narración de la protagonista era constantemente interrumpida, acotada y cuestionada por un interlocutor. En este caso, la dinámica es similar, pero el interlocutor es Virgilio. Tanto Virgilio, como la misma fé, están en contra de Jack, quien recibe un castigo final, a pesar de sus esfuerzos de intelectualizar sus crímenes. En este sentido, comparo a este film con Lolita.  Como Humbert Humbert, el autodenominado «Mr. Sophistication» pretende convencernos de lo injustificable: Matar familias enteras como perfo artística. No puedo si no reconectar esta propuesta con la propuesta que nos hace Sotos: Leer descripciones de tortura infantil – que, el autor juega, en entrevistas, «no son ficción» –  como forma de consumo artístico.

En cierto punto, La Casa… nos pregunta cuál debería ser el costo humano del arte. Como plantea Ryan Hollinger en su análisis de la película, se trata, antes que nada, de una comedia negra que cuestiona la teoría del auteur.

Con una mirada absolutamente sesgada, parcial, y amoral, propongo: Esto es arte, esto se perdona. Esto tiene sentido, esto viene a decirnos algo más.

Buffalo ’66

Toda esta elaboración me deja en un buen lugar para analizar Buffalo ’66, un film por Vincent Gallo. Reitero aquí lo que dije en Twitter: La susodicha cinta es lo único bueno que Gallo hizo en su vida. Y, como el resto de su obra, es hórridamente autoindulgente.

Los triunfos de Buffalo ’66 provienen tanto de lo performático (el elenco es increíble), como desde lo estético. El film está ejecutado muy habilidosamente. Pero, la razón por la que planteo a Buffalo ’66 como arte cruel, es que es una cinta profundamente misógina.

A lo largo de la presente, he formulado de distintas formas, tanto explícita como veladamente, la misma pregunta: ¿Qué quiere el Dios de este universo? En Lolita, todos pierden. Dolores, la víctima del narrador encuentra algo parecido al amor, la contención y la estabilidad, en un muchacho con quien se muda a Alaska. Pare, a eso de los 16 años, a una niña y muere durante el parto. Su segundo abusador, el pornógrafo Clare Quilty muere a manos de Humbert Humbert, quien sufre un paro cardíaco en prisión.

En la obra de Sotos, la especie humana pierde. En La Casa que Jack Construyó, Jack pierde y, en un retrueque extraño, las fuerzas del orden ganan. En Buffalo ’66, la crueldad no es tal. La crueldad es el impulso perdonable de un noble maleante, cuyo abuso la protagonista femenina nació para soportar.

Todo autor de ficción goza de una doble consciencia. Lo que sucede en una trama puede o no corresponderse con lo que considera justo. Hay una alteridad entre los hechos y las sensibilidades íntimas del autor. Esta alteridad construye una historia rica que, incluso siendo injusta, puede ser sensible a sus propias injusticias. Y de allí pueden surgir preguntas interesantes, momentos que toquen fibras sensibles en el lector, o que causen cierto goce estético.

La razón por la que Buffalo ’66 no es meramente un film «con misoginia adentro», sino una cinta ideológicamente misógina, es que las sensibilidaddes de Gallo (auteur por excelencia, director, guionista, compositor del soundtrack y productor), son las mismas. Todo funciona de maravilla para el protagonista, un hombre sensible e incomprendido, cuyo sufrimiento justifica que rapte a una muchacha y la maltrate absurdamente.

La jovencita, poseída por cierto síndrome de Estocolmo, se enamora de su captor. Pero, dentro del filme, esto no es patético, errado, o triste. Es el momento más alto de la trama. Es el momento en el que las cuentas se ajustan y Billy recibe el amor que merece. Al final, su víctima hizo lo correcto y lo perdonó. Y, tan lúcida resulta, que vio en su captor a un hombre digno de amor.

Layla, interpretada por Christina Ricci, no tiene pasado, no tiene deseos, no tiene necesidades. Es un contenedor que espera ser llenado por la mirada masculina. Podría ser tierna, ahora es cruel.

En conclusión

Me permito creer que, en el arte, el fin justifica los medios. Pero, a más extremos los medios, más prodigioso debe ser el resultado y más interesante debe ser el fin. Estos “debe” son relativos, entiendase, pero tampoco puedo escribir un análisis completamente fláccido. Relativice lo que tenga que relativizar.

En una época obsesionada con la “corrección política” (ya sea con combatirla o ejercerla), es fácil enamorarse de quienes rompen ciertas reglas, porque “dicen lo que no se puede decir” o “hacen lo que no se puede hacer” – shock rock. Pero esto no es de por sí meritorio. Alguien que rompe la regla políticamente correcta de que la misoginia está mal, y nos deja como resultado sólo un comentario misógino no es un héroe.

En tiempo de amenazas (reales o imaginarias) contra la libertad de expresión, los argumentos realmente poderosos contra la censura van a venir de la mano de obras que, al contradecir sensibilidades estéticas, nos dejan experiencias valiosas por sí mismas. No valiosas en cuanto causen X o Y reacción, sino con un valor artístico que las sustente por sí mismas. Como diría Ricky Martín, “hay que pedirle más, más, más a la vida”.